Erase una vez un niño llamado Richard. Su padre Harold le había inculcado valores que lo estaban haciendo un hombrecillo de bien. Sin embargo, había una frase que el padre materializaba en su pequeño. El tenía la costumbre de jugar con insectos, pero vio muy mal que el chiquillo los juntara para que se pelearan entre sí y el luego terminaba de matarlos pisoteándolos.
Juegos de niños diría cualquiera ¿No es así? Pero el padre no lo tomaba de esta manera, el se hacía mentes de que realmente no podía dejar que si hijo hiciera estos actos o se convertiría en un asesino ruin. Por eso tuvo la idea de decirle una frase que marcaría para siempre su vida “Lo que matas, te lo comes”.
Mientras el niño pisoteaba los insectos el padre le miraba sonriente. Richard se detuvo a mirar como su padre estaba burlándose simuladamente de él. Extrañado le preguntó
- ¿Qué pasa papi?
- Lo que matas, te lo comes… Ahora debes comerte esos pequeños insectos ¡Cómetelos!
Pero el niño aún no comprendía esto que le decía el padre, apenas tenía 6 años, pero sabía muy bien que no tenía que comer ese tipo de cosas. Como el chiquillo no quería comerse estos insectos el padre le obligó hacerlos colocándoselos en un plato y acariciando un látigo que utilizaba su abuelo cuando era niño para darle castigos fuertes cuando se portaba mal con sus padres.
Con los ojos llorosos el niño se comió los insectos, estaba asqueado y no podía creer lo que su padre le había obligado hacer. Pero ya sabía que un incidente como estos no podía repetirse, era sencillo, no mataba y podía vivir feliz con su padre. El no era malo, su personalidad simplemente era realmente fuerte, el carácter tosco no podía llevarlo cualquiera, tan sólo su pequeño hijo al cual le encanta pasar tiempo con él.
2 años después mientras almorzaba sólo en el comedor notó la presencia de muchas moscas, por ello decidió ir en busca de una bota para matarle a un par y ahuyentar el resto. Que fortuna, pudo matar un montón, al menos 10 de estos parásitos cayeron al suelo. Que sorpresa que el último cayó justo enfrente de su padre.
El mismo le estaba mirando con los ojos fijos totalmente a él. Sonriendo macabramente recogió las moscas y las puso justo encima de su carne:
-¡Cómetelas!
– Papa, pero debe ser una broma, estas moscas saben feoooo
– Lo que tu matas te lo comes.
El hombre buscó el látigo y le pegó fuertemente a su hijo, obligando así que se comiera ese manjar de moscas junto a la carne y el brócoli que le había servido. El legado era claro y no podía traicionar a su padre con ningún tipo de animal en su presencia.
Pasaron los años, ya el chico tenía 14 y estaba contento con un nuevo perro que le había regalado su padre. Ambos pudieron tener un fuerte lazo de amistad, Richard fue al refugio con su padre Harold a adoptar a Hachi, un perro muy tierno que estaba en busca de dueños que pudieran alimentarlo y consentirlo por siempre. El padre de Richard es muy complaciente. Se ha encariñado mucho con el perro al igual que su hijo.
Transcurrieron tres años y Richard le pidió a su padre prestado el auto, era hora de salir con una chica. Su padre se sentía realmente orgulloso, El pequeño estaba creciendo, ya hubiera deseado que la madre estuviera viva para verlo crecer y convertirse en todo un hombre al igual que su padre. Como buen padre complació a su hijo, confiaba en el.
Pero el muy tonto llegó ebrio en la madrugada, metiendo el auto de retroceso a la cochera no se fijo que estaba hachi detrás y le ha pisado una pata, quebrándosela totalmente haciendo que el perro pegue un alarido que ha despertado a media cuadra. A pesar de que sólo le dio en una pata, el perro termino desangrado en la cochera. Hachi murió en cuestión de un par de minutos.
Richard estaba destrozado, ahora sólo se escuchaban sus llantos en la cochera. Miró el cuerpo de hachi y sabía que algo terrible iba a pasar si su padre se enteraba. Pero era demasiado tarde, no había pensado en eso cuando escuchó que su padre tosía frente a el con un bate en mano.
- Sabes cuales son las leyes de la casa ¿Verdad?
- Oh no padre, no me vas a obligar hacer esto ¡No con mi antiguo perro!
- Lo que tú matas, te lo comes.
Se llevó a su hijo adentro en casa para servirle un plato a media madrugada. Encendió el horno y puso a cocinar al perro. Increíblemente el joven estaba atónito, no podía creer la escena .Sabía que debía comerse a su mascota o si no su padre se molestaría con él. El pobre perro rostizado fue servido en mesa para que el chico se lo comiera.
Ante tan ruin escena el chico empezó a llorar, pero su padre agarró un pedazo del canino y se lo embutió en la boca. El se vio forzado a comer obligado para no dañar a su padre. Sabía que la única manera de acabar con esto era teniendo una fuerte pelea con el, pero en vez de ello prefirió satisfacer la petición.
Tras haberse comido el rabo y parte de su panza, el joven se había llenado. Su padre Harold estaba satisfecho con ello y guardó el resto por la mañana. Sin embargo, el joven tenía planeado escapar esa misma madrugada, por lo que al amanecer apenas su padre se fue a dormir intentó escapar. Pero vaya sorpresa se llevó cuando vio a su padre con el bate en la puerta de casa.
-¡Tu no vas a ningún lado!
-Déjame ir ¡Estás loco y demente!
El chico empezó a forcejear con el padre y terminó tumbándolo al piso, haciendo que se golpeara con una esquina de una mesa de vidrio en la cabeza, provocándole la muerte instantánea. Este hecho marcaría su vida por siempre El chico había cometido un suicidio, pero dentro de su corazón y en segundos después de haber hecho este acto inconsciente, una voz le carcomía diciéndole
“Lo que tu matas, te lo comes”
El chico prendió el honor, fue por un hacha y empezó a desmembrar a su padre mientras sonreía.
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