Quienes conocen a los cisnes saben que estos siempre se han encontrado entre los animales más bellos del mundo. Sus largos y elegantes cuellos, su plumaje blanco como la nieve y su gracia natural, son algo que despierta la envidia de otras especies.
Era por eso que este pequeño cisne, que vivía en un lago rodeado de nenúfares y árboles acuáticos, no comprendía por que él no era tan bonito como los otros, que retozaban en el agua con sus esponjadas plumas.
Él no se parecía en nada a ellos: su andar era torpe, su cuello era corto, su pico era tan negro como sus ojos y patas, y su plumaje era áspero y gris.
El chiquitín sufría todo el tiempo por no ser tan bonito como el resto de su parvada y por que además, los otros animales del lago se burlaban de él cruelmente.
—¡Pero qué feo eres para ser un cisne! —solían decirle los patos con sus voces agudas— Tal vez ni siquiera seas uno, debes ser un pájaro feo que alguien colocó en los nidos de esas hermosas criaturas, para jugarles una broma pesada.
El cisne bajaba su cabeza avergonzado ante las pullas de esos patos.
—Jamás habíamos visto un cisne que fuera tan feo —croaban las ranas desde sus hojas de núfar, mirándolo de mala manera—, tu aspecto le da muy mala imagen a nuestro lago. ¡A saber lo que serás, por que cisne no eres!
Y el pequeño cisne lloraba mucho y se escondía en una cuevecita que estaba junto a la laguna.
Algunos de los cisnes mayores notaban esto y trataban de darle ánimo.
—No hagas caso de lo que dicen esos animales, la envidia les hace hablar de esa manera. Como lo hacen todos los que buscan hacer sentir mal a los demás.
—Algún día serás un bello cisne, pero debes tener paciencia.
Al animalito estas palabras lo entristecían aun más, pues pensaba que solo querían consolarlo en vano. Un buen día, decidió resignarse e ignorar completamente cualquier cosa que le dijeran los otros.
Él estaba bien así y ya habría quienes lo aceptaran sin importar su apariencia.
El tiempo paso. El cisne fue creciendo y conforme lo hacía, su cuello se hacía cada vez más largo y grácil, su pico se volvía de un brillante color amarillo y las plumas también le cambiaron. Se volvieron más grandes y suaves y poco a poco, el gris se fue desvaneciendo de ellas para abrir paso a un pulcro blanco.
Finalmente era un cisne adulto. Y era el más hermoso de todos los que había en el lago.
Los crueles animales que se habían burlado de él, ahora se quedaban callados al verlo nadar con elegancia. Algunos lo admiraban y ya ni se acordaban de lo malos que habían sido.
El cisne había aprendido una importante lección: que al final no importa la opinión de nadie, más que la que tenga uno mismo acerca de su persona.
Y que ser paciente tenía su recompensa.
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