Hace mucho tiempo, existía en China un antiguo reino llamado Handan, en el que todos sus habitantes estaban bajo el mando de un príncipe. El joven tenía un buen corazón, pero no siempre actuaba con cautela al gobernar. Por eso solía consultar cada decisión con sus consejeros, que eran más sabios y mayores que él.
Cada año al llegar el invierno, los súbditos de Handan preparaban las fiestas con gran algarabía. En Navidad se ponían brillantes túnicas de color rojo y verde para salir a las calles a celebrar, jugaban en medio de la nieve y elaboraban deliciosos dulces para los más pequeños.
Luego hacían un gran desfile en el que todos se repartían regalos y al príncipe le encantaba ver como eran felices. Pasadas las fiestas de Navidad, llegaba la hora de celebrar el Año Nuevo.
La gente de Handan tenía por costumbre reunirse a cenar con sus familias y disparar fuegos artificiales hacia el cielo.
Además de esto, todos tenían la costumbre de cazar palomas blancas para obsequiárselas al príncipe, en agradecimiento por su benevolente reinado. Y él, por su parte, les recompensaba con maravillosos obsequios.
Un día, poco antes de la víspera de Nochevieja, uno de sus consejeros le preguntó porque mantenía dicha tradición.
El príncipe le respondió lo siguiente:
—En Año Nuevo, libero las palomas que mis súbditos me obsequian para mostrarles mi benevolencia.
—Pero, ¿no le gustan a usted las palomas?
—Por supuesto que sí —dijo el joven—, son animales nobles y muy hermosos. Me recuerdan la inocencia y todas las cosas buenas que hay en el mundo. Por eso no tendría el corazón para mantenerlas cautivas.
—Cada vez que se acerca el fin de año ocurre la misma situación —prosiguió su consejero—, la gente sabe que usted necesita palomas para liberarlas y se ponen a cazarlas sin control. Como resultado, muchas de ellas mueren y se acumulan en las calles. Si de verdad ama a estos animales, debe prohibir su caza. Su buena intención de liberarlas no es suficiente para reparar los daños que las personas cometen.
El príncipe reflexionó en lo que decía y llegó a la conclusión de que tenía razón. Una tradición no valía la pena si se ponía en peligro la vida de unas criaturas tan buenas.
Ese año, se publicó en Handan un edicto con el que la caza de palomas quedaba prohibida. Al principio no fue del agrado de todos, pues había quienes no querían dejar de recibir las recompensas que les otorgaba el príncipe.
Así que a cambio, a él se le ocurrió instaurar una nueva tradición: los ciudadanos podrían regalarle palomas hechas de papel y él, a cambio, les obsequiaría dulces, túnicas de colores y otros curiosos regalos para que pudieran usar en las fiestas de fin de año. Esta nueva medida fue adoptada con gran alegría por su gente.
Desde entonces, antes de seguir otra tradición y hacer efectiva una decisión importante, el príncipe pensó con mucho cuidado. Pues además de buenas intenciones, la razón era necesaria.
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