Dicen que esto ocurrió hace varias decenas de años, cuando las costumbres de las parejas prontas a casarse, ciertamente eran más estrictas que hoy en día. En aquel tiempo, las señoritas de buena familia no podían aspirar a tener una cita con sus futuros esposos. Estas debían cortejarlas en presencia de toda su familia y desde luego, celebrar el compromiso pertinente por todo lo alto.
Matilde y Alonso, eran dos jóvenes novios que acababan de comprometerse para alegría de todos sus seres queridos. Los dos tenían apellidos respetables en la sociedad y su unión significaba una gran alianza entre sus familias.
Una noche, poco antes de la boda, la pareja se reunió en un viejo caserón con todos sus amigos. Iban a ofrecer una fiesta para compartir la dicha de su compromiso.
Después de cenar, todos los invitados se reunieron en el salón de estar para proponer alguna diversión. El alcohol había sido consumido de manera abundante entre ellos y los ánimos estaban muy por los cielos.
—Juguemos a las fugadillas —propusieron las amigas de la novia—, ¡todos a esconderse!
Así, cada uno de los invitados se dispersó por la casa para buscar un escondite, mientras el novio contaba en un rincón y se disponía a ir a buscarlos.
Una a una fueron encontradas las personas convidadas a la fiesta, y cada vez que alguna era descubierta, esta tenía la obligación de sumarse a la búsqueda, hasta que ya no quedara nadie por hallar. Después de la medianoche prácticamente todos los asistentes habían aparecido.
Pero Matilde no se hallaba por ningún sitio.
—Seguramente habrá encontrado un excelente lugar para esconderse, y está riéndose de nosotros —dijo alguien para tranquilizar al novio, que comenzaba a ponerse nervioso ante la ausencia de su prometida.
Buscaron por todos los rincones posibles del caserón, desde el sótano hasta el olvidado ático. Nadie halló a la novia.
Cuando la búsqueda se extendió a los alrededores del caserón, sin éxito, el nerviosismo inicial de Alonso se trasformó en terror y más tarde, en furia, pues a esas alturas, a nadie le quedaban dudas de que la muchacha seguramente se habría arrepentido de la boda, y aprovechado aquel juego para fugarse.
El casamiento fue cancelado y el tiempo transcurrió sin que nadie volviera a tener noticias de Matilde. Aunque como solía pasar en los pueblos, no faltó quien asegurara haberla visto huyendo en medio de la noche; a veces en compañía de otro hombre.
Alonso finalmente se casó con otra joven, al cabo de un año y juntos se fueron a vivir al caserón donde comenzó todo.
Ahí, los sirvientes limpiaban todo para recibir al nuevo amo.
Una de las criadas encontró la llave de un viejo baúl, el cual no sabía si conservar o deshacerse de su contenido. Con mucho cuidado lo abrió y soltó un grito de horror al mirar adentro.
Allí yacía el cuerpo sin vida de Matilde, roído y en descomposición. La pobre se había quedado encerrada después de ocultarse, aquella fatídica noche.
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