La gigantesca mata de mango que se encuentra fuera de la finca de mi abuelo (Estado Falcón, Venezuela), es muy misteriosa. Se puede ver a lo lejos desde aquí adentro. Está en lo más alto de una pequeña colina y totalmente aislada de cualquier otro árbol. Es de noche, y mi abuelo apenas está intentando encender la leña para la cena. Soy solo un niño, y aunque aquel sitio me transmite malas sensaciones, el hambre me da la suficiente valentía para saltar la cerca y caminar solo y en la oscuridad hacia aquella mata de mango.
Cuando llego observo hacia arriba. No puedo ver claramente, todo está oscuro, pero observo muchos puntos opacos amarillos entre las ramas. Son mangos maduros, aunque hay unos en particular que se llevan toda mi atención: dos enormes mangos de color rojo, separados entre si por unos cuatro centímetros. son muy brillantes, tanto que opacan a todos los demás en la oscuridad. Recojo piedras del suelo y comienzo a tirarlas tratando de tumbarlos, mas no logro atinarles, están muy altos.
Hay una rama gruesa que puedo alcanzar con mis manos, así que comienzo a agitarla con todas mis fuerzas mientras bajo la cabeza para que no me caiga uno en el rostro. Escucho el primero caer; ¡pum! Es amarillo, subo la mirada y parece que el par de mangos rojos está más cerca de mí, así que continúo agitando la rama… escucho las ramas crujir fuertemente, el árbol parece agitarse solo… ¡Pum! Otro mango amarillo, veo hacia arriba y los mangos rojo brillantes ya no están. Vuelvo a buscar en el piso y definitivamente no han caído. Puuum! Escucho detrás de mí el ruido de algo muy pesado que cayó. Un escalofrío que recorre mi espalda me dice que no son mangos.
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