Cuentos Largos de Miedo

El Agua es Vida

Cuento enviado por Nana Brizuela (fan del blog)

Sus largas patas se balanceaban en un rítmico andar. Se detuvo a mirarme, lo sé, y eso no hizo más que aumentar el horror. Me observaba con sus quien sabe cuantos ojos, su cuerpo marrón y negro, sus pinzas en la boca con una ponzoña infecta; se acercaba lentamente… miré a mi alrededor, estaba solo, pero no buscaba compañía, buscaba algo con que poder enfrentar a la criatura, el libro de que empecé a leer fue el arma perfecta.

-Lovecraft, lo siento -y golpeé a la araña. Salió disparada en sentido opuesto, la aplasté unas cuantas veces hasta que se detuvo y sus patas se encogieron; el intruso había caído. Aún así estaba aterrado. Limpié el libro y reanude la lectura, no podía concentrarme, el peor de los horrores aguardaba al otro lado de las paredes de la casa, afuera… oía sus golpes, su respiración hacía crujir el techo, latir los tablones de madera, se veía como empañaba mi ventana.

Mi respiración se aceleró, cerré fuerte los ojos y la puerta se abrió de repente, el corazón bailó con sangrientos bombeos. Está aquí… va a matarme. Una lengua lamió mi brazo y respiré aliviado
-Te quiero Clash, pero por favor no vuelvas a asustarme así -el perro torció la cabeza hacia la izquierda con aire ignorante, ese gesto tan común me obligó a abrazarlo dada la naturaleza de su ternura, lo besé en el hocico e invité a subir a la cama. Pegó un salto, dio dos vueltas y se acostó.

Su rostro reflejaba curiosidad, las orejas erguidas y los ojos clavados en la puerta, movía la cola.
-¿Qué querés? Es de mala educación espiar -dije fríamente.
-Nada, nada; sólo miro como los miedosos se juntan -mi hermana soltó una carcajada bastante cruel para tener 7 años.
-Nataly no molestes. Además nadie tiene miedo -rió con más fuerza pero sin maldad, esta vez si que le dió gracia.
-¡Por favor hermanito! -lo decía divertida-. No querés ir a la playa, no querés ir a la pileta, te bañás con una esponja con dos gotitas de agua ¡Sos un miedoso! Miedoso, miedoso, mi-mi-mi-miedosooooo -empezó a canturrear.
-¡¡Se llama hidrofobia tarada!! -y le arrojé el libro por la cabeza. Hizo un ademán para esquivar, pero aún así di en el blanco. Cayó de rodillas y comenzó lo inevitable.
-¡Mamá! -gritó mientras sus mocos se mezclaban con sus lágrimas-. ¡Mamá! ¡Mamá! ¡¡MAAAAMAAAÁ!!
Ya se escuchaba la corta carrera, pasando por la cocina, luego el pasillo próximo a mi cuarto.
-¿¿Que pasó?? -preguntó mamá asomando la cabeza por la puerta.
-El-me-pegó-con esto-en-la… cabezaaaaa -dijo Nataly sosteniendo el libro con una mano, mientras que con la otra apuntaba a su cabeza. Mamá la abrazó y me miró con mala cara-. ¿Te das cuenta que ella tiene 7 y vos 16, no? A ver si madurás un poco -soltó el abrazo y la tomó de la mano-. Bueno cielo, vamos a dormir ¿sí? Porque es tarde y las princesitas tiene que dormir temprano ¿dale? -mi hermana asintió con una sonrisa leve, pero suspiraba un poco por el llanto finalizado.

Salieron juntas de la habitación. Clash jadeaba, lo miré y me lamió la cara. Otra vez su rostro atento. Giré y ahí estaba mi madre.

-¿Sabías que tu campera preferida está colgada afuera? La lavé y la tendí, pero no creí que lloviera.
Me comporté demasiado mal con Nataly y va a obligarme a que salga, ese será el castigo por ser «inmaduro»… ¡Dios! No puedo creer que me haga salir, de verdad voy a salir…
-Podrías salir a bus…
-¡¡NO!! -interrumpí nervioso y aterrado-. No-no-no-no-no-no… por-por-por favor… no… -ella puso cara de preocupación.
-Tranquilo hijo, no voy a obligarte, entiendo. Lo lamento por haberlo sugerido siquiera -reflejó vergüenza mezclada con tristeza y desilusión-. Voy a traerte un vaso de jugo. No es agua -sonrió de repente.
-No, gracias; estoy bien -me estremecí al pensar en ese veneno deslizándose por mi garganta y cortando mi vida para siempre. El jugo lleva agua.
-Hijo, por favor… el doctor dijo que estás deshidratado; no quiero verte enfermo.
-Mamá, estoy bien, en serio, tomé algo antes de acostarme -ella abrió la boca como para decir algo, pero solamente negó con la cabeza y se fue derrotada, cerrando tras de sí, la puerta.

Miré la hora, eran las 3 y la lluvia seguía. Clash dormía y lo envidiaba. Quizás si apago la luz consiga descansar. Pero bien sabía que era una mentira, eso no haría sino aumentar el miedo. De repente, un trueno hizo retumbar la casa. La luz del velador parpadeó. Por Dios… no me hagas esto no te apagues, no te apagues, no me dejes a su merced. La lamparita se oscureció.

Me invadieron las ganas de llorar, pero no iba a darle ni una gota al enemigo. Algo helado me tocó la espalda, me senté para palparlo y descubrir que era; noté que también se encontraba bajo mis piernas. Acerqué la mano y ¡plash! Sonó suavemente. Era ella. Había venido a buscarme al fin… Ahora podía llorar tranquilo, una gota más, una gota menos, la muerte es la muerte. Así que grité…

Mis ojos se abrieron bruscamente, el cuarto se veía borroso en mi somnolencia, aún así ví la luz de la lámpara. Fue un sueño. Todo fue un puto sueño. Estoy bien. Suspiré aliviado. El foco estalló en medio del suspiro. Cubrí mi rostro y giré en sentido opuesto a los micro cristales que volaban como esquirlas violentas. Me destapé los ojos. Mi vista seguía borrosa por el agua pero las nubes y algunos pocos astros se dibujaban frente a mi cara. Las estrellas se caían del cielo, una de ellas me dió en el brazo.

Estaba helada. Logré oír el crujido del hueso al romperse. Me senté rápidamente y puse el rostro entre las piernas, cubriéndome la cabeza con el brazo sano. ¿Qué pasa? ¿¿Qué pasa?? No entiendo… ¿Cómo puede ser que no haya techo? ¿Será que las estrellas son amigas del agua?

Dos astros golpearon el brazo herido, una ventisca de dolor me hizo gritar cuando el hueso cortó la piel par dar lugar a la fractura expuesta. ¿Cómo? ¿¿Cómo??. Mi cerebro se encendió. No son estrellas… es granizo. Las rocas de agua.

Hacía tiempo, había sellado mi habitación para que el agua jamás pasara en días de lluvia, pero me sentí abatido al darme cuenta que nunca pensé en la posibilidad del granizo. Lloré. Me sentía un completo imbécil.

El brazo comenzó a pulsarme con fuerza, cada minuto empeoraba. Decidí no morir allí, ella no me ganaría.
Bajé los pies de la cama, aún cubriéndome la cabeza. Un alarido espantoso broto de mí. El agua me llegaba a las rodillas. Las mismas grietas y recovecos que cubrí para que no entre el agua, impedían que escapara.
Tembloroso, me incorporé y me dirigí lentamente a la puerta; tiré para abrir. Nada pasó. Algo trababa la salida. Volví a intentar, pero continuaba firme en el lugar.

Estaba demasiado oscuro como para ver. Con horror deduje que debía meter la mano en el agua para liberar la salida, un paso en falso y podría resbalar, romperme el brazo bueno y morir ahogado. Me incliné un poco y me introduje en esa pesadilla líquida.

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No había nada.

Era solamente ella la que presionaba la puerta dejándome en su bandeja.
La impotencia apareció. Iba a morir. Si no me ahogaba, el agua subiría a los tomacorrientes y sería el fin. De una forma u otra, dejaría de existir.

Subí nuevamente a la cama y me largué a llorar.

Una gota más, una gota menos, la muerte es la muerte.
Cesó el granizo. Me tendí boca abajo para seguir mi lloriqueo. Toqué algo suave.

-¡Ay por Dios! ¡¡Clash!! -me había olvidado por completo de él. Lloré con más fuerza mientras buscaba su patita; la hallé y la tomé entre mis manos-. Te quiero. Por lo menos sé que vamos a estar juntos hasta el triste final -suspiré-. Espero que no estés herido -aunque lo dudaba.

Saberlo allí conmigo, fue un beso de felicidad en el momento más deprimente. El perro dejó caer su cabeza en mi hombro. Sonreí, pero enseguida me sentí descompuesto al llegarme el hedor a podredumbre con intensa humedad. Un rayo iluminó la habitación. Fue el alarido más espeluznante que haya brotado de mí.

Clash estaba del doble, o quizás triple de su tamaño, hinchado por la putrefacción de mi enemiga. De uno de sus ojos se asomaba una lombriz, mientras que el otro me observaba con una blancura ciega y diabólica. Le faltaban algunos dientes y los que restaban aparecían negros y agrietados.

De su hocico salía un tufo asqueroso a humedad y sangre seca. Partes del pelaje se habían ido dando lugar a costras purulentas, manchas sangrientas o salpullidos agusanados. En su rostro ya no se reflejaba la ternura, sino una mueca malvada.

Lo aparté gritando. Ahora deseaba morir. El monstruo mata lentamente, pero nunca imaginé semejante crueldad en su ser.

Volví a la posición anterior, me tapé la cara con la almohada. En minutos sería alguien frito por electricidad.

No pude esperar y metí los dedos en el tomacorrientes. Ningún voltio caminó a través de mí. Era de esperar. Ella me mataría, nadie más. Nadie más…

¡Plic! ¡Plic! ¡Plic! La lluvia… ¡Plic! ¡Plic! ¡Plic! La lluvia… ¡Clan! ¡Clan! ¡Clank! ¿La lluvia? ¡Clan! ¡Clan! ¡Clank! No para nada, eso era… ¿Un xilófono?

Nataly giró su rostro y gritó como nunca antes lo había hecho. El cuarto estaba inundado y sobre el agua flotaba la cabeza hinchada de su hermano que chocaba contra un torso con el brazo roto y las amarillentas costillas descubiertas; en la frente de esa cabeza infecta decía como un diabólico presagio: «El agua es vida».

By Nana Brizuela

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