El reloj marcaba las 4:03 de la mañana, cuando desperté en mi cama, gritando y con un sudor frío que corría por mi frente. Había tenido una horrible pesadilla.
En ella, una criatura extraña asesinaba a todos mis seres queridos, sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Tenía una estatura muy corta, pero era bastante voluminoso. Sus brazos en cambio, eran largos y alargados, casi como tentáculos, que acababan en unas garras curvadas y letales, muy parecidas a dagas. Lo más horrible creo yo, eran sus ojos: dos aberturas parecidas a las de una serpiente, que despedían un resplandor rojizo en medio de la oscuridad. En sus fauces, abiertas de par en par, exhibía dos hileras de dientes enormes que parecían cuernos.
No sé donde habré visto algo así. Seguro que no fue en una de esas películas de verano.
Sin embargo, ese ser me observaba de una manera que me helaba la sangre. Su sola presencia era profana, malévola. Sus ojos se clavaban en mí antes de terminar con la vida de quienes amaba, despidiendo una risa profunda y siniestra, como si mutilarlos con sus garras le proporcionara el mayor placer.
¿Y cómo sabía donde estábamos? Fue por que eso me engañó, pues tenía que ser astuto para atrapar a sus víctimas. Me tendió una trampa para que le dejara entrar en habitación, imitando la voz de papá y hablándome en medio de la noche. Debí intuir que algo andaba mal, desde que papá no es de los que se levantan de la cama a horas tan altas. Según me dijo, no podía entrar sin que le diera permiso y mientras me decía esto, oprimía el corazón de mamá en su puño como si fuera masilla. Luego emitió otra risa grotesca y comenzó a acercarse a mí, al tiempo que me echaba a temblar de manera violenta. Conforme se acercaba, sus garras arañaban el suelo dejando marcas en la madera y yo sabía que estaba perdido. Grité como nunca.
Fue en ese instante cuando me desperté. Miré el reloj fosforescente en mi mesita de noche, (lo único que podía distinguir en la oscuridad) y traté de recobrar el aliento. La hora era 4:03, igual que en mi sueño. Pero me encontraba a salvo.
Alguien tocó a la puerta y el miedo volvió a paralizarme por un instante.
—Cariño, te he oído gritar —dijo mi madre al otro lado, preocupada—, ¿estás bien?
En ese momento creí que podría desmayarme de alivio. Cuanto me reconfortaba escuchar su voz.
—Sí, no pasa nada —le respondí—, solo he tenido una pesadilla.
—Muy bien, cielo. Te he subido un vaso con agua —me dijo—, ¿lo quieres?
—Sí, puedes pasar —le dije, dándome cuenta de la sed que me había inundado en ese instante.
Apenas hube terminado de hablar, la consciencia volvió a mí por completo y me acordé de que era septiembre. Hacía dos semanas que había entrado en la universidad. Y ya no estaba en casa. Porque acababa de mudarme a los dormitorios del campus.
La perilla de la puerta giró…
¡Sé el primero en comentar!