Muy Cortos

Venganza

Roque era el mendigo del pueblo. Al volver a su casilla por las tardes, disfrutaba parar en una plaza para tratar de atormentar a tres hermanitos, Romina de seis años y los mellizos Pablo e Iván de siete, que acostumbraban a jugar en ese lugar.
Su lado cruel lo tentaba indefectiblemente a hacerles alguna maldad, y casi siempre lo conseguía porque por el lugar no solía haber otros adultos para que repudien sus actos. Los asustaba con su ojo defectuoso, les quitaba una vieja pelota de goma con la que jugaban Pablo e Iván y se las pateaba lo más lejos posible, le pedía a Romina que mire su descuidada dentadura para asustarla, etc.

– ¡A ver si son tan buenos jugando a la pelota, a ver! ¡Déjenme enseñarles cómo se patea! – … – ¿No conocen la historia secreta de mi ojo izquierdo? ¡Mírenlo! Jajaja – … – Niña, no tengas miedo de mis dientes… ¿Ves algo malo en ellos!? Jajaa.

El malo de Roque se sentía con poder, nada menos que frente a tres niños indefensos. Pero algo llamaba su atención: por las noches solía soñar con ellos, los veía desde muy arriba, con sus caras asustadas… Y despertaba con una rara sensación de superioridad.

Una tarde de una lluvia muy fina, Roque se acercaba a la plaza y ahí estaban los tres, siempre tan buenos y tranquilos, a punto de marcharse hacia su casa por la llovizna.

– Esta vez se llevarán el susto de sus vidas – pensó, y aprovechó la tierra húmeda para cubrirse la cara con barro; empezó a acercarse a ellos imitando a un zombie o algo así, cojeando y con los brazos extendidos.

– Vengan conmiigooooooo… veeengan… – les gritaba.

Tal cual: se llevaron el susto de sus vidas. Pero el azar jugó en contra de los chicos, y ninguno de los tres reconoció a Roque detrás de esa imagen tan grotesca, ya que cruzaron a la vereda de enfrente y empezaron a correr muy asustados, siendo perseguidos por el falso zombie que persistía en su plan. Los hermanos corrían sin parar, sin parar ni siquiera al cruzar la calle en la esquina, donde un camión que venía a toda velocidad no pudo frenar a tiempo, al aparecer los tres tan de repente, y menos con el pavimento mojado y a esa velocidad… arrollándolos y matándolos en el acto. Al ver tan espantoso desenlace y aprovechando que no había sido visto por nadie más que por los tres desafortunados, Roque escapó al instante, aterrado, con su corazón a punto de salírsele por su boca: nunca había deseado algo tanto como estar, justo en ese momento, lo más lejos posible de ese lugar.

No volvió a pasar por allí durante mucho tiempo, por miedo a ser reconocido o acusado. Desde ese tétrico día, experimentaba una sensación nueva para él: remordimiento, algo que lo acompañaba todo el día. Sentía también un miedo abrumador a volver a soñar con los tres chicos, cosa que no sucedía desde esa fatídica tarde. Su único alivio era despertar por las mañanas sin haber soñado con ellos.

Pasado un tiempo, un día se dijo:

– Estoy cansado de esta culpa insoportable… Basta. Después de todo, no fue mi intención… Fue un accidente, nada más… No puedo dejar que algo que no quise que termine así, siga castigándome día y noche, ¡basta!… No soporto más esta culpa, ¡basta ya de esta porquería!

Y así empezó su nuevo día, con una sensación renovada.

– Y hasta volveré a pasar por ese lugar… para demostrar que me siento libre – se dijo.

Así lo hizo esa tarde; pero al llegar a la plaza, siempre tan vacía de gente y de miradas, de la nada se despertó un viento persistente y molesto… seguido de una lluvia muy fina.

– Pero… estaba tan soleado… Bah, ¡pura casualidad! Y no voy a dejar que una casualidad arruine mi vuelta a la paz.

Sin embargo, tuvo que irse enseguida, el viento y la llovizna se ponían cada vez peores. Esa noche quiso embriagarse en su casilla para festejar su nueva “normalidad”.

– ¡Por el viejo Roque! ¡Por volver a estar tranquilo y sin hacerme problemas! ¡Salud!

Al rato se acostó y se quedó profundamente dormido, ignorando el fuerte viento y el chaparrón que persistían afuera.

A continuación, se encuentra en la plaza viendo a tres niños que están uno al lado del otro, y que le dan la espalda.

– ¡Oigan, ustedes! – les dijo.

Los chicos se dieron vuelta y resultaron ser Romina, Pablo e Iván, muy sonrientes los tres.

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– Pero, ¿por qué están tan pálidos? Están despeinados y… y ¿lastimados?… Y su ropa rota, sucia, y manchada de… de san… ¿sangre?… – les decía.

Roque quedó inmovilizado del miedo al ver cómo los tres se le empezaban a acercar con una sonrisa siniestra.

– Ven Roque, ven a jugar con nosotros… tú siempre quisiste jugar… juguemos ahora… festejemos los cuatro – le decían.

Romina e Iván, ahora con una sonrisa angelical, tomaron a Roque de la mano mientras Pablo se preparaba para patear una pelota hecha con trapos sucios y ensangrentados, para que Roque la atrape y se la patee de vuelta.

– Mira amigo, igual que como nos enseñaste – le dijo Pablo antes de patear. Esa pelota salió disparada con tanta violencia, que le rompió una pierna a Roque, quien soltó un grito desgarrador de puro espanto…

– AAAAAAHH… ¡piedad!!… ¡Yo no quise que ustedes… yo…

– Pero, ¿qué te pasa que no te diviertes con nosotros?… somos tus amigos – le dijeron, a lo que Iván agregó, luego de arrancarse repulsivamente su ojo izquierdo y despedir un fluido grisáceo de su ya vacía cuenca:

– Mira, mira cómo me quité mi ojo para dártelo a ti.

– ¡Noooooo! ¡noo por favooor! – gritaba Roque con lo poco de aliento que le quedaba.

Iván incrustó su propio ojo dentro del ojo del inmovilizado viejo, quien sufría la más horrenda de las torturas…

– ¡AAAAAAAGHH!!

En su sueño, Roque sentía que iba perdiendo el conocimiento por todo ese sufrimiento horrendo, y vio a Romina acercársele a su rostro y decirle:

– Amigo, mira cómo están de fuertes mis dientes.

La niña mostró unos dientes horribles y repulsivos, desde una boca bien abierta y con una sonrisa puramente macabra, para terminar desgarrando la quijada de Roque a mordiscos.

– ¡Pero qué… AAAGHHHHHH – exhaló el mendigo, quien a punto de desvanecerse después de tan espantoso martirio, estaba dispuesto a dar su alma por poder despertar de esa pesadilla infernal. – Ya basta, por… por favor, basta ya de este castigo…

Quiero des… despertar, solo… solo quiero… despertar – decía.

– Pero queremos seguir jugando contigo – le dijeron los tres al mismo tiempo, esta vez con una voz fantasmal y por demás tenebrosa.

La noche siguió su curso. La fuerte tormenta no se detuvo… y la venganza tampoco.

Al otro día, para horror de los lugareños, el cuerpo de Roque fue encontrado destrozado al lado de su cama.

Venganza 1

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