Cuento enviado por Diego Tsubasa (fan del blog)
Les envío esta historia escrita por mi y adjunto una imagen relacionada al tema. Si tiene un buen nivel y la publican, me mandan un mensaje devuelta.
Era una fría noche de invierno, el agua se congelaba, el aire estaba tan frío que podías sentir al respirar como en tu interior tu cuerpo se helaba cada vez más hasta pedir a gritos el calor.
Si bien la casa no estaba tan apartada y la luz inundaba casi cada habitación con las velas y chimenea, fue inevitable sentir para el que si se acababa la leña era quien tenía que salir a buscar más, puesto que sus padres estaban de viaje y se encontraba solo. Al tener esta sensación pensó, ‘’Aún queda leña para el resto de días, mis padres se encargaron de todo, saben sobre mis problemas con el frío y dejaron lo suficiente para esta semana”, por lo que pudo permanecer tranquilo el resto del día y dormir en paz durante la noche.
En la mañana del día siguiente, en la que tenía que asistir a la universidad, el joven verificó con inseguridad si la leña aún seguía ahí, si era suficiente y lo fue, viendo esto el tomo sus cosas y se fué.
Pasada las 5 de la tarde, el llega a casa y de inmediato enciende la chimenea, tenía frío, sus manos estaban rojizas y entumecidas, ya que había olvidado sus guantes en la universidad y para el eso era un problema porque su cuerpo era sensible al frío a niveles extremos. Estuvo ahí un buen rato para calentar su cuerpo y luego, se fue a su cama.
Eran ya las 10 de la noche cuando el se despierta con el cuerpo congelado, se da cuenta que no prendió las velas, por tanto su habitación estaba oscura y al haber dormido sobre frazadas y demases este sufrió las consecuencias. Como pudo fue a la sala principal, y para su sorpresa, todo estaba abierto, puertas, ventanas, nevera vaciada, sillones destrozados, sillas esparcidas y de alguna forma la chimenea estaba destruida.
Con rabia y preocupación dijo
-¿¡Que mierda pasó aquí!?, tengo que arreglar esto.
Corrió lo más rápido que pudo hacía donde la leña se encontraba y al llegar su temor fue aún más grande… no había nada.
Gritando y corriendo por toda la casa el exclamaba
-¿¡Dónde está!?, ¿¡DÓNDE MIERDA ESTÁ!?.
Luego de revisar cada rincón de la casa 3 o más veces se paró en el sitio menos congelado que encontró y dijo
-No hay… no hay nada, ¡NO HAY NADA!
En ese momento el sentía como su cuerpo y mente empezaban a explotar, ya no tenía control sobre las cosas, sabía claramente que sus padres no llegaban hasta dentro de 3 días y si bien como se mencionó anteriormente su casa no estaba tan apartada, la próxima estaba a 15 minutos a pie y considerando que durmió sin abrigo pasando frío toda la tarde, más la desesperación, el miedo y la inseguridad, el supo muy bien que no podría sobrevivir aquella noche.
Habían pasado 2 horas desde el momento en que perdió la compostura y el se encontraba aún en aquel rincón en donde se detuvo de buscar. La desesperación se había apoderado de el, ya no podía hablar porque el terror le había impedido cobijarse y su lengua estaba congelada, es más, no podía si quiera abrir la boca.
En el único momento de lucidez que tuvo durante esa fatídica noche, sintió como lenta y dolorosamente sus dedos se desprendían de sus manos, el había decidido luchar, sin embargo, ya era muy tarde. Sus manos ya sin la mayoría de sus dedos, no responden, no podía moverse, sus piernas estaban entumecidas, parecía un cuerpo inerte.
Había pasado una hora más y aún vivo, en sus últimos minutos y con los ojos abiertos sin posibilidad de poderlos cerrar debido al congelamiento de sus párpados, este se fija que en la casa habían movimientos extraños, no era realmente importante para el puesto que ya sabía su destino, le quedaban minutos y lo había aceptado.
De un instante a otro una extraña figura en 4 patas se abalanzó sobre el, y detrás de esta le seguían un par más. Era una manada de lobos, hambrientos, sedientos. Pasado un par de minutos el ya no podía más, los lobos lo estaban comiendo y al estar congelado y sin poder desangrarse, vio como parte por parte era devorado.
Al final había aceptado su destino, el de morir congelado, pero no pensó que la vida podía aún ser más cruel y darle semejante muerte. Sin poder cerrar los ojos, sin poder llorar o reaccionar, intentó enfocar su mente en lo único que lo tranquilizaba cada tarde, sentarse junto a la chimenea y dibujar… ¿Sus dibujos favoritos? Irónicamente, lobos.
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