Había una vez un leñador que vivía en lo más profundo del bosque y amaba su trabajo. Cortar la leña era su pasión, aunque siempre se cuidaba de no talar más árboles de los que necesitaba, pues no era codicioso. Se había construido una casa de roble muy furte, para él y su familia, y también se había fabricado una carretilla de madera con sus propias manos.
Todos los días se levantaba con el sol para salir a hacer sus labores, pues se preocupaba de obtener los mejores maderos para venderlos en el mercado del pueblo más cercano. Al caer la noche, volvía a casa con los suyos y hablaban de la jornada del día amorosamente.
Así, la existencia del leñador transcurría pacífica y alegre.
Un día, mientras volvía del trabajo, paso sobre un puente y su preciada hacha se cayó en el río. La corriente no era mansa y el leñador se asustó al instante.
—¿Y ahora qué voy a hacer? —se dijo con angustia— ¿Cómo se supone que voy a trabajar?
En ese instante, una hermosa ninfa emergió del río y lo miró, Su pelo era algo y parecía hecho de algas marinas y su piel, traslúcida, tenía el color azul de las aguas.
—No te preocupes, buen hombre —le dijo con voz dulce—, yo recuperaré tu hacha.
Y dicho esto se volvió a sumergir, no tardando en volver con un hacha que tenía oro puro en el mango y resplandecía ricamente.
—No, esa no es mi hacha —le dijo el leñador, asombrado por la belleza de aquel objeto.
La ninfa volvió a meterse en el agua y reapareció, esta vez cargando con ella un hacha hecha toda de oro sólido, que destellaba aun más que la primera. De nuevo, el leñador resistió la tentación.
—No, esa hacha no es mía. La mía no está hecha de oro.
La tercera vez que la ninfa volvió ante él, llevaba en las manos un hacha hecha de plata pura, tan bonita como las dos anteriores.
—Esa tampoco es mi hacha —le dijo el leñador.
Finalmente, la ninfa regresó de las profundidades con una hacha más sencilla y hecha de hierro. Al verla, el corazón del leñador se llenó de alegría.
—¡Sí! Esa es, esa sí es mi hacha.
La ninfa se la entregó.
—Has sido muy honrado al rechazar todas las que te enseñé anteriormente, que eran más hermosas y valiosas que esta —le dijo—, como recompensa a tu bien actuar, te las puedes llevar todas. Y cada vez que pases por este río, contarás con mi protección.
Desde entonces, el leñador fue muy próspero y gracias a sus nuevas adquisiciones, pudo llevar a sus hijos al bosque para enseñarles a trabajar con la madera. Y todos fueron tan honestos como él.
Esta historia corta nos ha brindado una importantísima lección acerca de la honestidad. Si eres honrado como el leñador, la vida te dará sorpresas agradables. Pero si mientes y te aprovechas de las circunstancias, que no te extrañe recibir tu merecido más adelante.
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