Cuentan que hace mucho tiempo, en la era de los dioses, existió en la Tierra una joven mujer llamada Medusa, cuya hermosura no tenía límites. Tenía un rostro precioso y unos ojos verdes que recordaban a los más profundos bosques, una voz musical y un andar tan grácil y delicado, que ninguna princesa se le podía comparar.
Medusa era una joven amable con todo el mundo y que despertaba admiración a donde quiera que fuera.
Un día, pasó justo al lado del océano en donde habitaba Poseidón, el dios del mar, que tenía su morada en las profundidades. Cuando él miró a Medusa por primera vez, cayó perdidamente enamorado de su belleza.
Desde ese entonces, a menudo abandonaba el mar para ir a buscarla y tratar de ganarse su corazón. Le hacía regalos fabulosos, como preciosas peinetas de coral y perlas auténticas, túnicas hechas con tejidos submarinos y tesoros que encontraba en las embarcaciones hundidas.
Pero a Medusa nada de esto le importaba, pues no era una chica que ansiara cosas materiales. Para ella lo más valioso era su libertad y no deseaba contraer matrimonio con nadie.
A menudo rechazaba a Poseidón amablemente, repitiéndole que no estaba enamorada de él. Sin embargo, conforme los días pasaban él se ponía más insistente y cada rechazo de la muchacha le hacía encapricharse aun más con ella.
Llegó el momento en que el dios de los mares, cansado de las negativas de Medusa, urdió un plan para poder atraparla y llevarla con él al océano. La sorprendió mientras dejaba una ofrenda en el templo sagrado de Atenea, la diosa de la sabiduría, a quien respetaba mucho. No obstante nada de esto le importó a Poseidón.
Profanó el lugar con lujo de prepotencia y capturó a la joven con la intención de convertirla en su reina.
Esto molestó muchísimo a Atenea, quien decidió darle una lección al arrogante dios. Con un movimiento de su mano, hizo que los cabellos de la muchacha se convirtieran en serpientes venenosas que trataron de morderlo.
Y sus ojos, tan verdes como dos esmeraldas, ahora poseían un poder funesto y asombroso: todo mortal que se mirara en ellos, estaría condenado a ser de piedra por el resto de la eternidad.
Medusa se transformó en un ser sin alma y con un odio infinito por los hombres, dejando atrás a esa dulce mujer que alguna vez había sido.
Cuando Poseidón se dio cuenta de esto, retrocedió lleno de horror y Medusa aprovechó para volver a la superficie. Una vez allí hizo de una isla desierta su morada, que pronto se lleno de estatuas siniestras. Y es que los hombres que desembarcaban ahí, atraídos por su belleza, caían en la tentación de su mirada y se daban cuenta de la maldición cuando era demasiado tarde.
Y así habrían de pasar muchos años, antes de que llegara alguien que le pusiera fin a tanta desgracia. Mientras tanto, Medusa seguiría en ese lugar, clamando su venganza contra los hombres que eran demasiado egoístas.
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