Se suponía que fuera un día divertido en la playa. Marta y su esposo Eduardo habían preparado todo para ir de paseo con los niños, un cesto lleno de comida para hacer un picnic, sombrillas para protegerse del sol, una pelota de playa y el cubo con la palita, para que los pequeños pudieran entretenerse.
Iban ellos con sus dos hijos varones, Rodrigo y Tomás, y la más pequeña de la casa, Danielita. Todo marchaba normalmente cuando de pronto, Marta se sobresaltó al escuchar a su hija soltar un grito de dolor.
Preocupada, vio como se acercaba a ella llorando y cojeando. Al parecer se había clavado algo en el pie.
—Habrá sido algún vidrio —dijo Eduardo revisándola.
A veces otras personas dejaban botellas y basura enterradas en la arena. Sin embargo, no se trataba de ningún cristal.
En la piel de la niña se alcanzaba a ver una larga aguja, que al papá le costó trabajo sacar. Estaba llena de sangre. Marta pensó que estaba a punto de desmayarse.
—¡Nos vamos al hospital de inmediato! —ordenó su marido.
Todos se subieron al auto y fueron con rumbo a la clínica más cercana, Danielita no dejaba de llorar. Un doctor les tranquilizó diciéndoles que haría una prueba de sangre, pues no sabían que contenía la jeringa. Curaron a la niña y mandaron su muestra al laboratorio, tras lo cual pudieron volver a casa.
Unos días más tarde, el médico citaba a Marta y Eduardo en su consulta, muy alarmado. Los padres acudieron con el corazón en un puño.
—Antes que nada, mandé a hacer la muestra de sangre para confirmar que contuviera ningún elemento nocivo. En la playa lamentablemente, suelen reunirse algunos muchachos para inyectarse heroína y otras drogas —les informó.
—¿Quiere decir que mi hija tiene drogas en su organismo?
—Me temo que es más grave que eso, señora —dijo el médico—, la jeringa no contenía ninguna sustancia tóxica. Pero sí estaba llena de sangre infectada con VIH.
Marta y Eduardo palidecieron.
—Tenemos que practicarle algunas pruebas a su hija, para verificar que no se haya vuelto cero positiva.
Con mucho miedo, los padres llevaron a Danielita al hospital para que se le practicaran las pruebas pertinentes, guardando la esperanza de que el virus no hubiera alcanzado a incubarse en su organismo.
Desgraciadamente, una semana después el doctor les entregó el diagnóstico. La niña se había infectado con SIDA y tendría que mantener cuidados extremos por el resto de su vida. A Marta, la noticia hizo que su mundo se le acabara.
El médico le explicó que hoy en día, las personas con SIDA tenían una mayor esperanza de vida y que debía mantener la fe.
Más tarde se daría a conocer la leyenda urbana de que mucha gente infectada colocaba agujas con el virus en lugares públicos, como los parques, las playas o hasta los asientos del cine. Por eso era importante fijarse para prevenir un accidente fatal.
Hasta hoy, dicha leyenda no ha sido confirmada del todo.
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