Ana salió de casa en busca del trasporte que la llevaría a la universidad.
Tras tomar asiento y colocarse los audífonos perdió la conciencia, adentrándose en un sueño profundo.
Lucía, una chica de la misma edad, huérfana, pobre, quien había sufrido los peores vejamenes que un ser pueda soportar, decidió terminar con su vida. Se internó en el bosque; muchos decían que se esta encantado debido a todas las historias que se contaban de dicho lugar. A pesar del día lluvioso, consiguió llegar hasta una casa abandonada corroída por el tiempo. Estaba oscura y fría. Colgó una cuerda de una de las vigas y se la enredó en el cuello. En el preciso instante en el que daba su último aliento de vida, oyó sonidos que le impidieron llevar a cabo su cometido.
Muy asustada, miró con terror lo que se presentaba ante sus ojos: era una ser mitad humano mitad cabra, una bestia de ojos rojos y cuernos, que se le acercó. Lucía temblaba, no podía pronunciar palabra alguna. La criatura se le acerco al oido y le recitó frases que ella repitió, sumiéndola en un trance profundo…
El lugar se torno obscuro, gris, fuertes vientos soplaban azotando las ramas de los árboles. Los truenos estremecían el lugar. Se había desatado un infierno, infierno que todos los seres vivos padecerían a partir de entonces. La bestia había tomado una vida inocente para apoderarse de la vida.
Ana, al oír un trueno, salió de su letargo. Todo estaba obscuro, las personas que viajaban con ella veía con asombro una auténtica escena de terror. El día se había vuelto noche. Cuando bajó del bus, la gente en la calle gritaba diciendo: ¡estamos en el infierno!
Nubes rojas en el cielo presagiaban lo peor. Las personas salían a calle a rezar a Dios, otras acababan con su vida, se lanzaban de edificios. Algunas iban a las iglesias pidiendo perdón. Ana solo rezaba y recorría las calles para regresar con su mama, mientras una niebla espesa invadía la ciudad.
Al cruzar un puente, vio con horror que el agua que fluía por el río se había tornado color sangre. Un hombre gritaba que todos estaban en el infierno y sin reparos maltrataba a la gente a la que se le cruzaba. Al acercarse no dio crédito a lo que sus ojos veían: era un espectro sin pies, envuelto en una capa negra. Buscaba personas para tomar sus almas, mismas que absorbía por su boca como si las devorara.
La tierra se abría, de ella salían llamas de fuego que destruían todo a su paso. Surgían grietas que atrapaban a la gente y ellos caían en el abismo sin poder evitarlo.
Cansada y malherida, Ana entró en casa, llamando a su madre:
—¡Mami, mami, mami!
Su madre apareció para decirle que pidiera por su alma. Sin entender, Ana corrió a darle un abrazo y un beso, pero en ese momento la imagen de su madre se desvaneció. Ana lloró desconsoladamente, levantó su cabeza y vio que la vela que su mama había prendido aún iluminaba el altar de los santos. Ella suspiró y les pidió por su alma y la de las personas buenas. Un haz de luz inundó la habitación e hizo parte de esa luz y Ana desapareció con él.
Lucía, quien se encontraba en trance, despertó repentinamente, un haz de luz inundo el lugar y ella también desapareció.
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