Cuentos Largos de Miedo

El Viento del Este (III)

Cuento enviado por John Christopher (fan del blog). Para leer el inicio de este cuento, haz clic aquí.

La Milla Opaca

1

El túnel se extendía en una larga línea serpenteante, los faroles que aluzaban el camino eran tenues como la luz a través de varias cortinas, claro que no se requería que hubiera gran potencia, tan sólo que delinearan el camino lo suficiente para el ojo humano. A Clara esto no le gustaba en lo absoluto, le parecía una tremenda estupidez, y más estúpido aún había sido no incluir en el vehículo luces… quien fuera el gran genio que había diseñado aquello, de seguro era un maldito idiota. A esto se le sumaba la maravillosa, e ingeniosa, velocidad de 45 km/h que alcanzaba aquella maldita ridiculez que se atrevían a llamar carro. Entre los faroles, lejos de su alcance, Clara creyó haber visto algo que no llegó a registrar bien por culpa de Ellie.

–Dann está dormido. Es un maldito flojo, ¡Por eso le va como le va en las escuelas!

–Déjalo… –replicó en un intento por zanjar el tema… no tenía la más minina gracia… «

James… –pensó. »

–¡Pero mamá, cómo puedes decirme que lo deje! ¡Después de todo lo que ustedes han hecho para que yo salga tan bien…!

–Entonces no te esfuerces. Punto. No quiero hablar de esto… no hoy…

–¿Es por culpa del tarado de James?

–¿Qué…? –algo…

–Te dije que debías enviarlo lejos, no tiene nada que hacer y es un inútil… igual que esté.

Clara detuvo el carro, se volvió y le plantó una fuerte cachetada a Ellie en el lado derecho del rostro… había comenzado a sentirse mal al ver aquellos ojos porcinos al borde del llanto cuando volvió a ver algo a lo lejos, era un brillo, sí. Eso era lo que había visto antes, el brillo de algún metal, agua, o de un vidrío. No era algo por lo que alarmarse.

–Escucha –comenzó–, tener hermanos es algo muy difícil y no siempre es una experiencia de risas. No me gusta que hables así de tus hermanos, son las únicas personas que estarán para ti, siempre sin importar qué; no es justo para ellos que los menosprecies de estar forma y los ridiculices de forma tan… tan canalla.

–¿Tan culera? –Clara se quedó sorprendida–. ¡Dilo, vamos! ¡Los trato de forma culera! ¡Dilo!

–Que esta sea la última vez que te escucho decir eso.

–Sí –dirigió su rostro hacia la oblicua oscuridad al otro lado del camino–, como sea.

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2

Los dos intentos de iniciar una conversación, que en realidad fueron poco más que un suspiro y voltear a ver a su hija para saber lo que está hacía, habían sido sustituidos por los recuerdos de su madre. No era del todo bueno, hubiera preferido recordar otras cosas pero la memoria no siempre opera según los requisitos del operador, a veces simplemente dispara cosas en los momentos menos oportunos, era como estar en piloto automático y Clara lo detestaba.

Los primeros recuerdos vinieron de su infancia, ella y Yara corriendo por el parque al atardecer. Luego estaban aquellos pasajes por los cuales se veía obligada a reprimir el llanto y repetirse una y otra vez que todo aquello no había pasado. Entonces llegaron los dos recuerdos que más odiaba; su noche de bodas y las cobijas…

«No, no era eso… eso está mal… no eran cobijas –dejó descansar su cabeza sobre la mano apoyada en la frente–, eran sábanas, los últimos días se había estado cubriendo con –otro resplandor– sábanas. »

Yara había estado riendo, bromeando e, increíblemente, bailando. Todo estaba yendo de maravilla, o eso creía Clara, al final, cuando los invitados se habían retirado, había descubierto a Yara en el baño. La puerta estaba cerrada y por debajo de esta se escapaba un torrente de agua teñida, ligeramente, de un extraño color a oxido.

Abrir la puerta había requerido que Jim, con el permiso Sam, el dueño de la casa, destrozara el picaporte con un mazo. Yara estaba en el suelo de la regadera con un profundo corte en los labios y la muñeca izquierda. El desagüe estaba obstruido por ropa y cabellos plateados, también había una copa destrozada a un lado de la ropa que, con el cristal roto y la posición en que estaba colocada, parecía una rosa. Yara estaba desnuda y no para de reír, aunque había algo demasiado horrible en aquella risa y en todas las palabras que dijo esa noche.

–No importa –comenzó.

–¡Basta, por favor! ¡Estás ebria, deja que te llevemos a…!

–¡Mi querida hija, jamás has estado tan mal en tu vida! ¡No he probado una sola gota de alcohol hoy…! A decir vedad no he tomado una sola gota de alcohol desde lo de tu padre.

–¡Mamá, por favor…!

–Ya que importa… pronto descubrirás que esto ya no importa nada.

–¡Estás desnuda!

–¡Tienes toda la razón, lo estoy! ¿Y qué? ¿Crees que a tu esposo le gusta lo que le ve? Una maldita bolsa repleta de pliegues que ya nadie quiere… una bolsa llena de cosas negras que crecen y crecen. ¿Crees que les importa?

–¡No es por ellos!

–¡Entonces hazlos salir y sácame tú de aquí!

Hubo silencio, uno demasiado largo y demasiado hosco. Finalmente Clara cedió y se quedó a solas con Yara.

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–Escucha esto, hijita, no me importan ellos, no me importa esto, no me importa nada. Ni siquiera me importa mi desgraciada dignidad, si eso es lo que te preocupaba.

–¿Cuánto tienes aquí?

Yara se encogió de hombros, el corte de la muñeca estaba envuelto con un trozo del vestido color perla que había usado por una par de horas esa noche.

–¿Intentaste…?

–Sí. Pero no pude, ni siquiera pude hacer eso bien, soy una maldita cobarde.

–Mamá, ¿Qué está pasando?

–Que importa, vamos, sácame de aquí. Tengo frío.

–Era mí…

–Lo sé. Pero no lo siento y no me importa, ya se ha terminado… en verdad todo se ha terminado ya. Él viene.

Luego, cuando James había nacido en medio de un resplandor, la vió de nuevo y por última vez. Estaba calva, demasiado delgada y su piel había adquirido un malsano tono grisáceo.

–No sufro… me estoy muriendo; cada día mi piel se reseca más y mis cabellos se caen de mi cabeza. ¿Quién diría que con toda esta tecnología no se podría superar los efectos de la quimio? Despierto con temor cada día a verme en aquellas superficies… no quiero ver mi rostro descompuesto por la pena que me tengo… no quiero saber nada que no sean estás sábanas con las que arropo mis miedos y verdades… esto es lo que soy y eso es lo que seré –señaló, con esa desgastada rama que tenía por dedo, hacia la línea que había marcado en la mesa–… es lo que todos nosotros seremos; la vida no tiene sentido a menos que logres hacer cosas realmente sobresalientes… no, no me mires así, sabes que lo detesto, no quiero tu lastima, guárdate la para tus hijos… ellos son los que apenas inician en este maldito recorrido de desilusiones. Si en verdad los amas has que sean algo de provecho para el resto del mundo porque te lo aseguro que, apenas mueras, apenas les des la espalda, todos los olvidaran, serán barridos por el implacable tiempo y nadie podrá siquiera remembrar cual era el nombre de aquellos tres críos hijos de la hija de otra desafortunada persona que el cáncer ha derrotado… quizá malinterpretes mis palabras, así que déjame dejarlas en claro: jamás venceré esta enfermad, de hecho ella ya me ha derrotado y echado mis restos en sus caros bolsillos de seda. Venimos a este mundo para sufrir, que nadie te diga lo contrario. El viento viene a llevarse todo a lo que más nos hemos aferrado durante nuestras vidas. Que nadie te diga lo contrario.

–Mamá… –Clara también lo estaba viendo, todo aquello que estaba al lado del camino, oculto entre las sombras, había decidido salir justo cuando el carro se detenía. La batería se estaba agotada, alguien lo había usado recientemente«James…». Giró la llave, sabiendo que no funcionaría, y espero mientras aquello se acercaba. El gemido comenzó como un suave ronroneo que pronto se convirtió en una especie de grito.

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3

Los destellos plateados comenzaron a brotar en cientos de pares, aquel maldito gemido se estaba volviendo más profundo, como si fueran más voces las que estuvieran haciendo ese desgraciado coro infernal que se extendía como un manto. Clara, con el corazón en la garganta, volvió a girar la llave y presionar el botón de encendido: nada. Lo peor de aquello eran los sonidos que faltaban; no había ni un solo registro de pisadas, mucho menos de que algún mecanismo se moviera, ni siquiera el sonido del agua que pudiera acarrear trozos de vidrios que reflejaran la luz. Su mente, alterada, comenzó a procesar cosas que más tarde juraría fueron ciertas, estaría totalmente segura de ello.

Primero, como una re-afirmación de que aquellos brillos comenzaban a acercarse, las tenues luces comenzaron a parpadear y una profunda y grave voz se unió a aquellos quejidos para formar una sinfonía rota. Luego comenzó a imaginarse a los seres que estarían entre aquel negro manto, vio cosas con una piel llena de ampollas y heridas supurantes, pudo sentir el olor a pescado podrido en el aire y sentir como unos dedos llenos de cayos, sin uñas, y de un malsano color pardusco, se deslizaban por su largo cuello, enredándose como una víbora se aferrara a un árbol para arrebatarle la vida lentamente. Pudo ver aquellos ojos que, a la luz de jodido carro, serían tan negros como la oscuridad de un profundo pozo, pero que brillarían como lo haría el agua al fondo de este pozo cuando la luz lo rozara. La respiración, tajante e inconstante, de aquellos seres se pasearían por todos sus cuerpos mientras hacían con sus hijos lo que quisieran. Violarían a Ellie, lo harían en grupos con deformes miembros bicéfalos mientras sonreían con esa cara de retrasados subnormales… posarían aquellos dientes de serrucho sobre la piel para arrancarla, triturarla, masticarían con el asqueroso sonido (tujsh-tasckj- tujsh-tasckj- tujsh-tasckj) para tragarlos.

–¡Mamá…!

¡Iban a comerlos, iban a matarlos!

–¡Y que nadie te diga lo contrario, cariño!

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4

Ya había pares de ojos a decenas, todos ellos avanzando hacia a ellos. Podían correr, aún había tiempo, aún había oportunidad ¡maldita sea!

–¡Mamá! –la voz de Ellie sonaba tan frágil.

Clara no quería voltear, no era corrector perder de vista aquellos ojos, pero lo hizo y se arrepintió de haberlo hecho: atrás, y básicamente en todas direcciones, había más ojos iluminados, los estaban rodeando en un amplio circulo que segundo a segundo se volvía más y más pequeño. Estaban cerca. Demasiado cerca para su gusto. Clara dio la espalda a los ojos que brillaban en la oscuridad, tomó a sus hijos y los abrazó mientras esperaba lo peor, algo que fue anunciado por el sonido de unos ágiles y delicados pies que se posaron en el capo, cerró los ojos.

Muuuuaaaaaaaauuuuuu

Aquello… Muuuuaaaaaaaauuuuuu… dio la espalda a sus hijos y, conteniendo la respiración, observó al gato, y a los otros tantos que salían a la luz, frente a ella.

Se sintió aliviada, y estúpida, al ver al felino que los miraba fijamente. Entre risas, y estupefacción, corrió al gato, quien no se fue hasta dar un bufido triunfal, y trato de encender el carro una vez más.

Luego, al tener poco éxito, tomó a sus hijos de la mano y recorrió el resto del camino a pie. La luz al final del túnel fue llegando poco a poco hasta que por fin salieron a un atardecer teñido de purpura, azul, rojo y amarillo. El único ruido que existía ahora era el de sus pies al pasar sobre guijarros, ramas secas y hojas aún más secas.

5

La puerta principal había producido un pequeño chirrido que duró solo unos segundos. Las luces se encendieron y Dann y Ellie entraron en la cabaña, buscaron la comida enlatada y cada quien se sirvió lo que quiso. Ellie comió duraznos el almíbar mientras que Dann se había decido por cerdo en salazón. Clara entró cuando Ellie y Dann ya habían terminado de comer y cada uno se había ido a una habitación.

Dann estaba recostado en la cama, la habitación era cálida y pequeña. De las paredes colgaba dos pequeños libreros vacíos iluminados por la luz blanca que salía de las esquinas de la habitación.

Las tablas del techo tenían grabados que oscilaban entre sí formando ideogramas a base de círculos y hexágonos, además de ser complementados por líneas rectas, zigzagueantes, onduladas y el ángulos, así como figuras menores que representaban tanto al sol como a la luna en diferentes fases. En el centro de cada tablón, y de cada ideograma, había un ave que miraba en dirección de la cama o, en este caso, hacia Dann. La luz comenzó a menguar mientras de las esquinas un líquido ámbar comenzaba a salir a chorros y caía sobre el suelo, los libreros, una mesita de noche, la ropa de Dann y su cara. El niño, más sorprendido que aterrado se sentó de golpe en la cama solo para ver a aquello con sus ojos violetas mirándolo directamente con una sonrisa que no era sino una fila de dientes rotos y podridos que emanaban un olor parecido al del pescado podrido. No había nariz y el contorno de los ojos no era más que la piel seca y agujerada, tenía la piel de un color que bien podría ser una mezcla entre un amarillo, un lila y un gris, enormes hoyos de cuatro centímetros de radio se extendían por sus brazos y columna, y en el pecho, sobre todo en aquello que podían ser unos pectorales, había otro par de hoyos; del derecho no asomaba nada salvo oscuridad y un sonido que indicaba una débil corriente de aire, mientras que del lado derecho un resplandor azul se asomaba tímidamente. De los otros hoyos manaba el mismo líquido que salía a chorros de la pared.

–Svizs zyeell iýyÿm szaddlâ zserhecse rheë i uym fämyuu.

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Acerca del autor

Jonathan Moreno

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