No era muy común que aquellas dos hermanitas se quedaran en la casa de campo, de hecho, el lugar no les gustaba demasiado pues era algo tenebroso. Por las noches, podían escuchar como las cosas crujían y también como si alguien diera diminutos pasos afuera de su habitación.
—Es tan solo el viento —solía decirles su padre, quien sonreía al escucharlas y pensaba que sus hijas tenían una gran imaginación.
Más en el fondo, Marta y Elisa sabían que aquellas cosas no se las estaban imaginando. Hasta ellas a su corta edad, sabían diferenciar bien la realidad de una fantasía.
Y aquella no lo era.
Habían comenzado las vacaciones de verano y sus padres habían creído que sería buena idea pasar unos días en la cabaña, para respirar aire fresco y relajarse. Los alrededores eran muy bonitos ciertamente; lo único que ellas odiaban eran las noches.
A falta de luz eléctrica, allí eran más oscuras de lo normal y no podían verse la una a la otra aunque compartieran el mismo cuarto.
Tenían una habitación con dos camas gemelas, separadas por una cómoda de madera. Siempre se quedaban hablando hasta que dormían, para no sentir tanto miedo.
Una noche, empezó a llover muy fuerte, tanto, que las hermanitas se asustaron.
—Marta —dijo Elisa temblando—, tengo miedo.
—Dame la mano —le pidió su hermana, a lo que ambas extendieron sus manos y se las tomaron.
Elisa se relajó al sentir la calidez de la mano de Marta y así, las dos se quedaron dormidas, finalmente sin temer a la tormenta.
A la mañana siguiente mientras desayunaban, hablaron del incidente.
—Menos mal me diste la mano, hermanita. Estaba muy asustada —decía Elisa.
Su madre les preguntó si habían dormido en la misma cama, a lo que las niñas negaron. Y ella las miró confundida. No entendía entonces como habían sido capaces de tomarse de la mano, si las camas gemelas estaban demasiado separadas entre sí; y obviamente ellas siendo tan pequeñas no las podían mover.
Las chiquillas también se extrañaron al escuchar a su mamá decir aquellas cosas.
Rápidamente volvieron a su habitación y con la luz del día, hicieron el intento de volver a tomarse la mano. Se acostó cada una en su cama y estiraron los brazos. No consiguieron ni tocarse los dedos. Se acercaron a las orillas y ni así lo lograron.
Pero anoche, claramente, habían sentido como algo les daba la mano…
Las niñas sintieron como las recorría un escalofrío y decidieron no hablar más del tema. Parecía que esa noche, ellas no eran las únicas que tenían miedo de la tormenta.
Esa misma tarde, por suerte, regresaron con sus padres a la ciudad y no volvieron a estar en la cabaña en años.
Hasta que un día, siendo ya adulta, Marta volvió. El lugar era tan tétrico como lo recordaba, incluso más, pues ahora tenía varios años de abandono. De pronto le había entrado curiosidad por saber más de él.
Se quedó helada al saber que allí, una pequeña niña había muerto hace tiempo.
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