Aquella noche, Emilia estaba decidida a convertirse en la reina de la noche. Solo tenía diecisiete años, pero gracias al elaborado maquillaje de su rostro, las zapatillas de tacón kilométrico que calzaba y el sexy vestido que resaltaba sus tempranas curvas, había conseguido entrar en una de las discotecas más populares de Bogotá. Claro estaba que además, la identificación de su hermana mayor había ayudado bastante.
Emilia era una adolescente muy impulsiva para su edad. Le encantaba vivir al límite y enamorarse de chicos interesantes, preferiblemente mayores que ella.
Fue por eso que no tuvo prudencia alguna cuando, desde la barra del lugar, un apuesto joven le sonrió y le guiñó el ojo, invitándola a tomar algo con él. Emilia acudió de inmediato y en medio de coqueteos, aceptó que le comprara uno, dos, tres tragos.
Instantes después se sentía eufórica, ambos bailaban sin control en la pista mientras la temperatura subía a su alrededor. Y entonces, todo se volvió negro para ella…
Cuando Emilia se despertó, le costó trabajo darse cuenta de donde estaba. Sentía la cabeza pesada y tenía la visión borrosa. Un instante después, se percató de que alguien la había atado a una silla y su visión nublada se aclaró, revelando que se encontraba en el centro de un escenario. Estaba en el interior de un teatro vacío.
—¿Hola? —musitó, asustada.
Trató de zafarse de las amarras, pero era inútil. Gritó pidiendo auxilio, pero nadie acudió. Luego de recordar lo último que había ocurrido en la discoteca, lágrimas acudieron a sus ojos. Ese tipo al que había conocido, debía haber colocado algún tipo de droga en su bebida, que la había dejado inconsciente.
De pronto, alguien entró por un lado del escenario. Era un hombre alto y vestido de negro, que portaba una máscara muy siniestra sobre el rostro y llevaba un cuchillo en la mano. También estaba arrastrando un soportecon una cámara de vídeo. Emilia gimió de miedo y en vano, intentó suplicar que no le hiciera daño. Más él no la escuchó.
Colocó la cámara frente a ella y la encendió para enfocarla.
Acto seguido, acercó la navaja a su rostro, deleitándose con su sufrimiento. Sintió que le hacía un corte en la mejilla y luego, una puñalada en el estómago. Aquella noche se convirtió en una velada llena de agonía para la pobre Emilia, quien murió lentamente a causa de sus heridas.
Su familia nunca supo que fue de ella, ni pudo encontrar su cuerpo.
En los años 80, se dio a conocer una leyenda de terror urbana en Colombia, que afirmaba que la filmación de películas snuff (cintas de tortura), era algo real. Peligrosas organizaciones delictivas secuestraban a personas en las noches, para grabarlas mientras eran torturadas y asesinadas, y vender dichos vídeos a precio de oro en el mercado. Inclusive se llegó a decir que muchas de estas grabaciones habían tenido lugar en el famoso Teatro Faenza, de la capital de Bogotá. Aunque esto nunca se comprobó, es verdad que este género sigue causando escalofríos en la vida real.
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