Suspiró y se sentó en la banqueta de enfrente, recargó sus brazos en las piernas, estaba incómodo, deseaba entrar a esa casa y salvar a esas pobres mujeres.
-¿Y la justicia mi Señor? – pensaba mientras observaba con tristeza aquella casa, el vecindario era muy tranquilo, solo se escuchaba el cric-cric de los grillos y el viento correteando de vez en vez por la calle, hacía frío, después de todo era invierno y se notaba.
De repente se escuchó a lo lejos a alguien cantando. Era muy noche y el canto no parecía tener sentido, más bien era como un balbuceo con palabras al azar. La noche estaba tan silenciosa que el canto resaltaba notablemente.
-Seeeeñogggr ten pihhddaaad de gnooogsooooooootrrrooos – decía la voz, la cual se hacía cada vez más audible conforme se acercaba el sujeto. Una figura gorda, con una calva brillante que reflejaba la luz de la luna.
-Eres tú – dijo en voz silenciosa Nicolás para sí mismo – Señor, ¿eres acaso tú el que me mandas al cordero para que aplique tu justicia? Apretó los puños, se levantó de la acera y se dirigió cuidadosa y lentamente al sujeto, era el Juez Velasco, no cabía duda, su voz, la calva, la panza… no podía ser otro, se veía festejado, ebrio, al acercarse más notó que su camisa blanca estaba desabotonada y llena de labial, apestaba a whiskey caro, lo podía oler a metros, era un miserable sádico que se sentía invencible, Nicolás se acercó:- Su Señoría, ¿Juez Velasco? – preguntó mientras le veía sus ojos amarillentos, como de dragón.
-Así eeees amigo, ¿pero tu quién diablos eres? – contestó el juez.
Nicolás no respondió, se quedó parado frente a frente contra el juez, no lo dejaba avanzar, se interponía decididamente en su camino.
-¿Qué eres estúpido?, contéstame o apártate – replicó el juez, empujando con su mano el hombro de Nicolás, quien seguía mirándolo fijamente con una mirada fría, gris, era una persona totalmente distinta, en ese momento no tenía nada de agradable, se podía sentir el calor del fuego que lo quemaba por dentro. El Juez Velasco se detuvo, observó a Nicolás fijamente mientras se tambaleaba, y empezó a reir:
-Jaaa j aja! Veo que si eres imbécil, apártate ya si no quieres que te meta a la cárcel, ¿si sabes quién soy yo? Yo soy la ley y la justicia– dijo el Juez. Nicolás no respondió, su cara estaba pálida, como un muerto viviente… no reaccionaba, parecía que estaba en una especie de trance. En su mente, recordaba los ojos grises de Carolina, su sonrisa, la de Fernanda, eran buenas personas… recordó a su madre Ana, los ojos del Teniente, las tremendas golpizas que recibían… finalmente, Nicolás recobró la movilidad, puso su mano en el pecho, como buscando algo importante… tomó una de las plumas que siempre llevaba consigo y la apretó fuertemente con su mano, tan fuerte que parecía que la pluma no resistiría tal presión y se rompería. -¿Qué quieres un autógrafo imbécil? – dijo el Juez mientras se burlaba de Nicolás, pero sus carcajadas disfrazaban más bien miedo, no entendía a aquel sujeto que no le dejaba seguir con su rutina – ¿déjame ir quieres?, soy buena persona … ¿quieres dinero? – le dijo el Juez, mirando a Nicolás a los ojos, se quedó observándole desconcertado.
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