Durante la Segunda Guerra Mundial, era común que muchos niños japoneses fueran mandados al campo para mantenerlos a salvo, pues muchas ciudades eran bombardeadas por los aviones enemigos. Algunos de ellos eran colocados en internados retirados de las urbes, donde hacían su vida escolar como de costumbre.
Uno de estos pequeños fue Hanako-San, una niña de grandes ojos oscuros y pelo negro, que en dicha época habitaba en un colegio para niñas. A Hanako sin embargo, le gustaba escaparse de los dormitorios de tanto en tanto, pues era muy curiosa.
No tenía idea de que esa curiosidad sería su perdición.
Una noche, Hanako salió de su cama mientras las otras pequeñas dormían y se fue a explorar el internado. Salió a los jardines para dar una vuelta, pues su escuela se encontraba en una región boscosa entre las montañas, a la cual no llegaban los bombarderos.
Pero sí otros peligros.
La chiquilla estaba tan ensimismada paseando por los árboles, que no se dio cuenta de que alguien la acechaba hasta que escuchó un ruido. Una rama se había quebrado bajo las pisadas de alguien.
Asustada, Hanako miró detrás de sí y se encontró con un hombre de aspecto siniestro, que la miraba de forma perversa y sostenía un hacha en su mano.
Aterrorizada por su presencia, la niña se echó a correr de vuelta al colegio, sintiendo que el desconocido iba detrás de ella. Hanako se metió entonces en los baños y se encerró en el último cubículo, subiéndose al inodoro y rogando porque el extraño no la encontrara.
No obstante, cuando escuchó que él entraba en los baños y la llamaba con un desquiciado, «¡vamos a jugar!», supo que estaba perdida. Vio sus pies deteniéndose justo frente al cubículo donde se encontraba y luego, el hacha atravesó la puerta.
Aquella noche, nadie escuchó los gritos aterrorizados de Hanako-san pero cuando a la mañana siguiente las maestras la buscaron, se horrorizaron al encontrar sus restos en el baño en medio de un charco de sangre.
Nunca supieron quien había sido su asesino, pero desde entonces, dicen que no puede descansar en paz.
En los baños de las escuelas, los estudiantes se retan unos a otros a llamarla, pues cuenta la leyenda urbana que es posible invocarla en este lugar de los colegios.
Cualquiera puede invitarla a presentarse en su instituto.
Lo único que se debe hacer es entrar al baño con mucha cautela, caminar hasta el último cubículo y tocar tres veces a la puerta. Entonces tendrás que preguntar, «Hanako-san, ¿estás ahí?» y esperar una respuesta.
Puede que nadie responda y entonces sabrás que la invocación no ha funcionado.
En cambio, si escuchas una voz diminuta que te dice «Sí, aquí estoy», tendrás que conservar la calma. Abrirás lentamente la puerta y te toparás con la mirada siniestra de Hanako-san, en medio de un fétido olor a humedad y las paredes desgastadas del baño.
Pero tranquilo. Si eres un buen estudiante, lo más probable es que te deje marchar ileso.
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