En un pueblo vivía un hombre que apreciaba mucho a su mejor amigo, pues desde niños se habían criado juntos. Habían crecido, estado el uno con el otro en las buenas y en las malas, y se habían ayudado en los tiempos de necesidad. Parecía que nada en el mundo podría quebrantar esa gran amistad que los unía.
Sin embargo, un día, este hombre comenzó a sentirse celoso del éxito que el otro estaba teniendo en sus negocios, pensando que él merecía más todo aquel dinero y reconocimiento.
A causa de sus celos, se le ocurrió que podía arruinar su reputación y comenzó a esparcir rumores maliciosos sobre él por todo el pueblo, difamándolo y ocasionando que el resto de la gente dejara de confiar en él y de comprarle.
Cuando su amigo se enteró de lo que había hecho, fue a casa a confrontarlo y le dejó en claro que su relación de amistad se había terminado.
Entonces, un gran remordimiento se apoderó de este hombre, quien arrepentido acudió a ver al anciano más sabio del poblado, para que le aconsejara que hacer al respecto.
—Me siento muy mal por lo que he hecho y quiero reparar mi error —le confesó—, ¿usted sabe cómo podría arreglar las cosas?
—Lo primero que debes hacer, es conseguir un saco repleto de plumas. Las más pequeñas y suaves que encuentres —le dijo el sabio—, llévala contigo y a todos los lugares por los que pases, suelta una y deja que se vaya.
Muy extrañado por esta indicación pero confiando en él, el hombre hizo lo que le pedía y consiguió un saco de plumas de considerable tamaño. Así, las fue repartiendo por todos los sitios a los que iba, dejando que se las llevara el viento. Cuando terminó, fue con el sabio sintiéndose satisfecho.
—He hecho lo que me dijiste, solté todas las plumas.
—Esa fue la parte más sencilla —le dijo el sabio—, ahora tienes que salir y recuperarlas todas.
—¡Pero eso es imposible! —dijo el hombre angustiado— Son tan ligeras y pequeñas, que el viento las debe haber arrastrado muy lejos.
Como el sabio insistiera, él salió y trató de reunir todas las plumas, fallando en el intento. No consiguió volver más que con unas pocas. Y cuando el viejo vio esto le dio una gran lección.
—Así como no pudiste encontrar todas esas plumas que se dispersaron con el viento, es imposible que puedas remediar el mal que tú mismo esparciste y que se ha difundido de boca en boca por todo el pueblo. El daño ya está hecho. Ahora, lo único que te queda por hacer es buscar a tu amigo y pedirle perdón.
Desolado, el hombre hizo lo que le aconsejaba y aunque su amigo aceptó las disculpas, estaba claro que nunca más volvería a confiar en él, ni su relación podría ser como antes.
Por el resto de su vida, aquel sujeto debió aprender a vivir con las consecuencias de sus malas acciones, a pesar de su arrepentimiento.
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