Esta era una lechera que todos los días se levantaba muy temprano para ir a ordeñar a la vaca que tenía en su pequeña granja. El animal siempre tenía las ubres repletas de leche deliciosa, que ella solía vender en el mercado del pueblo muy fácilmente.
La lechera sin embargo era una joven muy soñadora, que en vez de agradecer por las cosas que tenía, fantaseaba todo el tiempo con subir de clase social, obteniendo grandes riquezas y yendo a fiestas de todo tipo.
Ella poco sabía que muy pronto, ocurriría algo que le pondría los pies sobre la tierra.
Una mañana como de costumbre, salió la lechera de su casa para ordeñar a la vaca. En el camino le dio de comer a las gallinas y le sirvió un tazón de leche al gato.
«Como me gustaría vivir de manera distinta», pensó, mientras cogía su cántaro y se dirigía a los establos.
Allí, apretó las ubres de su vaquita y llenó la vasija de leche, dándose cuenta de que aquel día, la ordeña había sido muy abundante. Esto de inmediato la hizo imaginarse todo el dinero que conseguiría cuando fuera al pueblo.
Muy ufana se colocó el cántaro sobre la cabeza y con las manos en la cintura, emprendió el camino hasta el pueblo.
—¡Cuánta leche he conseguido hoy! —se dijo— Sin duda me pagarán bien por ella. Con el dinero que saque de su venta, me voy a comprar una canasta llena de pollitos. Luego los alimentaré y me aseguraré de que se pongan bien gordos, para que cuando la gente busque buenos pollos en el mercado, yo pueda venderlos a precio de oro. ¡Cuánto dinero voy a ganar entonces!
La lechera caminaba con la cabeza en las nubes y no se fijaba por donde iba, apartando sus ojos del camino y sonriendo como una boba.
—Cuando tenga todo ese dinero, voy a ir con la costurera más costosa del pueblo a encargarme un vestido magnífico, todo hecho de seda y de brocados —añadió pomposamente—, me haré también un manguito y compraré zapatillas de raso para mis pies. ¡Qué guapa voy a estar entonces! Vestida de esta manera, me voy a ir a todas las fiestas que haya en el pueblo y los muchachos me van a pretender como locos. Así yo me daré el lujo de elegir entre ellos, al más guapo y más acaudalado. ¡Y viviré como una reina por el resto de mi vida!
En eso se encontraba pensando la lecherita, cuando por venir distraída, no vio la piedra que se encontraba en el sendero y tropezó abruptamente, haciendo que el cántaro de leche fuera a parar contra el suelo.
Este se quebró de manera estrepitosa, derramando el líquido precioso que tanta fortuna le iba a conseguir.
—¡Oh, que tonta he sido! —dijo la lechera llorando amargamente— ¡Si tan solo hubiese puesto más atención, en lugar de fantasear con el futuro! Ahora sé que cuando ni el presente está seguro, no es prudente tanta ambición.
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