Este cuento corto está basado en una fábula de Jean La Fontaine.
En un circo muy famoso habitaban muchos animales, pero los más importantes sin duda alguna, eran el mono y el leopardo. Las personas que acudían a las funciones los admiraban muchísimo y era gracias a ellos, que el espectáculo itinerante toda se mantenía.
Era por eso que ambos vivían separados del resto de los animales en un vagón especial del tren que los transportaba. Tenían todo el lugar para ellos solos, y los alimentaban muy bien.
Al ver sus circunstancias, no tardaron en darse cuenta de la posición tan privilegiada que ocupaban en aquel sitio.
Pero el leopardo especialmente, se sintió muy envanecido por eso. Tanto, que la fama se le subió a la cabeza y comenzó a mirar con desdén a los otros animales.
—No deberías dejarte llevar demasiado por tu suerte, amigo leopardo —le dijo el mono—, después de todo, está puede cambiar cualquier día. ¿Y qué harías tú sin amigos que te ayudaran?
—¡Bah! —le contestó el felino— Si a alguien podría cambiarle la suerte es a ti, ¿tú qué sabes de todas maneras? Es obvio que soy mucho más valioso que tú en este espectáculo.
—Si tan seguro estás de eso, entonces hagamos una apuesta —le dijo el mono—, esta noche, cuando la gente pase a la zona de los animales para vernos, veremos quien de los dos consigue más monedas.
—¡Acepto! —dijo el leopardo— Será un placer vencer a una criatura tan insignificante como tú.
Ambos sellaron el trato y esa noche, mientras se exhibían en sus respectivas jaulas, comenzó la competencia. El leopardo rugió majestuosamente, llamando a los asistentes a que fueran a admirarlo.
—¡Público estimado! Los invitó a pasar y observar la bella piel que tengo. Miren cuan hermosa es, todas las manchas salpicadas en mi pelaje de manera armónica y delicada. ¡Son algo delicado y digno de admirar!
Y la gente ciertamente se quedaba muy sorprendida, por lo hermosa que era esa piel y lo perfectas que parecían cada una de sus manchas. El leopardo se sonrió presuntuosamente, pero no sabía que el mono todavía tenía un as bajo la manga.
—¡Señoras y señores, público querido! —gritó el primate— Pasen y vean lo que tengo que ofrecerles. Es verdad que mi piel no es tan llamativa pero en cambio, yo sé cantar y bailar, puedo hacer cabriolas para los niños, jugar con aros y con pelotas y por si fuera poco, hasta comprendo su idioma. ¡Mi imaginación es mucho más valiosa que la piel del leopardo! Tanto así que si no se sienten satisfechos con el entretenimiento, les devuelvo todo su dinero.
Y entonces los asistentes se amontonaron frente a la jaula del mono para ver sus gracias, que eran muchas y gracias a sus habilidades, pudo conseguir muchas más monedas que el humillado leopardo.
Solo así él tuvo que aceptar que el mono era más original y no por su aspecto, sino por el talento e inteligencia que tenía.
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