Cuentan que esto sucedió en una urbanización de clase alta, hace muchos años, cuando los teléfonos todavía requerían de la asistencia de operadoras para pasar las llamadas. Una chica joven se había presentado en casa de sus vecinos para cuidar de sus tres hijos pequeños, mientras el matrimonio salía a cenar.
A la adolescente ya la conocían y le habían pagado en ocasiones anteriores para quedarse con los pequeños.
Esa noche, tras retirarse sus padres a su cita, la muchacha jugó un poco con los infantes como de costumbre, les dio de cenar y los acostó en sus habitaciones. Luego bajó a la sala de estar para ver una película, con un tazón de palomitas recién hecho.
Llevaba ahí un buen rato cuando el teléfono sonó, sobresaltándola. Pensando que serían los padres de los niños, se apresuró a contestar.
—¿Hola?
—…
—¿Hola? —repitió, sin escuchar nada que no fuera silencio absoluto al otro lado de la línea.
Pensando que se trataría de alguna equivocación, la chica estaba a punto de colgar cuando oyó una risa maliciosa a través del teléfono.
—¿Quién es? —preguntó.
Parecía ser la risa de un hombre y a ella le causó escalofríos.
—¡Payaso! ¡Deje de estar molestando! —espetó enojada y colgó con fuerza el aparato.
De seguro era algún chistoso que no tenía nada mejor que hacer que gastar bromas de noche, se dijo a sí misma, volviendo su atención a la película.
Veinte minutos después el teléfono volvió a sonar y al descolgar, la misma risa maniática le respondió. A estas instancias, la adolescente comenzaba a ponerse nerviosa. Emitió otro insulto y fue incapaz de distraerse tras haber colgado.
Su ánimo no mejoró cuando cinco minutos más tarde, la escena volvió a repetirse. Parecía que ese desconocido estaría acosándola toda la noche.
—¡Deje de reírse! ¡¿Por qué me está llamando?! ¡No lo conozco!
Tras soportar otro par de llamadas, la muchacha decidió marcar a la policía. La operadora le contestó que intentarían registrar la procedencia de las llamadas y se comunicarían con ella en unos instantes.
Cuando el sujeto volvió a llamar, lo único que pudo escuchar fue una grotesca respiración que la mantuvo en vilo por tortuosos segundos.
Esta vez, él fue quien colgó.
La siguiente llamada fue de la policía y la chica cogió el teléfono con manos temblorosas.
—¡Salga de la casa inmediatamente! —le ordenó la operadora— Rastreamos la llamada y proviene de la línea alterna de la vivienda en la que está, ya hemos mandado a un par de oficiales.
Aterrorizada, la niñera fue a buscar a los niños solo para encontrarse con una escena horrible. Cada uno de los pequeños yacía apuñalado en sus camas, con rostros deformados por el terror. Alguien los había asesinado mientras dormían, el mismo extraño que la había estado llamando desde algún rincón de la casa.
La joven salió gritando al escuchar pasos tras ella y vio una patrulla que se detenía en el jardín.
Cuando los oficiales entraron a registrar la casa, el asesino ya había escapado.
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