Entre las leyendas de caracterizan a la ciudad de Buenas Aires, hay historias que hacen referencia a lugares reales, sitios que aún hoy en día podemos apreciar, como testigos de que esta capital también cuenta con un lado tan fascinante como escalofriante. Uno de ellos es la Iglesia de Santa Felicitas, que se halla en Barracas, entre las calles de Pinzón y Brandsen.
Cuenta la historia que hace mucho tiempo, vivía muy cerca de allí una joven llamada Felicitas Guerrero, la cual era sumamente hermosa. Tanto, que no fue de extrañar que a sus dieciséis años se casara con un hombre llamado Manuel de Álzaga. Por un tiempo, los dos vivieron libres de preocupaciones y se concentraron en formar un hogar.
Lamentablemente la desgracia no tardaría en tocar a su puerta.
Tras cumplir 24 años, Felicitas se quedó viuda y perdió también a su único hijo, quedándose sola. No pasó mucho tiempo antes de que fuera pretendida por Enrique Ocampo, un sujeto acaudalado pero muy peligroso, con el cual se relacionó sin pensar en las consecuencias. Casi al mismo tiempo conoció a Samuel Saénz Valiente, tipo del que se enamoró perdidamente.
Correspondiendo a sus sentimientos, Samuel comenzó a frecuentar a Felicitas y a menudo se los podía ver paseando en las cercanías de la iglesia, caminando y hablando sobre tener un futuro juntos. Sin embargo, ellos ignoraban que acababan de ganarse a un enemigo poderoso.
Enrique, consumido por los celos, no soportaba saber que los amantes se veían a sus espaldas. Le dolía el rechazo de Felicitas. Así que ideó un macabro plan para poder vengarse.
Una noche de enero, mientras Felicitas esperaba a Samuel para estar juntos de nuevo, Enrique apareció con pistola en mano y le disparó dos veces en el pecho, matándola a los pies de la iglesia. Cuando la gente descubrió su cuerpo inmóvil y con el torso ensangrentado, el pánico se extendió por Buenos Aires. Habría de pasar mucho tiempo, antes de que la gente se olvidara un tanto del crimen.
No obstante, este jamás llegó a desvanecerse del todo de la memoria colectiva de los bonaerenses. Sobre todo por la misteriosa aparición que se originó tiempo después.
Aún hoy, hay quienes aseguran que cada 30 de enero el fantasma de Felicitas llega a deambular por los alrededores de la iglesia. Se la puede ver lamentándose, con el pecho lleno de sangre y andando débilmente por los rincones, como si siguiera esperando a su amado. No se retira de ahí sino hasta que llega el amanecer, causando escalofríos a quienes tengan la mala suerte de cruzarse con ella.
Otras personas sin embargo, aseguran que su fantasma no es tan malo, puesto que nunca ha hecho daño a nadie. Incluso hay mujeres que, llevadas por la superstición, llegan hasta la iglesia para dejar sus listones atados en la verja, como una ofrenda cariñosa para Felicitas.
Se dice que si hacen esto, ella les concederá su bendición y serán muy felices con sus respectivas parejas, o encontrarán el amor.
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