América Latina es muy reconocida por poseer algunos de los relatos de horror más macabros alrededor del mundo; aunque pocos tan espeluznantes como las leyendas mexicanas, que cobran vida en cada uno de los estados de la república con apariciones fantasmales, lugares de pesadilla y criaturas que han inspirado un miedo absoluto en generaciones.
Las siguientes, son cinco leyendas de terror de Hidalgo que se siguen contando en diversas ciudades del estado. ¿Alguna de ellas te dejará sin dormir esta noche?
La bruja
En las zonas rurales de Hidalgo, es mucha la gente que cree que hay brujas que adoptan la forma de bolas luminosas por la noche, y andan cazado niños a los cuales chuparles la sangre. Esta superstición proviene de una vieja leyenda que cuenta lo siguiente.
En el pueblito de Singuilucan, dentro de una pequeña casa de adobe, vivía un campesino con su esposa, de la cual se había corrido el rumor de que era bruja. Él trataba de ignorar estas habladurías, pero cuando sus compadres le dijeron que la mujer le guisaba su comida con sangre de recién nacidos, empezó a preocuparse.
Una noche llegó a su hogar fingiendo estar muy cansado, por lo que le dijo a su mujer que se iba a dormir.
—Me acostaré contigo en cuanto termine de preparar tu comida para mañana —le dijo ella.
Curiosamente siempre le guisaba fritangas, que son tripas bañadas en salsa de tomate, y que normalmente, se cuecen con sangre.
Fingiendo estar dormido, el hombre se puso a espiarla por una abertura a través de la sábana, mirando con horror como se arrancaba una larga hebra de su cabellera negra y la ataba alrededor de una de sus piernas. Esta se desprendió limpiamente de su cuerpo y cayó al suelo, convirtiéndose ella en un guajolote que salió volando por una ventana.
Rápidamente, el campesino tomó la pierna y la ocultó. Cuando la bruja regresó, cargando en su pico una tripa rebosante de sangre, no pudo encontrarla ni volver a su forma humana.
Por la mañana fue quemada en una hoguera por los horrorizados vecinos del pueblo.
El niño del Charcón
Entre los estados de Hidalgo y Querétaro, discurre un río conocido como «El Charcón», cercano a un camino por el cual no conviene conducir de noche. Las personas que lo han hecho, cuentan que se aparece el fantasma de un niño que murió allí hace muchos años.
Dice la historia que iba un comerciante de Tecozautla intentando cruzar el arrollo, sentado en una carreta jalada por su vieja mula. Ya había anochecido y la oscuridad era total. Angustiado por no ver nada, el hombre apuró al animal y este salto asustado, soltándose de la carreta y ocasionando que esta pasara encima de un obstáculo en el sendero.
El comerciante se cayó y se golpeó la cabeza, quedando inconsciente. Cuando despertó, se dio cuenta de que había un cuerpo tirado a poca distancia del suyo. Reconoció entonces a un niño muerto, había sido atropellado por la carreta y de su cráneo manaba un hilo de sangre.
Asustado, el sujeto lo tomó en brazos y decidió enterrarlo a un lado del camino, antes de proseguir el camino de regreso a su pueblo.
Desde entonces, ese chico aparece ante los automovilistas, con la mirada perdida y cubierto de sangre. No es bueno recogerlo, ni mirar por el espejo retrovisor una vez que se ha pasado de largo. Si lo haces, podrías morir de terror al descubrirlo sentado en el asiento de atrás.
La dama de la Casa Grande
En 1766 vivió un hombre conocido como el Conde de Regla. Su nombre era Pedro Romero de Terreros, poseía una gran fortuna y numerosos bienes inmuebles, entre los que destacaba una enorme y bonita hacienda de Real del Monte, con su propia huerta y un espléndido jardín. A pesar de ello, las personas que ahí trabajaban estaban muy asustadas, pues todo el tiempo escuchaban ruidos extraños, como de cadenas arrastrándose.
Una noche, dos mineros regresaban de trabajar cuando volvieron a escuchar aquel ruido en la Casa Grande. Al acercarse para buscar el origen se llevaron un gran susto, pues encontraron dos esqueletos. Uno de ellos pertenecía a doña Marina Catarina, antigua señora del lugar, y el otro a su hijo, al cual le habían encadenado un yunque que impedía que se escapara. Ambos fueron sepultados y el lugar bendecido.
Se dice que desde entonces, los ruidos sobrenaturales cesaron.
El crimen de «La Pasadita»
Esta leyenda se remonta a los años veinte, dentro del barrio El Arbolito. Esta colonia cuenta con numerosos callejones, uno de los cuales era apodado como «La Pasadita». Al fondo de este pequeño pasadizo, vivía una pareja de ancianos en un cuartito muy modesto, al frente del cual habían puesto una tienda con el mismo nombre.
Desde allí vendían y fiaban aguardiente a los mineros, que a diario acudían a comprar después del trabajo. Si bien vendían mucho, los viejitos se distinguían por vivir con mucha austeridad. Siempre llevaban las mismas ropas remendadas y comían muy poco. No se permitían salir ni gastar en diversiones. Hasta cuando iban a misa, lo hacían primero el uno y después el otro, ya que alguien siempre debía quedarse a cuidar la tienda, por si les robaban.
A pesar de su apariencia, los vecinos decían que eran muy ricos y que seguramente habían ocultado su fortuna bajo el piso o detrás de las paredes de su cuarto. Tales rumores fueron escuchados por una pareja de maleantes, que una noche acudieron a asaltarlos.
Fue un crimen abominable. Los ancianos intentaron defenderse y los ladrones terminaron por asesinarlos, metiendo el cadáver del viejo en el baúl de un rincón. Como su esposa no cabía, a ella la dejaron tendida sobre el suelo, en medio de un charco de sangre. Entonces se pusieron a buscar.
Se alegraron de encontrar una olla inmensa, enterrada y llena de monedas de oro. Al instante comenzaron a llenarse los bolsillos, sin embargo, la olla no terminaba de vaciarse. Al final optaron por cargarla entre ambos y salir de ahí antes de que amaneciese, pero al salir por la puerta de atrás, el recipiente se les cayó y se regó por toda la callejuela.
Nerviosos, tomaron cuanto pudieron y huyeron. En el camino las mondas se les caían de las manos y los bolsillos, dejando un reguero que atrajo la atención de la gente y condujo a la policía hasta su paradero.
Solo cuando los encontraron, con las manos vacías y las ropas manchas de sangre, fue que confesaron su crimen.
Los cuerpos de los ancianos fueron recogidos para recibir cristiana sepultura y a los ladrones los ejecutaron. Sus cuerpos fueron empalados a la entrada de La Pasadita, para escarmentar a otros posibles asesinos y malhechores.
La mujer de negro
En la carretera que va desde Pachuca a Real del Monte, se ha avistado una escalofriante aparición que, según se cuenta, ya ha espantado a más de un conductor por las noches. Todo comenzó en la década de los 50, cuando se comenzó a reportar la presencia de una extraña mujer vestida de negro, cuyo rostro se ocultaba detrás de un tupido velo.
Una de aquellas noches, Juan Torres, taxista de profesión, conducía de regreso por aquel camino cuando notó como la susodicha le hacía una seña para que se detuviera. Desconociendo la leyenda, é decidió ayudarla y le permitió subir al auto.
—¿Para dónde va, señora?
—Lléveme al Panteón Inglés a Real del Monte —respondió ella desde el asiento trasero—, ahí hay alguien que me está esperando.
Extrañado, pues ya era muy tarde como para querer al cementerio, Juan retomó el camino. Durante el camino intentó hacer conversación con la desconocida, pues no dejaba de tener la sensación de que algo andaba mal. No obstante, ella no le contestaba. Al llegar a su destino, Juan respiró aliviado; se moría por perder de vista a aquella tenebrosa mujer.
—Ya estamos aquí, señora. Van a ser cien pesos por el viaje… ¿señora?
Juan miró hacia atrás y se llevó un susto al ver que la mujer no estaba. Era imposible, en ningún momento la había escuchado bajar. Nervioso, miró hacia el panteón, que tenía las puertas cerradas. Sin embargo, a lo lejos, pudo ver como la dama de negro caminaba en medio de las tumbas y se desvanecía.
Aterrorizado, el taxista huyó a toda velocidad de ahí. Nunca volvió a recoger a nadie en la carretera de noche.
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