En Año Nuevo, mi madre, mi hermano, el mejor amigo de mi hermano y yo, fuimos a celebrar a Lazertag, un local de videojuegos y pistolas con láser en con las que puedes jugar. Pasamos una tarde increíble y al regresar a casa, subimos al coche y mamá condujo por la calle. Justo en ese momento, nos percatamos de que en medio del camino se encontraba un sujeto vestido con ropa de camuflaje, mirándonos.
No hizo ademán alguno de moverse, sino que solo se quedó ahí parado, con esa mirada que por lo menos a mí, me pasó los pelos de punta.
Mamá hizo sonar la bocina del carro, impaciente porque se moviera, pero eso no ocurrió. Nerviosos, contemplamos como el tipo comenzó a caminar hacia el coche, lentamente y sin quitar esa expresión perturbada de su rostro.
—¡Vamos hombre, hazte a un lado! —gritó mamá, intentando no sacar a relucir su propia ansiedad, sin éxito.
Cuando el tipo corrió y golpeó violentamente su ventana, gritándole algo que no podíamos comprender, todos gritamos y ella puso el vehículo en reversa para escapar de ahí a toda velocidad.
Repuestos del susto y alejados varias calles, nos dispusimos a dejar al amigo de mi hermano en su casa. Ahí estuvimos durante un rato, mientras mi hermano y su socio jugaban con la consola que este había recibido por Navidad, y nosotros bebíamos algo de chocolate caliente que nos invitó su madre.
Poco después volvimos a subir al coche y emprendimos la marcha a casa. De pronto, un vehículo a nuestras espaldas sonó la bocina. Era una van de color rojo, bastante antigua y bien conservada. Lo que nos asusto de sobremanera fue ver que el conductor, era nada más y nada menos que el tipo de la ropa de camuflaje, observándonos con verdadero odio en la mirada. Y ahora parecía que quería alcanzarnos a toda costa.
Mamá aceleró tratando de perderlo, sin éxito. De tanto en tanto, podíamos escuchar como el desconocido nos gritaba palabras soeces y amenazantes desde la ventanilla de su van, mientras mi madre conducía a tal velocidad, que de milagro no tuvimos un accidente.
Por desgracia no pudimos perderlo al llegar a casa. Bajamos a toda velocidad y entramos, cerrando las puertas, las ventanas y las cortinas, y procurando no prender las luces. Mientras mamá llamaba a la policía, me atreví a asomarme desde un ventanal y vi que la van estaba estacionada en la acera de enfrente.
Permaneció allí un buen rato, hasta que al cabo de cinco minutos, se fue y casi al instante llegó una patrulla.
Por más que las autoridades la buscaron, no lograron dar con ella ni con su conductor y nosotros estuvimos varios días sin salir de casa, por miedo a toparnos con él de nuevo. Sin embargo nada sucedió.
Hoy, sin embargo, he vuelto a ver la van roja rondando mi vecindario, al volver de la escuela. No quiero decirle a mis padres, pues últimamente tienen demasiados problemas.
Presiento que ese desconocido sigue buscándonos.
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