Aparentemente, Mario era un niño igual que los demás. Tenía el pelo y los ojos castaños, era alto para su edad y desde pequeño le gustaba jugar en las afueras. La única cosa que lo distinguía del resto de otros chiquillos era su sordera: Mario no podía oír. Y tampoco había hablado.
Era sordomudo.
Fue por eso que tanto él como su madre, tuvieron que aprender lenguaje de señas para poder comunicarse. Él además, aprendió a leer los labios, de modo que siempre pudiera entender lo que otras personas decían.
Pero a veces le parecía que nada de eso era suficiente.
Al entrar a la primaria, Mario desarrolló un gusto enorme por jugar a la pelota. Le encantaba patear balones en el recreo y era el mejor a la hora de jugar fútbol, corría más rápido que los demás. Eso lo llevó a inscribirse en la liga infantil futbolística de su barrio.
Su mamá estaba orgullosa de él. Con mucho gusto le compró su uniforme y un balón propio para practicar en casa.
Sin embargo, poco después el niño comenzó a tener problemas.
A causa de su sordera y su falta de atención, no podía escuchar las indicaciones del entrenador y por eso tampoco se le daba bien jugar en equipo. El resto de sus compañeros empezaban a quejarse.
—Si Mario no mejora su actitud, tendré que sacarlo del equipo —le había advertido el coach a su madre, que se quedó muy preocupada.
Sabía cuan importante era ese deporte para su pequeño.
Pero Mario pensaba que no podía mejorar por culpa de su sordera y se quejaba por no ser como los demás. Así que su mamá tuvo una serie conversación con él.
—Escucha hijo, tú eres único, no necesitas ser como nadie más —le dijo— y no puedes culpar a tu condición de que las cosas no salgan como quieres. Hay músicos y bailarines que son sordos, ¿sabías que Beethoven era sordo?
Mario la miró con asombro.
—Y eso no lo detuvo para convertirse en uno de los compositores más grandes del mundo. Como él, tú también puedes ser lo que quieras, siempre que estés dispuesto a esforzarte.
El niño asintió con la cabeza y decidió que su madre tenía razón.
—De hoy en adelante te concentrarás más. Siempre hablarás con el entrenador antes y después de los partidos para ver en que fallaste, y en que puedes mejorar —le indicó ella—. Y también colaborarás con tus compañeros. Para jugar en la cancha, debes estar respaldado por los otros niños y hacer lo mismo con ellos.
Desde ese día, Mario se esforzó más que nunca por poner atención, mejorar sus jugadas y llevarse mejor con sus compañeros. El entrenador estaba orgulloso de él y los demás chicos se hicieron sus amigos.
Se dio cuenta de que ser sordomudo no tenía nada que ver con ser un buen futbolista.
Así, llegó el día en que su equipo resultó vencedor en un gran campeonato.
Y con el tiempo, Mario conquistó las canchas del mundo.
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