El juego era muy sencillo. Usar un teléfono distinto para llamarse a sí mismo y una vez que se pronunciaran las palabras de la invocación, la magia comenzaría. Shinji nunca se había considerado miedoso cuando se trataba sobre leyendas urbanas, además, en aquel momento, necesitaba conocer respuestas.
De modo que tomó en sus manos el teléfono de prepago que le había prestado uno de sus colegas, marcó cuidadosamente su propio número telefónico y espero a que el aparato pusiera el tono de marcar. Su smartphone no tardó en sonar en su bolsillo. Shinji lo sacó para contestar y mencionó las palabras de rigor para el ritual:
—Satoru-kun, Satoru-kun, por favor, ven, Satoru-kun, Satoru-kun, por favor, muéstrate ante mí. Satoru-kun, Satoru-kun, por favor, respondéme si estas ahí.
Se quedó un segundo escuchando y luego, rápidamente, colgó su celular y lo apagó. Ahora solo quedaba esperar.
Shinji nunca pensó que se vería involucrado en un juego como aquel, fuera real o no. Últimamente las cosas no habían ido bien en su vida. Sus padres acababan de separarse y no le pasarían más dinero para terminar de costear su último año en la facultad de leyes, una carrera que de cualquier modo, nunca le había gustado.
La había elegido por ser la opción más segura, pero como futuro abogado, era mediocre y odiaba todo lo que tuviese que ver con los juzgados.
La semana pasada, el médico le había diagnosticado un tumor cancerígeno en el estómago, el cual no sabía si podrían extirpar con éxito. No se lo había comentado a sus padres. La vida de Shinji se había quedado en puntos suspensivos, a la espera de peores noticias. Si es que aun había algo que pudiera empeorar.
De pronto, su teléfono sonó y él sintió un escalofrío, recordando que acababa de apagarlo.
Con la mano temblorosa, lo tomó para contestar y antes de que pudiera pronunciar una palabra, una voz desconocida le habló al otro lado de la línea. Sonaba como un niño pequeño, pero tenía algo que lo hizo estremecerse.
—Te veo en tu habitación —dijo, antes de colgar.
Shinji contuvo la respiración cuando el aparato sonó de nuevo y la misma voz le volvió a hablar.
—Estoy cerca de ti.
Tres, cuatro llamadas más que le pusieron la carne de gallina. El espíritu se encontraba cerca pero Shinji no veía a nadie. Contestó de nuevo el teléfono, sintiendo otro escalofrío.
—Estoy detrás de ti.
Había llegado la hora, era el momento de hacer su pregunta.
—¿Voy a morir?
—Sí.
Shinji miró con horror por encima de su hombro y un rostro fantasmal le devolvió una insana sonrisa. Gritó, con todas sus fuerzas, inundado de un terror que tomó por sorpresa a los vecinos de su edificio. Pero cuando acudieron a su apartamento, no quedaba rastro de él.
Satoru kun es una de las leyendas urbanas más difundidas en Japón. La misma cuenta que uno es capaz de invocar a un demonio, siguiendo exactamente el mismo procedimiento que se acaba de narrar en la historia.
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