No me gusta la época navideña. No malentiendas lo que digo; no tiene nada que ver con haber perdido a alguien o conservar malos recuerdos. Vengo de una familia muy unida, que se reúne todos los años a pasarla bien. Mis amigos también lo hacen. Mis recuerdos de infancia de la temporada son excelentes.
Tampoco se trata de ser el típico Grinch que odia los villancicos, los regalos y toda esa mierda. Las repetitivas películas navideñas no me molestan tanto; todos los años se estrenan cosas peores. De hecho, eso está bien para mí. Siempre me ha gustado ver las casas llenas de luces y a la gente felicitándose y comportándose de manera decente, aunque sea solo una vez al año. Algo es algo, ya sabes.
Sin embargo… algo vino a visitarme el año pasado, no bien hubo entrado el mes de Diciembre.
Todo comenzó cuando me mudé a este edificio, alquilaban un piso excelente en el centro, por un precio sensacional. Ni como negarse. El casero me comentó que el apartamento le había pertenecido a su abuela, ya fallecida y que debía conservar el mobiliario. Estaba algo anticuado pero no suponía ningún problema. Tenía una caja llena de viejos adornos navideños arrumbada en un armario, que me pareció oportuno sacar por la temporada.
Entre ellos se encontraba esta pequeña figurita de un niño, vestido con ropa invernal y llevando una lámpara en su mano. La puse en la cómoda del recibidor. Colgué luces navideñas en mi balcón y decoré mi árbol. Luego Timothy, mi gato, tiró por accidente la figura de porcelana del pequeño y la tuve que tirar.
Desde entonces las cosas se pusieron muy extrañas.
Me desperté en la noche porque me pareció escuchar una risa infantil fuera de mi habitación, seguida de unos pasos diminutos, que parecían jugar al corre que te pillo. Salí de mi recámara con sueño y no vi a nadie. Supuse que había soñado.
Al día siguiente noté que algunas de mis cosas habían desaparecido, con rabia y desazón. No solo eso, sino que el árbol de Navidad se hallaba torcido y otros objetos aparecieron en lugares donde no debían estar.
Pero lo más terrorífico apenas estaba por comenzar.
Por la noche me desperté de nuevo, esta vez al sentir un ligero hundimiento en uno de los extremos de mi colchón, como si alguien se hubiera subido encima. Sentía una espantosa opresión en el pecho y abrí los ojos, luchando por respirar. Vi una sombra cernirse sobre mí. Era un niño pequeño. Me sonreía maliciosamente.
Me desmayé.
De cualquier forma, todo se terminó una vez que llegó el primer día de enero. No más ruidos insólitos ni cosas que se caían, o se perdían inexplicablemente. La tranquilidad que se había apoderado de mi casa fue tal, que por un momento llegue a preguntarme si habría imaginado cosas.
Pero hoy es primero de Diciembre de nuevo y acabo de escuchar una risa infantil, que me ha puesto todos los pelos de punta.
Creo que está de vuelta.
Lamento decirlo, pero el cuento es muy malo