Navidad siempre ha sido un momento ideal para pasarlo en familia, sin embargo, circula todavía una vieja leyenda urbana que nos demuestra que a veces los psicópatas no pueden respetar ni siquiera esta época.
Una familia tenía la costumbre de celebrar la Navidad por todo lo alto. Cada año se reunían a cenar todos juntos; cada persona debía llevar un platillo diferente para compartir con los demás. Algunos llevaban pastas y ensaladas, otros ponche para beber, a alguien más le tocaba el postre y la abuela siempre preparaba el pavo navideño, atiborrado con un delicioso relleno que a todos encantaba.
Antes de eso, aprovechaban para entonar algunos villancicos, pedir por el bien de todos los familiares y darse los mejores deseos.
Tras haber cenado en abundancia llegaba la hora de los regalos, en la cual todos los miembros de la familia se sentaban en torno al árbol para intercambiar los obsequios que habían traído.
Antes se organizaban con tiempo, para que cada persona supiera quien le tocaba. Los regalos estaban contados y debidamente envueltos.
Pero aquel año, sucedió algo que desconcertó mucho a todos. Había debajo del árbol un único regalo, cuyo envoltorio era más precario de los otros: solo una caja de cartón con un cordel atado en forma de moño.
Cada una de las personas notó que aquello no estaba mientras se encontraban cenando, y que no habían sido ellas quienes lo habían traído. No obstante, también cada uno asumió que bien podía ser un obsequio añadido a última hora por cualquiera de los otros.
Se dispusieron entonces a entregarse sus regalos, todos ellos repletos de alegría y abrazándose con mucho cariño entre sí. Así fueron acabándose todos los obsequios, hasta que solo quedo aquel tan misterioso.
—¿Y de quién es ese regalo? ¿A alguien se le ha olvidado entregarlo?
—Pues mío no es, creí que sería de alguien más.
—No, yo no lo traje y no lo había visto cuando llegué.
—Qué extraño.
Quedó claro que el objeto no pertenecía a ninguno de los presentes y con mucha extrañeza, el padre de familia se dispuso a abrirlo. Lo que había dentro les heló la sangre a todos: únicamente habían puesto un pedazo de alambre y un cuchillo muy afilado. Ambos iban acompañados de una nota que ponía: «Para quienes están en la puerta».
—¿Qué clase de broma de mal gusto es esta? —preguntó el padre— ¿Quién puso esto debajo del árbol?
Todos negaron, pálidos y confundidos. En ese momento, alguien llamó a la puerta, dejándolos paralizados…
La mañana de Navidad del día siguiente, la policía se encontró con un espectáculo horrible en la casa de la familia. Todos los presentes habían sido asesinados cruelmente y no había ni pista de los autores del crimen. Parecía como si los inquilinos de la casa hubieran tratado de defenderse, en vano.
Nunca se resolvió el misterio.
Si vas a abrir tus regalos de Navidad, quizá sea mejor que les eches un vistazo con mucha anticipación. Nunca se sabe lo que un extraño puede dejar bajo el árbol.
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