Era una noche cálida y apacible, cuando Ernesto, un acaudalado hacendado de la Patagonia, salió a dar una vuelta en su caballo para revisar sus tierras. Lo único que se escuchaba en medio del paisaje eran las pisadas del equino y su propia respiración. Nadie se atrevía a ir a robar sus cultivos, desde que hacía aquellas rondas nocturnas.
De pronto. Ernesto escuchó un ruido que lo sobresaltó pero cuando se dio la vuelta no encontró a nadie.
«Qué raro», pensó, «juraría que…»
No le dio tiempo de seguir el hilo de sus pensamientos, pues de pronto, sintió unos brazos helados que lo abrazaban por la espalda y cuando miró por encima de su hombro, se encontró con la esquelética figura de una mujer vestida de negro y con un tupido velo que ocultaba su rostro. A través del encaje, sus ojos refulgían como dos brasas de fuego, iluminando una cara que era de puro hueso.
Ernesto soltó un alarido de horror, su caballo se encabritó y lo último que vio antes de caer y perder la consciencia, fue la silueta de aquella aparición flotando por encima de su cabeza…
A la mañana siguiente, el hombre se despertó en su habitación con la frente vendada. Su capataz lo había encontrado inconsciente en medio del campo, de madrugada, por lo que había ido rápidamente en busca de ayuda para trasladarlo a la casa. Don Jorge se sintió muy aliviado al ver que por fin había despertado.
—¡Qué susto nos dio! Ya ve porque le advertí que no saliera a cabalgar de noche, el campo es peligroso, jefe.
—No fue el campo —repuso Ernesto—, me pareció ver a una mujer, sentada en mi caballo… salió de la nada.
—Esa jefe, es «La Viuda» y siempre se aparece a los hombres que andan solos de noche.
—¿La Viuda?
—Sí —dijo el capataz—. Verá, muchos años atrás, se dice que habitaba en Argentina una hermosa mujer que había encontrado al hombre de su vida. Los dos estaban muy enamorados y se casaron para vivir felices. Y así lo hicieron por un tiempo, hasta que el esposo de la muchacha falleció, a causa de una misteriosa enfermedad. Y ella sintió tanta pena, que se dejó morir consumida por la tristeza.
Ernesto no daba crédito a lo que estaba escuchando.
—Dicen que desde entonces «La Viuda» no puede descansar en paz y sigue buscando en este plano al hombre que alguna vez amó. Es por eso que intercepta a cada jinete o caminante que encuentra solo por el camino. Siempre los abraza para comprobar que son la persona a la que busca. Pero cuando se da cuenta de que no es así, una furia terrible se apodera de ella y casi nunca hay salvación para su víctima. Usted ha tenido mucha suerte. Si «La Viuda» lo encuentra de nuevo, podría no dejarlo escapar.
Desde aquel día, Ernesto dejó de salir al campo por las noches, traumatizado por aquel encuentro sobrenatural.
Este cuento está basado en una leyenda de terror de Argentina.
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