Colima es uno de los estados más pequeños de México, pero como el resto de los mismos, cuenta con una rica tradición poblada por leyendas y espantos, que desde hace décadas han entretenido y asustado a su gente. Algunas hablan sobre fantasmas o pactos con el diablo. Otras, tratan acerca de lugares que no cualquiera se atrevería a visitar.
Tal vez conozcas historias tan populares como El Charro Negro o La Llorona, pero seguro que nunca has escuchado hablar de las siguientes leyendas de Colima de terror. Ponte cómodo o cómoda y acompáñanos a descubrirlas.
El anillo
Comenzaba el siglo XX en Colima, trayendo consigo nuevos avances industriales. Uno de ellos era la estación de trenes del pueblo de Cuyutlán, lugar que impactó a los pobladores por su modernidad y refinamiento. A cierto muchacho le pareció que estaba tan bonito, que quiso que fuera el sitio en el que le propusiera matrimonio a su novia.
—Te veo en la estación a la medianoche —le dijo, a lo que ella accedió con mucha curiosidad.
Mientras el chico esperaba en la solitaria estación, se puso a jugar con el anillo que tenía en las manos, pensando en las palabras exactas que le diría a su amada. No obstante la joya se resbaló de sus dedos, yendo a parar a las vías. Desesperado, se puso a buscarlo frenéticamente y lo encontró entre dos vigas. Pero al ir a cogerlo su brazo se quedó atorado.
Cuando su novia llegó a la cita lo encontró ahí, pálido y tratando de zafarse en vano. Ella de inmediato fue a ayudarlo, pero ni entre los dos consiguieron sacarlo.
A lo lejos se escuchó el silbato de un ferrocarril. Vieron la luz de la locomotora, que se acercaba a toda velocidad y gritaron de pánico. En el último instante, el muchacho empujó a la chica a un lado para salvarla; lamentablemente el tren le pasó por encima, arrancándole el brazo. La amputación fue tan violenta que perdió mucha sangre en un par de minutos y allí mismo, ante los ojos de su novia, murió.
Ella quedó tan traumatizada por el incidente, que ahora, cada vez que escuchaba el silbato de la locomotora, tenía terribles crisis de ansiedad. Fue por eso que su familia resolvió mudarse de Cuyutlán y nunca más se la volvió a ver por ahí.
En cambio, se dice que en la estación de trenes aun se puede ver el alma de su novio, buscando algo entre las vías y lanzando un grito desgarrador cuando un ferrocarril fantasmal le pasa por encima.
La laguna de María
Tiempo atrás, habitaba en Colima un matrimonio muy modesto, pero feliz. El hombre era honrado y trabajador, y se dedicaba a las labores del campo. La mujer, María, era muy guapa y se ocupaba de la casa. Un día, el hacendado más poderoso de la región decidió dar una gran fiesta, a la que invitó tanto a sus amistades como a los vecinos de las tierras aledañas, fueran ricos o pobres.
El marido de María realmente no tenía muchas ganas de ir, decía que ese ambiente no era el suyo y no se sentía a gusto conviviendo con una clase social más alta. Así que le dijo a su esposa que iría a ofrecer sus disculpas, por simple educación, pero que volvía enseguida. Ella lo esperaría en casa.
Las horas pasaron y su esposo no regresaba. Angustiada, María comenzó a imaginarse todo tipo de cosas. Pensaba que de seguro lo habían convencido de quedarse, o que le había mentido con tal de poder ir solo, embriagarse y bailar con otras mujeres. La sola idea la volvió loca de celos. Estaba a punto de perder la cabeza cuando, en su desesperación, se le ocurrió llamar al diablo para que la ayudara.
—Si me devuelves a mi esposo —le prometió—, mi alma será completamente tuya.
Al escuchar la oferta, el diablo se apareció y la arrastró con él hasta una fosa cercana. Allí la mató y dejó su cuerpo enterrado. Cuando su marido regresó a la casa no pudo encontrarla por ninguna parte. Preguntó a sus vecinos si la habían visto, pero nadie le daba razón de ella. Ya muy preocupado, reunió a algunos de sus amigos y juntos se pusieron a buscar por toda la región.
En el camino encontraron la fosa en la cual había sido enterrada. Pero el diablo, al ver que se acercaban, recogió el cuerpo de María y la escondió en las profundidades de un lago. Desde entonces, dicho lugar pasó a llamarse La laguna de María. Se cuenta que allí, el fantasma de una mujer se aparece todas las noches, llorando y reprochándose por poner en duda la fidelidad de su esposo.
El Puente de los Suspiros
Durante 1909 en Lugar de Comales, un poblado del estado, se llevó a cabo la construcción de un puente sobre el río San Juan, con motivo de celebrar los cien años de la Guerra de Independencia. Desde un inicio este hecho provocó una gran curiosidad entre los habitantes, ya que se contrató a varios albañiles y se hicieron reformas importantes en el lugar.
Un problema sin embargo, eran los niños, que iban a jugar con la arena y los materiales de la construcción cuando los trabajadores no estaban, poniendo en riesgo sus vidas.
Se dice que esta situación hartó tanto a los construcciones, que hicieron circular una leyenda para aterrorizarlos.
Alguien contó que los albañiles se robaban a los pequeños para llevar a cabo un macabro ritual. Los chiquillos eran enterrados vivos en dentro de los pilares del puente, para asegurar su estabilidad.
Al principio nadie dio crédito a una historia tan absurda. Hasta que un día, mientras jugaba en la zona de construcción, un niño vio que entre las herramientas había una mancha de sangre y fue corriendo a avisar a sus padres.
Resultó ser que aquella sangre no era de ningún niño, sino de un animal, ya que por tradición, los maestros albañiles creían que mezclarla con cemente hacía la mezcla más resistente… o eso fue lo que ellos dijeron.
Regreso del más allá a pagar su deuda
Años atrás, vivía en el pueblo de Tepamera un ganadero de nombre Trinidad, al que últimamente las cosas no le estaban yendo muy bien. Ya que no tenía dinero para hacer que vacunaran a sus vacas, acudió con su compadre, quien con mucho gusto le prestó. Trinidad le aseguró que le pagaría tan pronto como pudiera.
Al día siguiente, el ganadero se encontraba regresando a caza por el bosque, cuando se topó con su peor enemigo. Como de costumbre, los dos se pusieron a discutir y pronto las cosas escalaron a algo más serio. Los insultos se convirtieron en golpes y los golpes en ganas de matar. Por desgracia Trinidad no fue lo bastante rápido. El otro infame tomó su pistola y le disparó varias veces, dejándolo malherido en el suelo hasta que se desangró y falleció.
Todos en Tepamera lloraron mucho su muerte.
Tiempo después, su compadre andaba cazando por el bosque, cuando diviso la figura de un hombre encapuchado que se acercaba hasta él, sosteniendo una bolsa en las manos. El hombre miró hacia abajo y se percató de que no tenía pies, sino que estaba flotando.
Espantado, tiró su escopeta al suelo y se echó a correr. Pero mientras más corría, más se empeñaba la aparición en seguirlo. Fue ahí cuando el compadre recordó a Trinidad y lo comprendió todo: la aparición no era otro sino él, quien había vuelto para pagar su deuda.
—¡Trinidad —gritó, temblando de miedo—, ya te puedes ir! ¡Ya no me debes nada! ¿Me oyes?
Al escucharlo, el fantasma se detuvo y se desvaneció lentamente.
Pálido y tembloroso, el compadre regresó a su casa y de ahí no se atrevió a salir en varios días. Finalmente, regresó al bosque a ver su de casualidad podía encontrar su escopeta. No solo dio con el arma sino que, junto a ella, vio una bolsa con monedas de oro que eran para él. Al parecer a Trinidad le gustaba cumplir sus promesas, incluso desde el Más Allá.
El ánima del Trapiche
Esta leyenda transcurre en Colima durante la década de los 30. Pedro Briseño era un muchacho que trabajaba en el campo, sembrando frijol y maíz en el poblado del Trapiche. Cierto día se entero de que en San Jerónimo, el pueblo vecino, iban a dar una gran fiesta, a la que por supuesto no dejó de asistir. Fue ahí donde conoció a María, una linda muchacha de la que pronto se hizo novio. Y así empezaron las idas y venidas de un lugar a otro.
Su padre, preocupado porque Pedro cada vez volvía más tarde de San Jerónimo, le regaló un caballo con el que podría viajar más rápido a ver a su amada.
El joven estaba muy contento, no podía esperar la hora de casarse con ella para formar su propia familia. Sus amigos le aconsejaron no regresar de San Jerónimo después de la puesta de sol, pues el camino hacia el Trapiche se volvía muy tenebroso de noche, estaba poblado por árboles muy lúgubres y entre los cuales, según los rumores, deambulaba un ánima en pena.
Pero a él no le gustaba hacer caso de esas supersticiones.
Días después, Pedro regresaba a su pueblo como de costumbre cuando oscureció. Ya llevaba un buen rato andando, su caballo mantenía el paso firme hasta que de pronto, relinchó alterado, como si hubiera advertido una presencia maligna. El jinete miró hacia el puente que se alzaba a pocos metros de ellos y ahí, debajo del mismo, distinguió a una silueta blanca que lo estaba mirando fijamente.
Asustado, Pedro azuzó al caballo y este se echó a correr, mientras la figura parecía seguirlos a través del bosque. Aquellos instantes de horror parecieron interminables. Finalmente, las casas del Trapiche se divisaron a la distancia y el ánima se quedó en medio de los árboles, en tanto él corría a la seguridad de su vivienda.
Días después Pedro se robó a María y se casaron en su pueblo. Y es que después de esa noche terrible, se juró a sí mismo que nunca más iba a pasar por una experiencia tan tétrica.
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