-Entonces, ¿van camino a casa a desayunar en familia eh?, se ve que son una hermosa familia, tu papá seguro si es un caballero de verdad, ¿las quiere mucho no? – dijo Nicolás, pero no recibió respuesta, a decir verdad, notó que la alegría de Carolina se cortó de repente y empezó a caminar arrastrando los pies, no dio respuesta. Fernanda tomó la palabra:
-Bueno, si vamos a desayunar en familia, pero es un poco complicado ¿sabe?, mi esposo, el Juez, tiene muchos casos difíciles y casi nunca está en casa o llega a veces muy tarde. Cuando al fin lo tenemos con nosotras, está exhausto por el trabajo y siempre… bueno de un humor difícil. – la conversación se volvió un poco pesada e inmediatamente Nicolás interrumpió al rescate:
-Los hombres así somos, a algunos los ciega el hambre a otros el dinero. Pero el mayor tesoro siempre lo tenemos en nuestras casas, con nuestra familia. Estoy seguro que es un gran hombre pues usted es una gran mujer y su hija toda una princesa – tomó de la mano a la pequeña Carolina y prosiguió – seguro su esposo, un hombre joven, exitoso e inteligente le ha de consentir mucho, lo del estrés por el trabajo se le perdona a cualquiera, tratar con delincuentes no ha de ser cosa fácil.
-Usted, es muy bueno Señor Nicolás, me agrada mucho. ¿También tiene una hija como yo?, sabe, usted se ve igual de joven que mi mamá, mi papá es… – Fernanda no la dejó terminar, le apretó fuertemente la mano y Carolina supo que no debía terminar su frase, ambas siguieron caminando, ahora cabizbajas, Nicolás lo notó y decidió animar un poco la situación – ¿le puedo llevar de caballito Princesa Carolina? – la niña volteó a ver a su madre, Fernanda asintió la cabeza, una nueva sonrisa se dibujó en su rostro y la pequeña extendió los brazos para que la cargara su caballeroso acompañante.
-Con la bolsa y con mi hija, usted es un loco Nicolás – dijo Fernanda con renovada alegría. Finalmente estaban cerca de llegar a la casa del Juez Velasco, el semblante de ambas volvió a cambiar y del arcoíris de alegría que antes dibujaban, ahora solo existía un color, gris.
-Hemos llegado, ¿no le molesta si solo nos acompaña hasta aquí?, mi marido usted sabe, es de carácter fuerte y si nos ve llegar con usted pues … tal vez otro día que nos volvamos a topar …- dijo Fernanda mientras, con delicado gesto de madre, bajaba de los hombros de Nicolás a su pequeña.
-Lo entiendo perfectamente, la verdad solo les puedo decir que fue un placer acompañarlas, les agradezco que hayan confiado en mí, especialmente tú, pequeña Princesa Carolina, tienes la mirada más dulce que jamás haya visto – al terminar de decir esto, Carolina sonrojada le dio un afectuoso abrazo a Nicolás y le dijo – ojala tu fueras mi papá. – Nicolás “El Cuenta Cuentos”, ¿Algún día puedes escribir algo de mí? ¿Con castillos y dragones? – agregó Carolina. – Te lo prometo – respondió dulcemente Nicolás.
– ¡Carolina!, ¡qué cosas dices! – la sangre subió a las mejillas de Fernanda, se iluminaron de un dulce color rosa – Nicolás, le agradezco su compañía, vaya con Dios ¿sí?, nosotras … se nos hace tarde … disculpe… usted sabrá – tomó a su hija de la mano y presurosas apretaron el paso para llegar a casa. Era un vecindario lujoso, era de gracia el contraste que había entre esa calle llena de color, flores y árboles, con la calle donde vivía Nicolás, tres cuadras abajo, el cual era un vecindario triste, sucio y gris, se notaba la diferencia de clases. Nicolás se quedó parado observando cómo se alejaban sus nuevas amigas, no pudo evitar sentir un afecto enorme por ellas
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