México es un país rico en cuentos de espantos y lugares encantados. No por nada, cada uno de sus estados cuenta con historias espeluznantes, que hasta la actualidad continúan provocando pavor en las nuevas generaciones. La capital del estado de Jalisco por ejemplo, ha visto acontecer en sus calles varios sucesos paranormales que se han convertido en leyenda. Mismos que estamos a punto de relatarte.
Sigue leyendo y conoce el lado más oscuro de una de las mejores ciudades de México, descubriendo estas escalofriantes leyendas de terror en Guadalajara.
La fuente de las culebras
En el cercano municipio de Tapalpa se puede visitar una fuente de piedra, adornada con cuatro culebras. Cuenta la leyenda que hace cientos de años, en pleno siglo XIX, había unas comadres que lo único que hacían era hablar mal de la gente a sus espaldas y armar todo tipo de malentendidos. Siempre tenían la costumbre de sentarse a platicar en esta misma fuente, para intercambiar cotilleos. Por eso todos las llamaban Las María Lenguas.
Un día, un indio de nombre Macario se acercó a beber a la pila y las escuchó soltando sus chismes.
—Señoras, deberían dejar de expulsar tanto veneno por la boca –les aconsejó—, nada bueno espera a quienes solo se dedican a difundir calumnias de los demás.
—¿Tú que vas a saber, indio metiche? ¡Lárgate y no vuelvas a hablarnos!
Macario se agachó para tomar un poco de agua de la fuente y mojó con ella a las mujeres, pronunciando una antigua maldición en otomí, la lengua de su pueblo.
Al instante, las malvadas se transformaron en culebras y a partir de entonces no pudieron volver a dejar la pila, recordando a los buenos habitantes de Tapalpa, porque es prudente callar lo que pensamos o creemos saber de los demás, cuando no es algo bueno ni verdadero.
El reloj de la muerte
Esta es una de las más macabras leyendas de terror en Guadalajara y tiene lugar en el Hospicio de Cabañas, hermosa construcción que sigue siendo orgullo de la ciudad. Desde 1810 y hasta la década de los 80, albergó a muchos niños huérfanos. Sin embargo había un detalle macabro que a todos inquietaba.
Y es que, poco después de ser inaugurado, instalaron un reloj que no funcionaba del todo bien. A menudo se detenía, fuera de día o de noche, en ninguna específica y sin seguir un patrón definido. Esto extrañaba muchísimo a los encargados del hospicio, pues por más que intentaron encontrar explicación, el aparato no mostraba ningún desperfecto. Mientras tanto los niños del hospicio empezaron a morir con tanta frecuencia como ocurrían las averías.
Las monjas no tardaron en darse cuenta de que ambos hechos estaban relacionados: cada vez que el reloj se paraba, un niño lloraba y se moría sin remedio.
Finalmente, se mandó remover el reloj en 1952 y fue destruido para alivio de las pobres criaturas.
La chica de la avenida Lázaro Cárdenas
Juan transitaba por Lázaro Cárdenas, quizá la avenida más transitada de Guadalajara, sin sospechar que esa noche se llevaría una desagradable sorpresa. Acababa de cruzar la salida hacia Chapala, cuando una mujer salió de no sabía donde, cruzando imprudentemente el camino e impidiendo que frenara a tiempo.
El hombre sintió como el capo de su coche chocaba contra su menudo cuerpo y a continuación, los huesos que se quebraban bajo sus llantas, en tanto ella exhalaba un grito desgarrador.
—¡NO! —alterado, Juan se detuvo y bajó para ayudarla, rogándole a Dios que no estuviera muerta. No quería ir a la cárcel.
No obstante, cuando miró debajo de su auto no encontró a nadie. Reviso la parte frontal del vehículo y comprobó que ni siquiera tenía una abolladura.
—Imposible —murmuró. Él mismo acababa de ver y de sentir como le pasaba por encima a aquella pobre muchacha, ¿o lo habría imaginado?
Asustado, Juan volvió a subir a su carro y arrancó a toda prisa. Tuvo suerte, pues él no era ni por asomo el único que había pasado por aquella experiencia. Claro que no todos habían vivido para contarlo.
Hasta el día de hoy, se dice que la mujer de la avenida Lázaro Cárdenas sigue acechando a quienes manejan de noche, para provocar los más terribles accidentes.
El árbol maldito del cementerio
Santiago era un joven con una enfermedad muy grave, que estaba prácticamente desahuciado. Su madre lo había internado en un hospital que se encontraba justo al lado del Panteón de Belén y aunque los doctores no querían darle esperanzas en vano, ella era muy devota y estaba convencida de que su hijo se iba a curar.
Todos los días rezaba junto a su cama y le pedía a Dios por su salud. Consiguió una medallita con su santo preferido y se la colgó en el cuello mientras estaba dormido.
Cuando despertó, el muchacho parecía estar fuera de sí.
Su voz se había transformado en un aullido grave y de ultratumba, se revolvía como un loco entre las sábanas, blasfemaba contra Dios y contra los ángeles y gritaba que quería quitarse la medallita.
—¡VETE DE AQUÍ! —le gritó a su madre, echándola de la habitación— ¡VETE CON TU DIOS Y DÉJAME MORIR!
Desconsolada, la mujer se fue a la iglesia más cercana para pedir por el alma de Santiago. Al volver no pudo encontrarlo en su cuarto. Rápidamente se le empezó a buscar por todo el hospital, antes de que una de las enfermeras les diera una escalofriante noticia. Santiago, poseído por el odio contra todo lo divino, se había escapado al panteón y allí se había colgado de un árbol con las sábanas de su cama, perdiendo la vida.
Ese árbol se cortó por ser considerado maldito pero aun hoy en día, hay quienes cuentan que se sigue viendo su sombra de noche y de ella, la silueta de un cuerpo colgado, que se balancea bajo una de sus ramas.
La casa de los perros
Según esta leyenda, Don Jesús Flores era un hombre muy acaudalado que vivió en pleno siglo XX. A pesar de haber cumplido ya 70 años, consiguió casarse con una muchacha de nombre Ana González, deslumbrándola con su fortuna y posición. Tras celebrar su boda se la llevó de luna de miel a Europa. Pero una tormenta se desató mientras estaban en alamar y la embarcación estuvo a punto de naufragar.
Aterrados, los esposos se hicieron una mutua promesa: si alguno de los dos salía vivo de ahí, tendría que recordar esa fecha todos los años y rezar por el descanso eterno del otro.
Por suerte el barco pudo ser rescatado a tiempo y Don Jesús y Anna llegaron a salvo a su destino. Al regresar a México, lo primero que hizo el marido fue comprar una casa para su mujer, la cual ella decoró a su gusto. Lo que más llamaba la atención eran dos esculturas de perros, que hacía colocado en el tejado como si fueran sus guardianes.
Tiempo después Don Jesús murió, dejando a Ana como heredera de sus riquezas. La joven se buscó un esposo más joven y apuesto, con el que se marchó de la casa que con tanto amor la había dejado su primer marido. A partir de ese momento, sucesos inexplicables comenzaron a ocurrir: había sombras que se paseaban en el interior de noche, susurros y escalofriantes sonidos de ultratumba.
De acuerdo con la leyenda, todo aquel que se atreva a pasar una noche allí y rezar un novenario completo junto al sepulcro de Don Jesús, recibiría aquella maravillosa casa como herencia. Pero, aunque muchos lo intentaron, nadie era capaz de completar la oración ni soportar los macabros ruidos.
En los años 90, el gobierno compró la propiedad para transformarla en el Museo del Periodismo y las Artes Gráficas. Los empleados juran que la actividad paranormal sigue mostrándose de noche.
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