En un rebaño de ovejas nació una que tenía su lana tan negra como el ébano, para el descontento del resto de las demás, que eran tan blancas como la nieve. Todas pensaban que a causa de tan oscuro color, el animalito crecería para convertirse en una mala criatura.
De modo que desde un principio decidieron marginarla para convivir solamente entre ellas.
—¡Quién sabe lo que se nos pegará si nos juntamos con semejante chusma! —decían varias de ellas, prejuiciosas como eran.
Un día, una de las ovejas blancas se fue a jugar demasiado lejos del rebaño y cayó en una pequeña fosa. Ahí, se puso a gritar para que viniera alguien a rescatarla, asustada.
—No te preocupes —le dijo una oveja desde afuera—, traeré algo para que puedas salir.
Un rato después arrojó a la fosa el largo tallo de un helecho.
—Sujétate de esto, muérdelo con fuerza y yo te jalaré.
Así lo hizo la ovejita blanca que en unos cuantos minutos, estuvo fuera del pozo sana y salva.
Iba a agradecerle a su salvadora cuando la vio y enmudeció. Era nada menos que la oveja negra.
—¿Te lastimaste? —le preguntó ella.
—No, gracias.
En ese momento, la oveja blanca se dio cuenta de que ella no podía ser tan mala como las otras decían, pues después de todo, la había ayudado cuando más la necesitaba. De modo que decidió ser su amiga a escondidas de las demás.
Todos los días jugaban apartadas del rebaño, para que las otras no hablaran. Y aunque era algo triste, a la oveja negra parecía no importarle.
—¡Siempre quise tener una amiga de verdad! —exclamaba contenta.
Pero un buen día, una de las ovejas más chismosas las vio juntas y fue corriendo a avisarle a las demás. Todas se molestaron mucho y se pusieron en contra de su compañera.
—¿No ves que estar con esa oveja es algo muy malo? ¡Su lana es oscura como la noche! ¡No es igual a nosotras!
Al principio, la ovejita sintió miedo por el rechazo de esos animales a los que conocía de toda la vida. Pero luego reflexionó y recordó lo que su amiga había hecho por ella, sacó valor y se enfrentó a las otras.
—Más malas son ustedes, que juzgan a alguien por su exterior sin molestarse en conocerla de verdad —les dijo severamente—, por qué esa oveja, así de negra como la ven, ha sabido ser más amable conmigo de lo que ninguna de ustedes ha sido en todos estos años. Es una amiga de verdad y yo la quiero no por como es en el exterior, sino por su bondad. Así que si quieren echarme del rebaño háganlo, que prefiero estar con una sola oveja buena, que verme rodeada de ovejas malas y prejuiciosas.
Las torpes ovejas se quedaron muy avergonzadas al escucharla y no supieron como responderle. Se dieron cuenta de que tenía razón.
Desde ese entonces, la oveja blanca y la negra fueron las mejores amigas por muchos años.
¡Sé el primero en comentar!