Ubicado en el sur de México, el estado de Yucatán es famoso por su herencia maya, una de las civilizaciones más misteriosas y fascinantes en el planeta. Los mayas contaban con una mitología llena de dioses y seres hermosos que explicaban muchos aspectos de la naturaleza. Pero también hablaban sobre lugares malditos y criaturas terribles, que castigaban y aterrorizaban a los humanos sin mostrar piedad.
Estas son cinco leyendas de Yucatan de terror que van a ponerte los pelos de punta.
La X’Tabay
En la Riviera Maya y lugares aledaños, todos conocen la leyenda de la X’Tabay, una hermosa mujer mestiza que se aparece ante los hombres infieles, borrachos y abusadores, para darles su merecido. Se la describe como una muchacha de pelo largo y singular belleza, que siempre carga consigo un peine de espinas.
Ella atrae con su figura a los sujetos que deambulan por la selva, enloqueciéndolos de lujuria. Cada vez que alguno corre a su encuentro, ella finge escapar para que la persiguen. Lo que ninguno de ellos ve es que no corre, sino que va flotando sobre el suelo.
Al final del recorrido, la X’Tabay se detiene junto a una nopalera e invita a su víctima a acercarse a ella. Una vez que el hombre desafortunado la toma entre sus brazos, ella se transforma en un ser horrible con cuerpo de serpiente, cabeza de dragón y brazos espinosos, arrojándolo sobre la nopalera.
Todos los hombres que se han encontrado con ella han terminado muertos o sumamente heridos. Son pocos los que han sobrevivido a este espeluznante encuentro para poder contarlo.
El enano de Uxmal
En lo más profundo de la selva y muy cerca de la ciudad maya de Kabah, habitaba una anciana mujer, muy diestra en la magia. A pesar de practicar la hechicería, todos la respetaban puesto que nunca había hecho daño a nadie. La viejecita poseía un huevo el cual cuidaba con mucho amor y llevaba consigo a todas partes. Un día, el cascarón se rompió y de él salió un niño diminuto, al que ella adoptó como si fuera su nieto.
Pero el tiempo pasaba y el pequeñín crecía muy poco. Cuando se convirtió en un hombre rollizo y con barba, era prácticamente del tamaño de un niño. Era en realidad un enano.
Un día, mientras andaba por la selva, se encontró con un tunkul, el cual hizo sonar. Lo que él no sabía era que este instrumento anunciaba una tenebrosa profecía, la cual advertía sobre un inmenso mal que acechaba a los pobladores de la ciudad de Uxmal, muy cerca de Kabah. De inmediato su abuela lo llevó a hablar con el rey de dicha ciudadela, un hombre cruel que le pregunto que podían hacer para evitar que la profecía se cumpliera.
—Si quieres que te dé la respuesta, tendrás que construir un camino entre Uxmal y Kabah -le dijo el enano.
Y así se hizo. Cuando el sendero estuvo terminado, el enano le informó al rey que debía pasar una prueba para impedir la profecía. Tomó el fruto más duro que crecía en la región y le pidió que lo estrellara contra su cabeza. El rey así lo hizo pero el enano se mantuvo de pie.
—Ahora es mi turno —y cuando el hombrecito golpeó con la fruta la cabeza del rey, este se desplomó en el suelo, muriendo al instante.
Fue así como el enano se convirtió en el nuevo rey de Kabah y por muchos años, gobernó con justicia y bondad a sus súbditos. Sin embargo, al morir quiso aferrarse al plano de los vivos, y continuó reinando con absoluta maldad, torturando a sus súbditos y erigiendo efigies para los falsos dioses.
Cuentan algunos lugareños, que a veces aun se lo puede ver deambulando por las ruinas de Uxmal y es mejor no interponerse en su camino.
La Ekuneil
Ekuneil o la Cola Negra, es una serpiente del color de la ceniza extraordinariamente larga, cuya cola ancha y oscura, se bifurca en dos puntas monstruosas. Se sabe que habita en el monte, aunque baja con frecuencia a los poblados para hacer de las suyas.
La picadura de la Ekuneil es mortal para cualquier persona que tenga la desgracia de toparse con ella. Es especialmente el terror de las mujeres, pues las madres y los recién nacidos son sus víctimas preferidas. Su especialidad es detectar a cualquier mujer que esté amamantando a su bebé, entrando en su casa y acercándose de manera sigilosa. Cuando la víctima se da cuenta de su presencia es demasiado tarde. La serpiente introduce las puntas de su cola por sus fosas nasales, extrayendo toda la leche que producen sus pechos.
Después, el veneno mata lentamente a la madre y por ende al hijo, que sigue bebiendo de su seno.
Los Aluxes
En la mitología maya, los aluxes son duendes malvados y pequeños. Sus cuerpos son como los de los niños, pero sus rostros son feos y bastante avejentados. Eran temidos por su crueldad al castigar o perjudicar por pura diversión a las personas que vivían cerca de la selva. Entre sus actividades favoritas se encuentra robar a niños pequeños, enfermar a las personas pasándoles una mano por el rostro o agitar sus hamacas cuando duermen, y maltratar a los animales, arrojándoles piedras.
La única forma de protegerse de un alux, es obsequiándolo con ofrendas como dulces y comida. Entonces el duendecillo puede convertirse en protector, resguardando las milpas y cosechas de quienes obtengan su favor, y vengándose de los ladrones que se atrevan a hurtar sus frutos. A estos últimos suelen darles palizas terribles, que pueden llegar a matarlos.
El Manicomio de Mérida
José era un joven reportero que vivía en la Ciudad de México y estaba harto de hacer siempre el mismo tipo de notas para el periódico. De alguna manera logró convencer a su jefe de viajar a Mérida para investigar sobre un viejo manicomio, y preparar un reportaje espectacular. Se marchó muy entusiasmado y no sin antes despedirse de su esposa, quien le pidió que la llamara apenas llegara a su destino.
Al llegar a Mérida, estaba a muy pocos kilómetros del hotel en el que se hospedaría cuando el motor de su coche se averió. El joven se sintió frustrado. Estaba a mitad de la nada pero lo único que veía, era el deteriorado manicomio que parecía invitarlo a entrar, de manera siniestra.
El periodista prefería explorarlo de día, no quiso admitir que sentía miedo; como si algo estuviera mal en el ambiente.
Cansado, notó que un autobús se acercaba y fue hasta la carretera para hacerle señas de que se detuviera. Pero el transporte pasó de largo.
—¡Maldita sea! —masculló molesto, justo antes de que dos luces blancas cegaran su visión, haciendo que perdiera la conciencia.
Cuando despertó, José se encontró tirado a medio camino, mientras una mujer vestida de blanco lo examinaba.
—¡Menos mal que recuperó la conciencia! Por favor, venga conmigo al manicomio. Allí podré revisarlo mejor y podrá pasar la noche, todo va a estar bien. Soy médica.
Sin otra alternativa y aliviado de encontrarse acompañado, José aceptó y entró en el lugar. La mujer le prometió que por la mañana, le contaría como se manejaban las cosas en el lugar, algo que le sería de mucha utilidad en su reportaje. Una vez adentro, la doctora le señaló una cama sobre la que se quedó profundamente dormido.
Despertó a medianoche, sobresaltado por unos gritos macabros y desgarradores. Temblando de miedo y contradiciendo lo que le decía su deber como periodista, José se quedó donde estaba, ya que de todas maneras y como acababa de comprobar, las puertas estaban fuertemente cerradas.
A la mañana siguiente, durante el desayuno, le preguntó a la doctora quien había gritado y por que.
—Oh, eso. No es nada, no se preocupe. Por favor, quédese una noche más para que pueda recuperarse. Creo que todavía sigue afectado por el incidente.
No muy convencido, José volvió a aceptar la oferta, con la sospecha de que algo muy malo estaba pasando allí. Esa noche volvió a despertarse por aquellos gritos infernales, que le pusieron los pelos de punta.
Esta vez trató de escapar.
Dos miembros del personal lo descubrieron y lo arrastraron hasta una habitación en la que fue sujetado a una camilla, y sometido a una sesión de shocks eléctricos, que confundieron su cerebro. El periodista perdió la razón, comportándose como un muerto en vida a lo largo de dos semanas.
Finalmente logró recordar quien era, donde estaba y a su esposa. Aprovechando un descuido de la doctora, tomó el teléfono de su oficina y la llamó para pedirle ayuda.
—Amor, ¡eres tú? ¡Por favor, sácame de aquí! ¡Me tienen encerrado en el manicomio! ¡Ayúdame,! ¡Ayúdame!
—¿Qué clase de broma es esta? ¡Deje de molestar, señor! Mi marido murió hace dos semanas.
José escuchó como su esposa colgaba y a continuación, vio entrar a la doctora con una macabra sonrisa.
—Bienvenido al purgatorio, José. Este es tu nuevo hogar. Un hogar en el que habitarás eternamente.
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