Desperté dentro de una gran jaula. Estaba semi desnudo, vestido solo con unos calzoncillos y una remera blanca. Me aproximé a los gruesos barrotes y en un inútil intento, trate de sacudirlos. No se movieron en lo mas mínimo, para mi desgracia. De repente las luces del lugar se encendieron y vi que las paredes estaban llenas de grafitis con inscripciones como “Cero y cero, no es nada más que cero” y “El cáncer y la gente conspiran juntos”.
No entendí que significaban, pero ahora no era el momento de ponerme reflexivo, debía escapar de ahí de alguna manera. Empecé a gritar con todas mis fuerzas con la esperanza de que, aunque sea algún guardia apareciera, mas no fue un guardia precisamente lo que apareció…
Una figura alta, vestida de túnica roja y capucha del mismo color, con el rostro cubierto por una mascara negra, se presentó de la nada.
– ¡DEJAME SALIR! – Le grité.
Sin embargo, el misterioso ente me miró sin pronunciar palabra. Se volteó y se dirigió a una mesa cercana, que yo no había detectado, (¿o acaso es que antes no antes estaba ahí?). Hizo algunos ruidos metálicos y me acerco una bandeja con una hogaza de pan y un vaso de agua. Me la pasó a través de una pequeña portezuela en el otro extremo de la jaula y la recibí pese a mi enojo. Me senté en el suelo a comer, pues a pesar de la situación me sentía famélico.
-No intentes escapar- Dijo el encapuchado con voz calmada- Hay una única manera de salir, y ya sabes cuál es.
Lo miré preguntándome cual sería esa manera y de pronto supe cual era.
Comencé a golpear con fuerza mi cabeza contra uno de los barrotes, hasta que sentí la tibia sangre brotar de mi frente. Aun así, no me detuve y continúe hasta perder el conocimiento.
Recuperé la conciencia no sé cuanto tiempo después, y la figura seguía ahí parada. Esta vez estaba riendo estruendosamente.
-El intento no fue malo, pero no es suficiente… – Dijo.
Pensé en otra forma y se me ocurrió utilizar la bandeja de metal que me había dado. Los bordes eran lo suficientemente afilados para poder cortar la piel si se ejercía la suficiente fuerza. Lo intenté de manera transversal en uno de mis antebrazos y de hecho, funciono. La sangre comenzó a correr por mi piel, por lo que repetí el proceso con el otro brazo. La sensación de ardor era soportable pero no sabía cuánto iba a demorar en morir de esa manera.
Apoyé el borde de la bandeja contra mi garganta y con un movimiento rápido la deslice. Inmediatamente sentí como si me ahogara en un líquido caliente, que era sangre arterial. Me sujeté el cuello con ambas manos hasta caer de rodillas. Mientras mis ojos se apagaban, oí a la figura decir mientras aplaudía:
-¡Felicitaciones!, lograste escapar.
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