Cuentan que hace muchos años, el majestuoso cóndor de los Andes quiso casarse y emprendió el vuelo hasta el valle para encontrar una novia que le gustara. Así llegó hasta a una pastorcita que se estaba tejiendo una manta mientras vigilaba a sus corderos y la vio tan bonita, que quiso llevársela.
Primero se le acercó con semblante amistoso bajo la figura de un hombre.
—Pastorcita, ¿qué haces aquí tan sola? ¿No quieres jugar conmigo para pasar el rato?
La muchacha aceptó y él le propuso que jugaran a las cargadas.
—Primero tú me cargas en tu espalda para ver que tan lejos puedes llegar. Y luego es mi turno.
La pastorcita cargó al condor sin lograr avanzar más de unos cuantos pasos. Pero cuando le llegó el turno de montarse en la espalda del desconocido, este volvió a adoptar su forma animal y se la llevó volando muy alto, hasta su casa en la caverna más alta de la montaña.
Fue allí donde le reveló que iba a casarse con ella y la pastorcita se puso muy triste.
Además de que extrañaba a su familia, sentía mucho frío y no tenía nada para comer. El cóndor solo le traía carne cruda y podrida, y ella se ponía a llorar porque solo comía cosas cocidas.
Por más que trató de darle gusto llevándole toda clase de regalos, el cóndor no logró animarla. Así que se marchó a buscar algo que le gustara.
La pastorcita entonces se sintió muy desdichada.
—¿Por qué estás tan triste? —le preguntó el picaflor, un pájaro diminuto que pasaba por allí.
—Es que el cóndor quiere casarse conmigo y yo le tengo mucho miedo. Además me muero de hambre y de frío, pero no puedo bajar de aquí porque está muy alto.
—Si quieres yo puedo ayudarte.
—¿Tú? ¿Pero cómo me vas a ayudar si eres tan chiquito?
—Tú solo confía en mí, pero a cambio quiero ese collar verde tan bonito que traes colgado — dijo el picaflor.
La pastorcita aceptó y obedeció al pajarillo cuando le dijo que se agarrara de su cuello. Así, emprendieron el vuelo suavemente, hasta que el picaflor pudo depositarla en el valle de nuevo.
Agradecida, la chica le obsequió su collar verde y se marchó a casa a toda prisa. Es por eso que hasta el día de hoy, los picaflores tienen una marca verde en sus cuellos.
Una vez de vuelta en su comunidad, la pastorcita contó todo lo que le había sucedido a sus padres y ellos, precavidos como eran, decidieron esconderla. Cuando el cóndor fue a buscarla, disfrazado bajo su forma humana, el padre lo recibió con una olla de agua hirviendo que rompió la transformación y por poco lo dejó desplumado.
Furioso y humillado, el cóndor volvió a su cueva en las montañas andinas, lamentándose de haber perdido a su futura esposa. Nunca más volvió a importunar a ninguna joven.
La mala experiencia le había enseñado, que después de todo los humanos eran seres de armas tomar.
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