Había una figurita de plástico hecha en China, tan pequeña y humilde, que cada Navidad al poner el pesebre, la familia de la casa se olvidaba por completo de ella. Juanito, que era como se llamaba, siempre miraba con anhelo hacia el portal deseando estar cerca del Niño Jesús. Su corazón se llenaba de amor al ver como el bebé le sonreía y era así como año tras año, lo único que deseaba era estar cerca de él.
Aquella Navidad se colocó el Nacimiento como de costumbre y Juanito se quedó mirando a lo lejos. Sin embargo, poco después la Virgen María convocó a todos para darles una noticia.
—Esta noche, el Niño Dios va a salir para entregar regalos a todos los pequeños del mundo —dijo—, así que uno de ustedes va a tener que ocupar su lugar hasta que regrese, para que la familia no se dé cuenta de su ausencia.
De inmediato, todas las figuritas se ofrecieron voluntarios para llenar un hueco tan importante. Primero probaron con un angelito, pero aunque era casi tan bonito como el Niño, se notaba demasiado que no era él.
—Te hace falta llorar más como Jesús —le dijo la Virgen.
—Llorar no sé, yo solo cuido el portal de Belén —dijo el ángel.
Probaron entonces con uno de los pastorcitos, pero pronto se dieron cuenta de que tampoco era lo mismo.
—Tienes que sonreír más como Jesús —le indicó la Virgen.
—¿Pero cómo voy a sonreír como él? Si su sonrisa llena de luz y esperanza toda la habitación, y yo… yo ya tengo bastante con cuidar de mis ovejas.
La Virgen llamó entonces a los Reyes Magos y aunque uno por uno, trataron de reemplazar al Niño, tampoco dio resultado.
—Tienen que mirar con la misma inocencia que hace Jesús —les dijo la Virgen.
—Pero querida María, nosotros ya somos demasiado viejos —respondieron ellos—, podremos tener esperanza en la Navidad, pero ni aun así podríamos imitar esa inocencia única de los niños.
Justo en ese momento, la Virgen se dio cuenta de que Juanito los estaba observando y le sonrió.
—¿Y qué hay de ti, pequeñín? ¿Quieres intentar ocupar el lugar de Jesús en el pesebre?
—¿Yo? Pero mírame Virgen María, soy tan pequeñito y poca cosa, lo único que puedo ofrecer esta Navidad, es el amor que siento por el Niño Jesús, pues cada año lo único que ansío es sentirme más cerca de él.
A la Virgen se le iluminaron los ojos al escucharlo.
—Está decidido, ¡tú serás el Niño Jesús!
—¿En serio? —preguntó Juanito— ¿Pero por qué?
—Porque solo un amor tan puro como el tuyo podría imitar las lágrimas, la sonrisa y la inocencia del Niño Dios. Esa capacidad que tienes de amar sin esperar nada a cambio, te hacen justo como él.
Aquella Navidad fue la más feliz para Juanito, quien había aprendido una importante lección. Hasta las personas más humildes pueden ser como Jesús, si tienen un corazón puro y aprender a amar a sus semejantes.
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