Una mañana, los tres gatitos se despertaron para encontrar tres cajas de regalo junto a sus camitas. Eran unos guantes muy coquetos que su mamá les había tejido especialmente para el invierno. Los gatitos se pusieron muy contentos y corrieron a darle las gracias.
—¡Feliz cumpleaños, mis queridos gatitos! —los felicitó ella con gran alegría— Miren que bonitos guantes les he tejido, un par de cada color para cada uno de ustedes: azules, verdes y rojos. Se verán muy bien con ellos y así ya no rasguñarán sus juguetes.
Luego de usar sus guantes por un rato, los gatitos salieron a jugar con sus juguetes y para poder hacerlo con más comodidad, se los sacaron. Pero tuvieron tan poco cuidado que rasguñaron cada juguete y entraron llorando con su mam{a.
—¡Mamá, mamá! Por quitarnos los guantes nuestros juguetes están todos rasguñados.
—¿Cómo es eso? Pues si no los reparan no les daré más estambre para jugar.
Los pequeños mininos fueron a por un poco de barniz y cubrieron los rasguños.
—Mamá, mamá, hemos arreglado nuestros juguetes y ahora vuelven a estar tan bonitos como antes —dijeron al terminar de reparar todas sus cosas.
Su mamá estaba muy contenta.
—Por ser tan buenos les voy a preparar un rico pastel de cumpleaños. ¡De chocolate! Su favorito.
Al rato, los gatitos extraviaron sus guantes y se pusieron a llorar de nuevo.
—¡Mamá, mamá! Hemos perdido nuestros guantes —dijeron en medio de maullidos.
—¡Qué gatitos más descuidados y traviesos! Si no encuentran esos guantes, no van a poder comer pastel.
Los pequeños se pusieron pues a buscarlos por todas partes, hasta felizmente los encontraron bajo sus camas.
—Mamá, mamá, ya encontramos nuestros guantes. Resulta que estaban muy cerca todo este tiempo —dijeron, volviendose a poner aquellas prendas diminutas.
De nuevo su mamá se puso feliz.
—¡Qué gatitos tan más listos! Sabía que no podían haberlos perdido de verdad. Les voy a servir una rica rebanada de pastel.
Los tres gatitos comieron golosamente su pastel de cumpleaños, que era de chocolate con deliciosas fresas. Pero con tan mala suerte que mientras lo degustaban, se mancharon sus patitas cubiertas con aquellos guantes, tan amorosamente tejidos.
—¡Mamá, mamá! —lloraron— Nos hemos manchado los guantes de pastel.
La madre los miró con el ceño fruncido.
—Eso está muy mal, mis gatitos. ¡Yo que con tanto cariño se los tejí! Y miren como se los han dejado, no sé ya si esas manchas se vayan a quitar tan fácilmente.
Los pequeñitos lloraron al ver a su mamá tan disgustada y corrieron a lavar sus guantes. Tallaron y tallaron con sus patitas el jabón sobre la tela, hasta que toda la suciedad hubo desaparecido y volvían a verse tan nuevos como antes.
—Mamá, mamá, hemos lavado nuestros guantes y han quedado relucientes de limpios —le dijeron al terminar.
Y la madre sonrió.
—Qué gatitos tan amorosos tengo, tan bien portados. ¿Pero qué veo por ahí? ¡Es un ratón! Vayan a por él.
Y los tres gatitos se fueron a cazar.
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