Este cuento de terror es una adaptación de una vieja leyenda mexicana.
En medio de la noche, María se despertó al escuchar un sonido bajo pero persistente en medio de su habitación. Era la primera vez que dormía en su casa nueva, una construcción muy antigua ubicada en pleno centro de la ciudad. Sus padres le habían permitido escoger su dormitorio y de día, le había parecido que aquel no estaba tan mal.
Confundida, abrió los ojos y observando las siluetas que la rodeaban en medio de la oscuridad, atisbó una que era levemente iluminada por la luz de luna que se filtraba en la ventana.
La sangre se le heló. Frente a su cama yacía un hombre, colgando sin vida desde una cuerda atada en el techo.
María gritó aterrorizada, con tanta fuerza que sus padres acudieron de inmediato a verla. Cuando encendieron la luz, el difunto había desaparecido.
—Seguramente fue solo un mal sueño, mijita —la tranquilizó su mamá, pero ella no estaba tan convencida.
Con mucho esfuerzo, María volvió a dormirse pero a la noche siguiente, cuando volvió a oír aquel horrible ruido de algo que se balanceaba frente a ella, no se atrevió a abrir los ojos. Podía sentir que el hombre aquel continuaba en su habitación.
La situación se repitió todas las noches siguientes, al punto que la adolescente no pudo conciliar el sueño. Todo el tiempo mantenía las luces encendidas y se desvelaba, por miedo a aquella aparición.
Su madre, preocupada, decidió consultar a un sacerdote, quien al escuchar lo que sucedía, reflexionó.
—¿Dices que esa casa es muy vieja?
—Sí padre, mucho. Mi marido la acaba de comprar pero es una propiedad muy antigua, quien sabe cuanta gente habrá vivido ahí antes.
—¿No has considerado la posibilidad de que ese hombre que se le aparece a tu hija, sea un alma en pena?
—No, padre. ¿Cómo cree?
—La próxima vez que la muchacha lo vea, dile que le pregunte porque no puede descansar en paz.
La madre le dijo esto a María y, tras varias noches en vela, ella por fin se atrevió a mirar al difunto para hacerle la pregunta.
—Hace mucho tiempo que fallecí y mi prometida nunca se enteró. Ella creé que me marché y la abandoné como un cobarde.
Al oír aquello, María sintió tristeza por ese pobre hombre y le prometió que localizaría a su prometida para informarle de lo ocurrido.
Cuando amaneció, la chica le contó a su madre lo que había sucedido y juntas se las arreglaron para investigar quien era la chica con la que el muerto se iba a casar. Dieron con ella, ya convertida en una mujer madura y con su propia familia. Luego de contarle lo ocurrido, no daba crédito a lo que le decían esas desconocidas, pero tuvo que creerles cuando María le describió al hombre.
—Sí, él era mi prometido —dijo con lágrimas en los ojos—, no sabía que se había ahorcado.
A partir de entonces, las apariciones en el cuarto de María cesaron.
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