Corría el 22 de agosto de 1974, cuando Kerry Gaynor y Barry Taff, investigadores de fenómenos extraños, se encontraban dando una conferencia en Culver City, California, dentro de una librería. De pronto fueron interceptados por Doris Bither, una treintañera que aseguraba que su hogar se encontraba embrujado. Bither, quien era madre soltera de tres niños de diez, trece y dieciséis años, describió con lujo de detalle las cosas extrañas que acontecían en su domicilio.
Golpes, pisadas, ruidos, objetos que se caían sin explicación aparente; ella realmente estaba convencida de que algo más habitaba con ellos en el sitio. La mujer llegó a asegurar que además, había sido violentamente golpeada y violada en un par de ocasiones, sin lograr detener a su atacante.
Ella lo descubrió como un hombre alto, que se materializaba al lado de otros dos seres más pequeños, los cuales la sujetaban en esas oportunidades.
Pidió encarecidamente a los investigadores que acudieran a su residencia, aunque ellos se mostraron reacios en un principio. No le creían a Doris una sola palabra. En su experiencia, los encuentros con apariciones paranormales eran fugaces y rara vez se repetían con la misma persona.
Pero luego de aceptar la invitación de la mujer y confirmar con sus propios ojos las cosas que ocurrían en su casa, tuvieron por fuerza que creerle.
En una ocasión, miraron como uno de los hijos de Doris era levantado en el aire y lanzado por violencia, luego de que el muchacho intentara detener otro de los ataques que le eran prodigados a su madre. En otra, mientras Gaynor y Taff hablaban con ella en la cocina, vieron con estupefacción como todas las gavetas se abrían de golpe, cayendo al suelo y con estrépito los sartenes, platos y vasos que se guardaban adentro.
Más adelante aseguraron haber visto materializarse al ser que ella había descrito como su atacante. La sombra tenía figura masculina y se cernía sobre la mujer, que estaba vociferando maldiciones sentada en su cama, como para alejarlo.
Tomaron una cámara Polaroid e intentaron fotografiar a aquella presencia en vano. Todas las imágenes salían desenfocadas.
Lo único que pudieron reunir como evidencia, fueron unas fotos que muestran a Doris en su sitio y flotando encima de su cabeza, una especie de arcos blancos muy misteriosos, como hechos de luz. Estas aun se pueden encontrar en la red y hasta el momento, ningún experto ha declarado que puedan ser un montaje. Algo relativamente difícil por aquella época.
Los ataques se hicieron peores.
Doris terminó mudándose de domicilio a San Bernardino, Texas, por el consejo de los expertos, aunque los ataques nunca cesaron. Tal parecía que la presencia viajaba con ella a donde quiera que se dirigiera. Con el tiempo, su nombre pasó de nuevo al anonimato y el caso fue olvidado. Nunca se supo como terminó su vida.
Poco después, se estrenaría en el cine una película de horror llamada «El ente», inspirada en lo que le había ocurrido a Doris. Aun hoy es considerada una cinta de culto.
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