Cuento enviado Por: Wendy Lee
Yo tenía once años, era a penas una niña que cursaba el sexto grado. Habían dos escuelas, una al lado de la otra, la primera era de kinder hasta tercero, en la que mi hermano de de siete años cursaba el primer grado. Como yo era la mayor, al salir de clases, iba a la escuela de al lado a recoger a mi hermano para luego encaminarnos juntos hasta la casa que era bastante cerca. Sin embargo, ese día, a las tres de la tarde, mi rutina cambió, para siempre.
Mientras me dirigía a la escuela de mi hermano, esquivando el barullo de padres y alumnos que salían de todas partes como un hormiguero que había sido desbaratado, se me acerca una anciana repartiendo volantes. Era bastante anciana, menuda, me parece que yo a mi corta edad era más alta que ella, delgadilla y arrugada, ojos grisáceos, en fin, las características típicas de la vejez. El caso es que me dice “toma” y me entrega el volante, era del tamaño de un papel carta a la mitad. Yo educada, sonrío y le digo gracias, aceptando el dichoso papel. Con la sonrisa aún dibujada en mi rostro, me decido mirar el mensaje del papel… lo único que recuerdo era que decía “LA MUERTE” así en mayúsculas gritonas y con una calavera, mis manos automáticamente soltaron el papel como si quemara. Era como si yo, a pesar de mi inocencia e ingenuidad, supiera que aquello contenía algo malo. Con la mirada seguí buscando a la vieja en el mogollón, pero no la vi más. Comencé a sentirme muy extraña.
Mi hermano se acerca de pronto y yo brinco del susto, pues ya estaba nerviosa. No le comenté nada y en el camino a casa, a pesar de que la extraña experiencia con la vieja fue algo fuerte, se me olvidó por completo, como si el suceso hubiera sido borrado de mi memoria o me hubieran implantado una memoria nueva. Por supuesto que esto no duró mucho, no sé si les haya pasado, que por ejemplo, han visto una película de terror durante el día y no la recuerdan más hasta que llega la hora de acostarse… ahí de momento a la mente le gusta proyectar todo lo vivido durante el día. Yo recordé a la vieja, pero decidí no darle importancia, aunque dormía sola. Por lo general, a uno le toma un poco de tiempo agarrar el sueño hasta que caemos profundamente dormidos, pero es noche, yo solo cerré los ojos y en seguida lo que vi fue a un bebé deforme, con los ojos grises y colmillos de vampiro. No tenía más dientes, solo esos dos colmillos. Abrí los ojos en seguida, gracias a Dios no me dio uno de esos episodios de parálisis del sueño que padezco desde que tengo memoria.
Quise quedarme despierta toda la noche, con fin de evitar volver a ver la imagen de ese bebé terrorífico en mis sueños, pero finalmente sucumbí al cansancio, aunque no soñé nada más esa noche, o al menos eso creo… a veintiocho años ya, el tiempo pudo haber borrado ciertos detalles.
Mi hermano y yo caminamos juntos a la escuela al día siguiente, el día aparentaba ser normal y yo había olvidado por completo el asunto de la vieja. Olvidé mencionar, al principio de la historia, que mi mejor amiga y yo, niñatas tontas al fin, queríamos ser brujas, éramos fans de la serie “Charmed” y queríamos ser como ellas. Solíamos llevar a la escuela frascos con mezclas de cualquier cosa para simular posiones mágicas. ¿Qué relevancia tiene esto con la vieja? Yo pienso que tal vez al jugar a querer tener poderes supernaturales, yo desperté alguna fuerza oscura o como dicen los religiosos, atraje al diablo o algún demonio.
Como ya había dicho, de camino a la escuela no recordé a la vieja, pero al salir de clases y encaminarme a la escuela de mi hermano, la recordé. Sentí escalofríos y aunque no la vi por ninguna parte, podía sentirla. Si alguien me rozaba casualmente entre el montón, yo sentía que era su piel vieja y áspera y mi corazón daba un vuelco cada vez.
Cuando recogí a mi hermano, antes de ir directamente a casa, decidimos comprar unos helados que vendían al salir de clases, mi hermano lo degustaba con gusto, pero a mí no me apetecía para nada. Me di cuenta que durante el resto de la tarde y noche después de lo de la vieja no había sentido hambre y ese día tampoco la había sentido. El helado se derretía en mis manos a causa del calor inclemente del trópico.
Tras una semana sin comer, yo que siempre había estado en ese peso ideal, de no ser enclenque, pero tampoco rellena, había bajado bastante de peso. Mi madre y mi padrastro, el papá de mi hermano no lo habían notado porque atravesaban una crisis matrimonial y andaban como perros y gatos.
Me sentía brutalmente cansada, aunque no hacía casi nada. Veía mis programas favoritos, pero nada me llenaba, me di cuenta que cuando todos reían a carcajadas, yo me quedaba totalmente inexpresiva y eso me dio pavor. Yo solía reirme de cualquier tontería. Esa misma tarde, mi mamá preparaba la cena y se cortó un dedo… la sangre salía a borbotones y ella me pedía desesperada una servilleta o cualquier trapo, pero yo permanecía indiferente, me daba igual si se desangraba en mis propias narices y esa vez ya no sentí pavor, ya no podía sentir nada.
Me morí dos semanas después. De hambre y deshidratación. Entonces comprendí lo que aquella anciana había hecho. Me había dado un boleto hacia la muerte. Por eso había dejado de comer y de sentir, porque me estaba muriendo cada día y nadie lo notó. Mi mamá se preguntaba por qué empapada en llanto, si yo estaba bien. Acusó a mi padrastro de haberme hecho algo en venganza de haberle solicitado el divorcio, pero en seguida se dio cuenta de que era absurdo, además de que la autopsia reveló desnutrición.
Me costó mucho aceptar mi muerte. Pretendía llevar mi rutina de ir a la escuela y aunque mi hermano no se daba cuenta, yo lo seguía de ida y regreso, intentaba protegerlo. Nadie podía verme, excepto una mujer joven, de unos veinticinco años, guapa, menuda y delgada. En seguida lo supe. La vieja me había dado un pase a la muerte y ella había tomado los años que me restarían de vida.
Me enfurecí, tanto, que aunque la multitud no me podía ver, sí pudieron sentir una ráfaga repentina que sacudió todo, era mi furia, mi rabia. Intenté atacar a la maldita mujer que ahora gozaba de mis años y mi juventud, pero cada vez que trataba de hacerle daño, un carro me arrollaba o el ataque se invertía hacia mí para que yo siguiera muriendo una y otra vez.
Me quedé vagando en esa escuela, tratando en vano de salvar a otras niñas y no se me ocurrió que la muerte es astuta. Ya era tarde cuando vi a aquél anciano dándole un volante a un niño…
muy buena la leyenda
me encanta LA MUERTE!!!.
Gracias por tu apoyo, este relato es en parte algo que me pasó, eso de q la vieja me dio ese volante en la escuela de mi hermano y la pesadilla del bebé vampiro vampiro es algo que siempre me ha intrigado, ya el resto lo inventé. Es mitad verídico.
es muy buena la historia . redactas muy bien tus cuentos . sigue así.
Gracias Nicky!
estuvo muy bueno
Me alegra que te gustara! Gracias, samuel.
esta chato
Si se murio,entonces como lo escribio,eso es mentira, cuentos de mentira todo inventado