Cuentos Largos de Miedo

La trampa del Carrusel

Enviado por U.R. Cesar

De por sí ya era bastante raro que un adolescente de 16 años como él se subiera a un carrusel en la feria local, para tener que soportar todavía que era el único que iba trepado cuando empezó a girar. Ya había comprado el boleto, ¿Qué más podía hacer? Bajar, ni loco, solo haría que empeore las cosas, quedando como un cobarde.

Mientras giraba, notó que la feria estaba bastante animada, quizá eran las 8 de la noche, pues el cielo ya estaba pintado azul marino. Se oían las voces de la multitud, risas aquí, risas allá, los vendedores, desde sus puestos, anunciaban la mercancía, varios padres llevaban a sus hijos encima de sus hombros, para que pudieran apreciar un mejor panorama; la iluminación también daba una gustosa visión, la alegría de las atracciones mecánicas reinaba aquí y allá.

El carrusel agarró velocidad, que sintió poco a poco, de pronto, las luces empezaron a alargarse, su entorno pasaba rápidamente ante sus ojos, mareándolo, todas las luces, personas, puestos, todo lo que había se mezclaba, ya nada era distinguible. Aferrado al poste que salía de su caballo, cerró los ojos, ya era evidente que algo había salido mal, quizá sería un accidentado más, de esos que salen en el periódico, muertos en aparatosos accidentes.

La velocidad disminuía, abrió los ojos, pero inmediato prefirió cerrarlos, algo andaba muy mal.

Ya tenía minutos de haber parado, aún estaba aferrado al poste, con el miedo por todo su ser. Bajó, el silencio era lo que más lo aterraba, el silencio daba espacio a la soledad, intensificando sus emociones más mórbidas, esas que nunca había sentido en su vida. Lentamente empezó a caminar, llego a la esquina del carrusel, se sentó, bajó la pierna y tocó con ambos pies el piso. Miró alrededor. Ya no había nadie, absolutamente nadie, ni un alma, o sabe, quizá almas si, espíritus en esta nueva realidad vagando por la feria, buscando paz o alguien a quien poseer para salir de la negrura, una tan densa que ahí reinaba, pero era una negrura no tan negra, si es que eso era posible, aunque con lo que había pasado, parecía que todo era posible.

Una niebla muy delgada de color azul marino, a juego con el cielo que brillaba de esa misma forma, sin estrellas, hacía que su campo visual se fusionará y viera el mismo matiz, azul marino aquí, azul marino allá. Camino hacia su derecha, era extraño, los basureros, los puestos, las atracciones, todo seguía en su lugar. A su derecha estaba el juego de los espejos, donde los jóvenes y niños de más de 10 años, según la indicación, entraban y buscaban una salida, perseguidos de cerca por su reflejo.

Se acercó y vio su reflejo, atrapado desde adentro, pero en su mirada veía terror, claustrofobia, y no, no era otro semblante ajeno, no era otro ente que se moviera a juicio propio para atormentarlo, de esos que te ven y voltean el rostro cuando tu no lo has hecho, de esos que salen en busca de ti, era el de él, pues aunque no estaba allí metido, en ese nuevo mundo se sentía igual.

Giro a su izquierda, caminaba lentamente, la sensación de que alguien o algo aparecerá de la nada inundaba su mente, miraba a su alrededor, perseguía sombras que nadie proyectaba, caminó y llegó a otra atracción, se trataba de un camión de bomberos, para niños de 6 hasta 13 años, o hasta donde un payaso (uno que tenía un semblante asesino, su cara tenía una sonrisa astuta, inteligente, mortífera quizá) estiraba hacia la derecha su brazo indicando la estatura, (que por alguna razón, parecía más a la navaja de una guillotina, como si al poner debajo al niño para saber si entra en la medida, rápidamente la bajara, partiéndolo en dos).

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La atracción giraba sobre su eje, como siendo la punta de la manecilla de un reloj, el camión de bomberos tenía una cara, no había defensa delantera pero si una sonrisa que dibujaba y hacia una mueca, se abría como si fuese un rectángulo, mal dibujado evidentemente, con ondulaciones en los contornos que dejaba ver sus dientes, parecían filosos, hechos para morder y despellejar. En su ojos, puestos en vez de faros, lanzaba una mirada picara que pedía que metieras a tu hijo o hija y que él se encargaría de cuidarlos, o si, cuidarlos tanto que quizá jamás te los devolviera porque tu como padre eras peligroso para ellos. También dejaba claro que en cuanto te voltearas, cobraría vida y se lanzaría sobre ti; arrancaría, miembro por miembro tu cuerpo, dándose un gran festín pues para eso nació.

Tembló, como un espasmo que se siente al ver un bicho y caminó, pero volteando sobre su hombro, para asegurarse que ni el payaso ni el camión se movían. No obstante sus nervios estaban tan locos, tan asustados, que su mente empezó a susurrarle que se acercaban, cada vez que volteaba hacia el frente, aquellos se acercaban más y más, quedándose quietos cuando volvía a mirarlos. Se le ocurrió por fin algo, regresar al tablero del carrusel y ponerlo en marcha, quizá tendría alguna oportunidad de regresar. Regreso, con la vista sobre el suelo al pasar por aquellos asesinos hechos de plástico.

carrusel carrusel 2

Llego al tablero y bastó solo una mirada para ver que no era tan compleja su operación, solo había dos botones, iniciar/parar. Aplanó el de inicio, alzo la vista esperanzado, nada. Volvió a aplanarlo, volvió a pasar nada, se desesperaba, ¿Que podía hacer si no eso? Debería pensar rápido, ese lugar mataba lentamente su cordura.

(shht, shht)

Volteó más por instinto que por curiosidad, y lamentó haberlo hecho, pues en los espejos, esos que han atrapado por miles de años a inocentes niños que piden clemencia al mundo y ayuda a sus padres para salir de la pesadilla en que se habían metido por que parecía divertido, había un mensaje, en letras grandes, tan claro que desde donde estaba lo leyó perfectamente.

“VIENVENIDO AL MUNDO DONDE NO ABITA NADIE, SIENTETE COMODO, NINGUN UMANO NOS BISITO HASTA OY”

Mientras las lágrimas caían de sus ojos, limpiando parte de sus mejillas y cayendo en picada al piso, unas intensas, fastidiosas y demoniacas risas sonaban desde lo más recóndito de la feria. No había vida, pero si algo mas, algo que solo la gente que sube sin nada más que su compañía y que mientras giran, sin saberlo, son llevados a otra realidad, son desgraciados pues conocen que hay cuando caes en la trampa del carrusel.

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