Era bastante tarde cuando Beth salió de su trabajo. Trabajaba en el turno nocturno de un reconocido establecimiento y para cuando fue capaz de tomar su auto, y regresar a casa, la carretera se encontraba prácticamente vacía.
La muchacha estaba agotada y el camino era largo.
Decidió parar en una estación de servicio para llenar su tanque y comprar un café; lo menos que necesitaba era quedarse dormida al volante.
Mientras el empleado de la gasolinera atendía su vehículo, notó como este miraba subrepticiamente al interior y luego le dirigía a ella una mirada extraña. A continuación, intentó hacerle conversación pero ella no estaba de humor para hablar con desconocidos. Pagó e hizo amago de entrar en su auto, cuando el sujeto la detuvo tomándola por el brazo.
—Espere un momento, señorita. Noté que su auto hacía unos ruidos muy extraños al llegar, podría necesitar una reparación…
—¿Ruidos? Yo creo que está perfectamente.
—Insisto, si me acompaña puedo hablar con el mecánico. Está al lado de la tienda de autoservicio…
—En este momento no puedo.
—Es importante, le aseguro que solo será un momento.
—Tengo prisa —replicó Beth cortantemente, tratando de soltarse.
En realidad estaba nerviosa, no confiaba en ese empleado y su expresión la estaba asustando. Intentó exigirle que la dejara ir, pero el joven era demasiado insistente. De pronto, el empleado tiró de ella hacia sí y le cubrió la boca con la mano, arrastrándola hasta la tienda. Aterrada, Beth forcejeó con él e intentó gritar para pedir auxilio.
Ella lo mordió y tan pronto como estuvieron dentro del local, el empleado la miró alarmado.
—¡Escuche, por favor! ¡No regrese a su auto! ¡Hay un hombre escondido en el asiento trasero!
—¡Está usted loco!
—¡El tipo sigue ahí! ¡No vaya!
Sin embargo, Beth lo ignoró pensando que se trataba de un engaño y corrió despavorida hasta su vehículo, encerrándose al ver como el muchacho Ibra tras ella, desesperado, gritando y haciéndole señas para que saliera. La histérica mujer aceleró y se alejó a toda velocidad de la estación.
Ya en carretera, intentó tranquilizarse. Pensó en la patraña que le había dicho aquel loco y pensó que era imposible… lentamente miró hacia el asiento de atrás, para confirmar la mentira… pero allí, desde el suelo del vehículo, un hombre extraño le dedicó una sonrisa siniestra y se incorporó, dejando ver el hacha que sostenía entre sus manos.
Beth gritó de terror antes de que el arma la decapitara limpiamente y sus manos perdieran el control del auto.
A la mañana siguiente, la policía encontró el auto hecho papilla a un costado del camino y el cuerpo sin cabeza de Beth atrapado en el interior. Mas la cabeza no la hallaron nunca.
Su caso era tan solo uno entre los tantos que se habían acumulado esa temporada, con otras víctimas descabezadas encontradas en la carretera. Se hablaba de un asesino serial con un modus operandi muy escalofriante. Sin embargo, a pesar de todas las investigaciones, el responsable jamás fue capturado.
¡Sé el primero en comentar!