En el bosque habitaban muchos animales, cada uno de ellos era especial a su manera. Algunos de ellos volaban por los aires, otros vivían bajo tierra o en las aguas, y otros, habitaban entre los árboles. Como el ciervo, una criatura muy alegre y orgullosa, a la que le gustaba mucho ir a pastar a las orillas de un manantial cristalino. Quienes lo conocían sabían que se trataba de un animal muy vanidoso, y que sentía un gran orgullo por su cornamenta.
Un buen día se encontraba bebiendo del manantial de cristal, cuando se vio reflejado en el agua clara. Se contempló con atención. Admiraba enormemente el elegante arco de sus astas, pero estaba muy avergonzado de sus piernas. Eran tan largas y delgadas, que a menudo se encontraba deseando tener patas más robustas.
—¿Cómo puede ser? —suspiró— ¡Qué los dioses me maldigan! ¿Cómo he tenido tan mala suerte como para nacer con estas piernas tan feas, cuando tengo una corona tan magnífica?
En ese momento escuchó algo. Entre los árboles, una pantera lo estaba acechando. El ciervo salto por encima del manantial y en un instante se alejó por el bosque. Pero mientras corría, sus cornamentas ampliamente extendidas se quedaron atrapadas en las ramas de los árboles, y pronto la pantera le dio alcance. Entonces el Ciervo percibió que las piernas de las que estaba tan avergonzado lo habrían salvado si no hubiera sido por los inútiles adornos en su cabeza.
—¡Qué tonto he sido! Esto es lo que me gano al dejarme llevar por la vanidad.
Lamentablemente, el ciervo nunca más volvió a pastar junto al manantial.
Moraleja: La apariencia no es lo más importante. A veces, las cosas de las que más nos avergonzamos son las que nos hacen especiales, así que acéptate tal y como eres.
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