Allá en China, Yang Xi era un hombre muy importante entre sus allegados. Aunque venía de cuna humilde, con el tiempo había aprendido a realizar los más provechosos negocios, vendiendo toda clase de telas, trastos y especias en el mercado. Fue así como próspero y pronto pudo comprar un pedazo de tierra, en donde hizo construir una gran casa.
Allí se dedicó a criar algunos animales para seguir negociando con los señores vecinos. Los favoritos eran las ovejas, pues cada primavera podía proveerse con su suave lana para venderla por un precio excelente.
Yang Xi llevó a vivir con él a varios de sus discípulos, a los que había transmitido las enseñanzas que él en su juventud, había recibido de un maestro muy sabio.
Todos tenían su propia habitación en la casa de Yang Xi y le ayudaban con todo tipo de tareas, desde arrear a las ovejas hasta preparar la comida.
Un día, se dieron cuenta de que una oveja no estaba en el rebaño. Por más que la buscaron en los alrededores no lograron encontrarla. Cuando se lo comunicaron a Yang Xi, él no perdió la paciencia.
—Sepárense todos y vayan a buscarla —dijo.
—¿Todos? —inquirió uno de sus hombres—, ¿de verdad necesita a tantos para buscar a una sola oveja?
—Hay muchos caminos por los que se puede haber ido —repuso Yang Xi.
Dándole la razón, sus discípulos partieron en busca del animal. Pero al poco rato volvieron, sin haber encontrado nada. Cuando su señor les preguntó porque, ellos respondieron:
—Había demasiados senderos. Cada uno se bifurcaba en otro y fue por eso que no supimos por cual ir.
Muy consternado, Yang Xi se fue a visitar a Xindu Zi, que era quien le había enseñado todo lo que sabía. Su maestro era ya bastante viejo y habitaba solo, en una vieja casa que se encontraba en la cima de una colina. Allí, se dedicaba a leer y a meditar, y comía lo que él mismo pescaba en un estanque cercano. Por eso se mantenía lúcido y fuerte a pesar de su edad.
Este sonrió con serenidad y eso le extraño.
—Una oveja no es nada —le dijo—, los hombres inteligentes no se lamentan por lo perdido, cuando saben que siguen teniendo tantas cosas por las cuales agradecer.
—Pero, ¿no hice bien acaso en mandar a todos mis hombres para recuperarla? —inquirió Yang Xi confundido.
—Cuando existen demasiados senderos, es natural que el hombre no encuentre a su oveja. Igual que un estudiante cuando intenta hacer más de una cosa a la vez, pierde la concentración y no puede centrarse en su objetivo. Hace mucho fuiste discípulo mío pero al parecer has olvidado varias cosas, ¡es una pena!
Ruborizado, Yang Xi se dio cuenta de que tenía razón.
Lo que este cuento corto nos acaba de enseñar, es que el éxito no se consigue intentando abarcar más de una cosa a la vez, sino poniendo todo nuestro empeño y nuestro talento, en cumplir una tarea con total excelencia.
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