Este Halloween, no voy a dejar que mis hijas salgan a pedir dulces. No después de lo que ocurrió el año pasado. La mitad de los padres en el pueblo siguen de luto desde la tragedia.
El año pasado se les dieron a los niños caramelos envenenados. Más de cincuenta se pusieron enfermos; y más de treinta fallecieron. Seguramente vieron la historia en los noticieros. Mis niñas corrieron con suerte, pues las dos tienen alergia al maní y regalaron sus caramelos a sus amiguitos. Amiguitos que ya no están.
Aun puedo recordar aquella noche en la sala de emergencias, cuando los niños empezaron a llegar. Fue cosa de días. La primera fue Regina, de cuatro años. Tenía problemas para respirar. Creíamos que tenía una reacción alérgica, pero no respondió a ningún tratamiento. Tuvimos que hacerle una endoscopía en sus pulmones para darnos cuenta de lo que sucedía, pero ya era muy tarde. Murió en plena operación.
Esa misma noche llegaron otros tres chicos. Todos murieron.
Luego comenzaron a llegar los niños mayores, todos ellos en peores condiciones. El Centro de Control de Enfermedades se hizo presente poco después y rastreó el origen de los caramelos. Fue así como se descubrió que la fábrica de chocolate local era la culpable. La clausuraron. Los propietarias todavía enfrentan un juicio por negligencia.
Este incidente sigue atormentando a numerosas familias. Por respeto a ellas, pocas casas se han atrevido a decorar por Halloween. Ya no se hizo ninguna exhibición real… excepto una.
Una familia de japoneses se mudó en agosto, sin saber de la tragedia. Decoraron el jardín delantero con esqueletos, murciélagos, calabazas y arañas. Tuvimos que explicarles lo sucedido para que retiraran todo.
No era que las decoraciones disgustaran realmente a los demás. Si solo hubiesen dejado un par de cosas, nadie se habría molestado. Sin embargo para algunos, ver aquella cosa específica era escalofriante.
A mí me hizo acordarme de Regina. Recordé la sonda en sus pulmones y lo que nos aterrorizó en pantalla.
Los niños no habían muerto por ningún monstruo o esqueleto. Si no por las arañas. Millones de arañas diminutas, cuyos huevos impregnaban el polvo de cacao que bañaba sus dulces de chocolate y mantequilla de maní.
Los que se asfixiaron antes de que las arañas salieran de sus pulmones tuvieron suerte. Otros tosían y escupían cientos de arañas mientras morían.
La familia japonesa ofreció disculpas antes de quitar sus decoraciones. Mientras los veía a través de la ventana, vi que miraban algo en el jardín con horror. No pude ver lo que era, pero ya lo sabía.
Desde noviembre del año pasado, hay telarañas en todos lados. Muy pequeñas. Son de la misma araña hondureña que importada accidentalmente en la fábrica de chocolate. Estamos infestados de ellas.
No he vuelto a comer chocolate. Siento terror al usar la sonda en la sala de emergencias. Todas las noches me despierto, asustado, sintiendo como esas arañas que inundan mis pulmones y fosas nasales.
Esta historia fue originalmente publicada en inglés dentro del sitio, Unsettling Stories, de Max Lobdell.
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