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El gigante de las montañas (parte 2)

Para que puedas entender el cuento, te recomendamos que leas la 1era parte haciendo clic aquí.

En nuestro camino hacia el centro de la comunidad, puedo decir que mis nervios me jugaban malas pasadas, todo el viaje me sentía observado, sentía los ojos penetrantes de algo acechando desde los arbustos, la vegetación parecía sentir nuestra presencia. Desde todos los ángulos, la gran montaña de la cadena rocosa que separaba a Canarias de Vonegas parecía vigilarnos, nunca la perdía de vista, desde cualquier lugar de la zona, es visible. Es el gigante de las montañas.

La gente que se aparecía en nuestro andar era sumamente extraña, admito que jamás había visto raza parecida, eran todos ellos gente alta de pieles obscuras, pero sus rasgos eran europeos, ojos claros y extremidades delgadas, me recordaban mucho a “Los Melungeons”, raza misteriosa de la que se tiene registro en los 1690, humanos de piel color oliva que se extendieron al norte de Estados Unidos. No miento al decir que intenté comunicarme con más de uno de estos personajes en el camino, siendo despreciablemente ignorado por los mismos. Algunas chozas cerraban sus mendigas puertas de madera a nuestro paso, sentía sus miradas aperladas desde las improvisadas ventanas.

Confieso que el camino fue una oda a la belleza, fui testigo de la vasta expresión natural, arboles de troncos gruesos y altura monstruosa eran hogar y reposo de aves de plumajes coloridos y jamás fotografiados. Dentro de la avifauna de Canarias, me fue fácil reconocer a las guacamayas, turpiales y cardenalitos, pero había otras que parecían sacadas de la imaginación de un ornitólogo.

La noche parecía acercarse cada vez más, por lo que el piloto, me recomendó parar y acampar en un claro de la zona vegetativa. Solo cargábamos con una mochila de expedición cada quien, hicimos un fuego breve y comimos alimentos enlatados, no nos dirigimos mucho la palabra, estábamos cansados, la caminata me había reventando un par de ampollas en las plantas de los pies. Esa noche dormí tan profundamente que no recordé siquiera una imagen de mis sueños. Desperté y apenas comprendí en dónde y porque me encontraba ahí. Advertí que no estaba el piloto, pensé que había ido a orinar. Tardó algunos minutos y para mitigar mi impaciencia, decidí buscarlo en los alrededores. Empecé a rastrearlo sin éxito, no había siquiera rastros de sus pasos. Devolví los míos a donde habíamos acampado, recogí mis pertenencias y seguí avanzando. Esta vez daba pasos firmes y rápidos. Recordaba mentalmente la ruta que tenía que seguir para llegar a donde los lugareños y sus líderes habitan, cuando inesperadamente, algo me hacía tropezar y caer al suelo. Buscaba en la tierra la piedra o rama salida que me hizo trastabillar. Era una mano, la gruesa mano del piloto. Estaba enterrado y sobre su callosa palma estaba la semilla que habíamos visto en casa de Jonás. No me detuve a desenterrarlo porque seguramente ya estaba su suerte echada. Comencé a correr hacia cualquier punto hasta casi chocar con una diminuta figura. Era un niño, un infante de la zona que me miraba con una tranquilidad que me hacía sentir como un desquiciado, levantó su índice y me indicó una pequeña cueva de barro, formada debajo de las raíces de un viejo árbol. Sin dudar y guiado por mi pavor me dirigí ahí sin cuestionar, me introduje y me recargué en las paredes de tierra. Al poco tiempo vi que un grupo de hombres fornidos y de pieles muy negras pasaban por el camino de la vereda, buscándome y hablando en su lengua materna palabras que no entendía, pero que comprendía se encontraban molestos por el irritable tono de voz.

Los hombres preguntaron algo al niño, este solo negó con la cabeza y siguieron su camino. Desde mi escondite observé como el pequeño se acercaba hasta donde yo me refugiaba. Intenté hablar con él, pero era claro que no me entendía. Él decía algunas palabras en su dialecto que no descifré, solo algo que pronunció fue claro para mí. El nombre de “Jonás”.

Después de un rato seguí mi camino, el niño se quedó en su refugio, intenté ofrecerle alimento en retribución por la ayuda brindada, pero el pequeño se negó. No insistí, pues desconocía si lo iba a necesitar después. Seguí mi andar por la extensa vereda, pero esta vez me volví más sigiloso, tomé precauciones para no pisar ramas u hojas secas, nada que pudiera delatar mi ubicación, solo las aves y algunos animales de ojos brillantes eran testigos de mis andanzas.

Me senté debajo de un enorme roble a descansar. Me sentí fatigado por lo que me saqué las botas para refrescar mis hinchados pies, dudé en seguir, sin embargo, era seguro que me encontraba más cerca de mi objetivo que del camino a casa. Razón tenían mis amigos, mi editor e inclusive el mismo Santos en cuanto al viaje, ponía en riesgo mi vida. La gente es muy celosa de sus tradiciones, ideologías y costumbres. Un extranjero es un intruso, nunca será bien recibido si tus ideas y pensamientos contrastan con los de tus anfitriones, y si realmente quieres conocer el lado más primitivo del hombre, debes conocer sus fanatismos irracionales, ese que no media opiniones, que no acepta críticas o argumentos. En que la simple duda es una falta de respeto a la consagración de su intelecto. Así son los habitantes de Canarias, cuando menos en su mayoría.

Después de haber sentido alivio en mis maltratados pies, decidí retomar el camino. Al ponerme la segunda bota, un dolor me hizo sacar mi pie del calzado apuradamente. La bota que se quedó tirada dejaba salir por su entrada una especie familiar para mí. Ya antes había hecho una investigación relacionada con animales del amazonas y el trópico, y en una de estas secciones me tocó escribir acerca de la araña Telamonia de Dos Rayas, un arácnido sumamente ponzoñoso. A diferencia de lo que había estudiado de estos animales, este le superaba diez veces más en su tamaño. La araña, después de haber cometido su fechoría, se alejaba lentamente y se perdía entre las rocas, en ese breve tiempo mi mordedura se inflamó, dejando ver una bola roja que nacía de mi dedo gordo. El dolor se intensificaba cada vez más, y sentí palpitaciones en el mismo. El veneno no tardó en hacer efecto, sentí mareos y nauseas, así como el engarrotamiento de mis músculos. Empezaba a desvanecerme entre la fiebre y las alucinaciones. Caí sobre la tierra, con mi rostro hacia “el gigante de las montañas”, quien parecía siempre observar todo, desde cualquier alguno. Vi como las montañas se derrumbaban, liberando de su interior a una criatura tan antigua como la tierra misma. Era un espectáculo impresionante, tan bellamente apocalíptico. Pasé en un instante a un estado inconsciente.

Cuando desperté pensé en la muerte misma, recordé la picadura de la Telamonia dimidiata, aún me sentía muy envarado como para ver mi herida, así que continúe recostado sobre una especie de catre. Reparé que estaba en una humilde choza, con paredes de barro y techo de hojas de palma seca, esta estaba adornada con cráneos de animales salvajes, había muchos objetos pertenecientes al mundo del que yo vengo: Libros de novelas clásicas, radios viejas, cafetera, cables conectados a la tierra para generar corriente (al puro estilo de Nikola Tesla) y muchos envases vacíos de varias marcas de gaseosas.

Aún estaba mareado y sentí un sabor a cobre en mi boca, me enderecé y quedé sentado en el catre, el dedo gordo de mi pie estaba envuelto entre plantas de hoja ancha parecidas a las del tabaco. Un grupo de tres personas entraron a la choza, todos ellos eran muy altos y de piel bronceada; gente de Canarias, pero estos a diferencia de mis perseguidores, tenían intenciones diferentes. Uno de ellos, el cual vestía con ropa de boutique citadina fue el que se dirigió a mí en mi lengua, se presentó como Bahía.

“Lo rescatamos a tiempo señor, no muchos tienen la suerte de sobrevivir a la mordedura de la araña del amazonas. Me imagino que usted no viene aquí precisamente a vacacionar, sé que sus intenciones van más allá de las meramente exploradoras. Ya habrá conocido a Doran, fue el niño que le indicó en donde refugiarse, gracias a él es que sabemos de su existencia. También conocimos el trágico final de Jonás y de su amigo.” (En ese momento yo no sabía lo que había pasado con Jonás, pero entendí que corrió la misma suerte que el piloto)

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“Como usted verá, estamos ante una situación que nos ha dejado estancados en la época de la barbarie, aquellos que hemos tenido la oportunidad de salir y volver hemos encontrado los defectos de nuestra patria, aunque no todos comulgan con este despertar. Creemos conocer cuál es el objeto de su visita y nos gustaría poderlo ayudar, en verdad es necesario que el exterior sepa lo que sucede aquí, y con las disculpas anticipadas, revisamos sus identificaciones, encontramos que usted es escritor, por lo que en usted confiamos para ser la voz de denuncia de lo que sucede en este lugar que pide ser exorcizado de sus fanatismos”.

Me encontré perplejo ante el excelente dominio de expresión de Bahía, después me hizo saber que él estudió una carrera en literatura en la Ciudad de Massachusets, pero que ahora había vuelto a su lugar de origen para ayudar a los suyos a salir de la situación actual de Canarias. Bahía me ofreció su ayuda y la de los suyos, un grupo de rebeldes que buscaban derrocar al líder de la zona. ¿Quién era este hombre?

En Canarias, siempre se habían seguido las costumbres de sus antecesores. Su distanciamiento de las sociedades modernas los había hecho convertirse en una clase de comunidad Amish, a diferencia de lo que advertí de la actual, se me comentó que anteriormente no eran tan salvajes, no empleaban métodos tan extremistas como sacrificios humanos y medidas de castigos corporales. Se sabía y se conocía un poco acerca de estos dioses antiguos, pero con el paso de los años se volvió flexible esta doctrina, se respetaban tus creencias o tu indiferencia, pero este dogma estaba presente. Todos tenían una base teológica de las enseñanzas de “El Dios” de su zona, misma que se basaba en el cuidado del medio ambiente, flora y fauna. Todo parecía ir en vías aceleradas de crecimiento, y como todo desarrollo trae cambios, se hablaba acerca de la capitalización de ciertos sistemas económicos y productivos del lugar, obviamente que estas ideas crearon malestar en aquellos que estaban muy comprometidos con las viejas creencias.

Una revolución ideológica se cocinó, se levantaron pequeños grupos que intentaban preservar los sistemas que respetaban la vida ecológica y evitar los aparatos citadinos de producción. De entre estos grupos rebeldes, surgió un hombre de ideas fuertes y claras, pero radicales y extremistas.

roca humana

Ramiro Sancho Freitas, nacido en una tribu pobre del occidente de Canarias, tuvo el don de la palabra, carisma e influencia sobre las masas, logrando lo imposible, convencer a la mayoría de los habitantes que de seguir estos nuevos modelos capitalistas, el mismo sistema los llevaría a la destrucción total. Consumó una victoria sobre la mente, dominó a los demás mediante las enseñanzas de las viejas costumbres, los motivo por el camino del miedo. Y como anteriormente había expresado, radicalizó las viejas costumbres, siguiéndolas al pie de letra. Llevándolas a su expresión más cruda. Haciendo de las parábolas del gigante de las montañas, algo real.

El carácter mesiánico y megalómano de Ramiro hizo que fuese imposible debatir con él diferentes puntos de vista, el simple hecho de diferir ideológicamente podía provocar la muerte mediante sacrificios ofrecidos al “Gigante”. Bahía me comentó que hacía ya más de veinte años que el sangriento líder había tomado el poder, y las cosas se recrudecían cada vez más. Pocas eran las personas que podían salir del valle, y aquellos que lo hacía era para traer ideas que encajaran con la ideología implementada. Obviamente, pocos salían, pues su apariencia era rara. Los que lo hacían expresaban venir de zonas alejadas de Europa, para no delatar la ubicación geográfica de su zona y no crear curiosidad por las actividades realizadas dentro de su comunidad.

Con esta información, escueta pero valiosa, Bahía trataba de persuadirme para regresar a mi casa, era demasiado peligroso seguir, los hombres de Ramiro sabían de mi presencia en el Valle, sabían que no era un simple investigador de vida salvaje, tenían conocimiento de mis propósitos (seguramente torturaron a Jonás para conseguir esa información). Me buscaban para darme muerte y eso preocupaba a Bahía y a sus hombres, por lo que puso a mi disposición una pequeña avioneta que saldría el día siguiente en punto de las ocho de la mañana, por ahora la niebla haría imposible mi traslado, por lo que se me solicitó recuperarme por completo de mi herida y publicar lo que sucedía en Canarias inmediatamente llegará a mi destino.

Agradecí y agradezco infinitamente las atenciones de Bahía para conmigo, un hombre noble y de buen corazón. Esa noche apenas y probé bocado, me forcé a hacerlo pues el viaje de regreso sería largo y tenía que soportar lo pesado del trayecto. A la mañana siguiente, tuve un despertar tranquilo, con gran paz fui despertado por las aves que reposan en las copas de los árboles, me sentí recuperado y apenas un dolor en el dedo de mi pie se sentía cuando ejercía presión sobre la picadura. Afuera me estaban esperando cuatro hombres, ninguno de ellos hablaba castellano para mi fortuna, no tenía ganas de trabar conversación con nadie. Bahía ya no se encontraba, me dolía no poder agradecer personalmente tanta ayuda.

Los cuatro hombres me guiaron por un camino rocoso en descenso, amablemente uno de ellos cargaba mis cosas, caminé con cuidado pues aun sentía esas punzadas de dolor en mi pie. Atravesamos algunos pequeños manantiales, juro por Dios fue el agua más cristalina y deliciosa que jamás antes haya visto, podía ver como los peces nadaban en esa agua invisible. Un espectáculo de belleza incalculable.

Cada vez que avanzábamos un poco, la montaña parecía crecer más y más, nos poníamos casi a las faldas de la misma, era imponente desde cualquier punto, pero desde ese ángulo tan cercano, parecías estar a merced de morir aplastado por un pie gigante, así me hacía sentir, tan insignificante como un insecto. Me creó gran desconcierto ver que nos adentrábamos en una zona poblada, varias áreas de chozas y construcciones para el riego de campos de maíz, trigo, cacao y un extraño fruto que no había apreciado anteriormente, se veían a la entrada de la nutrida comunidad, así como una estatua imponente tallada en granito. Era una creatura rocosa, sin boca, solo con ojos y manos que llegaban hasta el suelo. Tenía en su pecho escrito elementos ajenos a cualquier vocablo en el mundo. Estos cuatro sujetos, no eran hombres de Bahía.

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Acerca del autor

Pedro Luna Creo

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