Había una vez un nombre que no disfrutaba de las navidades como los demás. A su alrededor todos cantaban y reían, ponían decoraciones hermosas en sus casas y luces de colores por todas partes. Pero él no. No importaba lo que le dijeran o cuantos regalos le ofrecieran, él simplemente no gustaba de la Navidad.
Cierto era que tenía buenas razones: cuando era niño, su familia discutía mucho por estas fechas, en lugar de reunirse para celebrar como el resto de la gente. Y es que eran tan pobres que no podían permitirse pagar obsequios, adornos o una cena de Nochebuena. Es por eso que la fecha le traía tan malos recuerdos.
Ese año, cansado de los villancicos y de la felicidad de sus vecinos, decidió retirarse a un monasterio budista, donde obviamente no celebraban la Navidad. Pensó que solo allí podría estar en paz y reconciliarse consigo mismo.
Cuando llegó, el monje encargado del lugar detectó en él una enorme rabia y tristeza.
—Maestro, odio la Navidad, cada vez que se acerca esta fecha no puedo evitar sentir que todo es una tremenda hipocresía. La gente solo compite por gastar y aunque dicen dejarse llevar por el espíritu de bondad de la época, solo veo personas obsesionadas con saber quien decora mejor su casa, quien tiene el árbol de Navidad más grande o le ha comprado más regalos a sus hijos. La verdad es que en esta temporada del año es cuando los pobres sufren más que nunca.
—Tienes razón —dijo el monje— excepto en una cosa: al decir odio la Navidad. Verás, las fechas no son para que uno las odie o las ame, sino para que las vive. Y es conforme a como cada uno de nosotros las vive, que estas se pueden volver especiales o una desgracia total. Si dejaras de enfocarte en tus malas experiencias y en lo que hace el resto de la gente, tal vez podrías disfrutar por primera vez en tu vida una Navidad auténtica.
El hombre, que nunca lo había visto de esta manera, pensó que tal vez el monje tenía razón.
—Pero Maestro, todavía no me siento listo para celebrar la Navidad como los demás.
—Entonces no lo hagas, deja que pasen las horas y mañana, cuando te des cuenta de que se ha terminado, tal vez te guste más.
El hombre meditó toda la noche y a la mañana siguiente regresó a casa, con el alma más ligera. Navidad se había terminado pero él estaba tranquilo. Miró las decoraciones navideñas de sus vecinos y se dio cuenta de que ya no le molestaban.
Tal vez el año siguiente por fin se animara a festejar con ellos.
Moraleja: No son las personas ni las situaciones las que hacen que nuestra vida sea triste y penosa, sino la actitud que decidimos tomar ante ellas. Esta Navidad no pienses en las cosas negativas que te han pasado o te pueden pasar, disfruta las fiestas con mucho cariño y alegría y eso es lo que recibirás a cambio.
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