Era una noche poco animada como de costumbre, en aquel establecimiento solitario de Mcdonalds donde Mauricio y Enrique trabajaban. Nada extraño, pues lo normal era que el lugar se llenara alrededor de las dos de la tarde. Más que nada, familias con niños insoportables o adolescentes que se pasaban por una hamburguesa.
Mauricio trabajaba atendiendo la caja registradora, mientras que Enrique se desempeñaba en la cocina, preparando las hamburguesas o poniendo a freír las papas fritas.
No era el mejor trabajo del mundo, pero era lo que había.
Además cuando se hacía de noche, siempre tenían el local prácticamente solo para ambos. Y entonces podían salir a fumar un poco para relajarse.
Esa noche en especial, Mauricio sentía que necesitaba un cigarrillo más que nunca. Había discutido con un cliente horas atrás y ahora sentía que le cabeza le pesaba por los infernales turnos que les obligaban a tomar.
—Voy a sentarme afuera para tomar un poco de aire —le anunció a su compañero, quien dijo que lo alcanzaría en un momento.
Mauricio salió y se sentó en la banca que se encontraba afuera del restaurante. En un extremo de la misma, podía verse una réplica en tamaño real de Ronald Mcdonald, la mascota del establecimiento, muy sonriente y con una pierna cruzada por encima de la otra, mientras mantenía un brazo extendido sobre el respaldo.
Mauricio frunció la boca y sacó una caja de cigarros de su bolsillo. Siempre le había dado escalofríos ese muñeco, ¿qué establecimiento infantil en su sano juicio escogía a un payaso para representarlo?
Enrique salió en ese instante para fumar con él.
—Estoy muy cansado —dijo Mauricio con flojera.
Entonces, por el rabillo del ojo, vio como el payaso volteaba hacia él y le contestaba con una voz espeluznante.
—Yo también.
Debido a la impresión del momento, Mauricio se desvaneció de terror mientras su corazón se aceleraba. Ahí mismo sufrió un infarto mientras su compañero, aterrorizado por la sonrisa del payaso, salió corriendo para buscar ayuda.
Lamentablemente el ataque al corazón resultó fulminante. Mauricio fue declarado muerto esa misma madrugada, mientras Enrique, presa de un trauma severo, apenas y fue capaz de contar lo ocurrido.
Lo peor fue que tras la muerte de su amigo, él también cayó en un profundo coma misteriosamente, del cual nunca consiguió despertar.
La leyenda del payaso se extendió rápidamente por todos los medios de comunicación, aterrorizando a millones de personas. Claro estaba, que había muchos que no daban crédito a tal absurdo.
Cuando los policías revisaron las cámaras de seguridad del restaurante, se quedaron atónitos al ver que el dichoso payaso no solo se movía todas las noches, sino que algunas veces, incluso se paraba de su asiento y se ponía a bailar de una manera muy macabra.
Atemorizados, decidieron tratar de olvidar aquel suceso inexplicable, pues todos afuera los tomarían por locos al contar lo que vieron.
Desde ese día y sin dar mayor explicación, se ordenó quitar a todos los muñecos de Ronald Mcdonald que había en cada sucursal de la cadena.
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